La acción llevada a cabo por Napoleón a España,
al ocuparla en el momento que el renunciado Rey Carlos IV permitió a su aliado
ingresar a territorio español para invadir Portugal. La Metrópoli del Imperio
se veía invadida y su Rey Fernando VII apresado y llevado cautivo a Francia,
esto afectaba la información que llegaba a sus colonias americanas al
anunciarles siempre diferentes sucesos y Chile no estaba afecto a estas noticias,
donde se incluían aquellas cuya finalidad era generar incertidumbre y temor dentro
de las poblaciones existentes en las colonias americanas. Producto de esto se
realizaría una febril actividad propagandística al interior del país y en
especial en Santiago, llevando a ver una serie de proclamas manuscritas
destinadas a persuadir la fidelidad de los chilenos a su legítimo rey: “Una
de ellas llevaba este título: “advertencias precautorias a los habitantes de Chile”. Excitándoles a
conservar su lealtad en defensa de la religión, del Rey y de la Patria, sin
escuchar a los sediciosos que sugieren ideas revolucionarias con motivo de los
últimos sucesos en España”. Su autor, que no daba nombre, recordaba con gran efusión de fidelidad al
soberano legítimo, aunque con muy poco arte literario, exponía los desgraciados
acontecimientos de la metrópoli y pedía a todos los chilenos que se mantuviesen
unidos, que reconociesen a la Junta de Sevilla como el gobierno de la nación y que abrigasen la confianza de que España saldría
victoriosa en la lucha que se iniciaba y que repondría en el trono a Fernando
VII…” (Historia General de
Chile. Tomo VIII. Diego Barros Arana. Parte Sexta. Primer Periodo de la
Revolución de Chile de 1808 a 1814. Páginas 37 y 38. Centro de Investigaciones
Barros Arana. Editorial Universitaria. Segunda Edición. Santiago de
Chile-2002).
La proclama
expuesta en el párrafo anterior, tal como expone Barros Arana, daba luces que,
en la población de la Capitanía General de Chile, “existían personas de espíritu díscolo, hombres
desalmados e hipócritas, falsos profetas que anunciaban desgracias con miras
interesadas en trastornos” (Historia General de
Chile. Tomo VIII. Diego Barros Arana. Parte Sexta. Primer Periodo de la
Revolución de Chile de 1808 a 1814. Página 38. Centro de Investigaciones Barros
Arana. Editorial Universitaria. Segunda Edición. Santiago de Chile-2002). Las
exposiciones redactadas en favor del Rey, en contra del trono usurpado por el
tirano francés y la idea de preservar o resguardar los territorios coloniales
de América para el Rey Fernando VII, muchas veces elaboradas con mal estilo,
pero con fuerte emoción conllevaban a persuadir a la población para mantener la
lealtad al Rey Fernando VII y a las Juntas de Gobierno establecidas en España,
como la de Sevilla. Estas notas de gran persuasión produjeron lo esperado
dentro de los habitantes del país y en especial en las ciudades de Santiago y
Concepción. En aquellas notas que la población de Chile se dejaba persuadir y
demostrar su lealtad al Rey cautivo, también comenzaba a exhibir una diferencia
de pensamientos e ideas, donde ciertos sujetos en sus exposiciones y pasquines
dejaban traslucir pensamientos emancipadores en el país, a pesar de mantenerse
leales al rey español, Fernando VII y a la Junta de Gobierno existente en
Sevilla, España.
Uno de estos
manifiestos expuestos públicamente donde no figuraba quien lo había escrito, fue
adjudicado al escribano del Consulado del Virreinato de Nueva Granada
(Colombia, Panamá, Ecuador), Don Ignacio de Torres. Al ver lo redactado en
aquella nota, los enemigos más acérrimos de toda idea que expusiera algún
precepto ideológico vinculado a la libertad y la independencia de las colonias
en América, se alarmaron ante el nuevo peligro que surgía, solicitando a las
autoridades que se castigase al autor de dicho escrito. Los capitulares de
Santiago “observando que ese escrito es calumnioso
a la constante fidelidad que anima a todo este pueblo hacia su augusto y amado
soberano, que tiene por objeto sembrar discordias y anunciar ideas
perjudiciales a la educación popular por el medio hipócrita de amonestar a los
fidelísimos vecinos de Santiago a
separarse del espíritu de facción contra el Estado, cuyos crímenes jamás se han
advertido en el país, que además, está
lleno de contradicciones y falsedades que comprueban la maligna intención del
que lo ha firmado, resolvieron se pasase
con el correspondiente oficio al muy ilustre señor presidente,
solicitando se sirva a su señoría formar la correspondiente sumaria en pesquisa de su autor y, que descubierto,
se le impongan las penas que dictan las leyes contra los crímenes de primera
clase”. (Historia
General de Chile. Tomo VIII. Diego Barros Arana. Parte Sexta. Primer Periodo de
la Revolución de Chile de 1808 a 1814. Página 38. Centro de Investigaciones
Barros Arana. Editorial Universitaria. Segunda Edición. Santiago de
Chile-2002).
El escribano, Ignacio
de Torres, al conocer los cargos que se le imputaban producto de la expuesto en
aquel manifiesto manuscrito, que al igual que muchos, habían sido redactado
desde la emocionalidad de la persona, hizo que aquel escribano del consulado de
Quito se presentase ante el Gobernador, Francisco Antonio García Carrasco, con
la propósito de mostrarle su lealtad al Rey Fernando VII y que las causas que lo motivaron a redactar
aquel Manifiesto, nacieron de las discusiones que había enfrentado con
diferentes personas dentro de la ciudad
de Santiago, porque ante una situación de invasión francesa al país, los
habitantes de la Capitanía General de Chile, tenían el derecho y el deber de
insurreccionarse contra toda dominación extranjera. Aquella nota manuscrita era
motivada en defensa de Dios, la religión y el Rey, culminando con la osadía de
ofrecer su propia vida por mantener aquello. Este evento deja en claro la
existencia en 1808, de personas que ya soñaban obtener la independencia de las
colonias americanas y liberarse del control del Imperio español. Aquellas
acciones permiten hoy en día lograr apreciar que tres años antes de la creación
de la Primera Junta Nacional de Gobierno en Chile (18.09.1810), había luces en
ciertas personas del país de soñar con lograr emanciparse de España. Se vera
posteriormente que las ideas políticas de Ignacio de Torres, irían alterándose al
compás de los hechos y del momento, llevando a este sujeto a ser uno de los
asistentes al Cabildo Abierto del 18 de septiembre de 1810, donde se constituyó
el primer Gobierno Nacional de Chile. Ignacio de Torres tomaría parte en varias
manifestaciones patrióticas durante el primer periodo de la revolución, que se
conoce como Patria Vieja (1810-1814). El escriba del Consulado de Quito
sufriría el confinamiento en la Isla Juan Fernández, junto a otros patriotas,
durante la época de la Reconquista.
El Gobernador Francisco
Antonio García Carrasco, estimaba la inconveniencia de proseguir con los
procesos que consideraban algunos personajes sobre las intenciones sediciosas
del autor de aquel manifiesto. Al parecer, sus intenciones eran dar ejemplo de
lo que depararía a quienes osaran expresar ideas que fueran más allá de la
preservación de los territorios coloniales al Rey español retenido por los
franceses, Fernando VII. Lo único que lleva a suponer, a la distancia de los
años, que ya en los años de 1808 y 1809, existían personas dentro de la
Capitanía General de Chile que soñaban con la emancipación del país y
cimentaban sus esperanzas en la posibilidad que se generaba al ver que el trono
imperial español había sido usurpado por un monarca extranjero y las colonias
podían constituirse en gobiernos “provisionales”, del mismo modo que las Juntas
que se habían establecido en la metrópoli imperial (entiéndase esta por
España), y negar así, obediencia al usurpador y a través de ello avanzar a una
total independencia.
Como se irá
apreciando, el Gobernador Antonio García Carrasco estaba lleno de vacilaciones
y perplejidades, su tendencia natural lo llevaba a involucrarse con individuos
de dudoso proceder dentro de la sociedad criolla de ese tiempo y tenía un
especial afán por encontrarse inmiscuido en hechos de contrabando, corrupción y
otras acciones que sólo demostrarían la escasa capacidad que poseía Antonio
García Carrasco para liderar y dirigir al país. Basaba su cargo sólo en la
autoridad que este daba. Francisco Antonio García Carrasco, mantuvo la
confianza que la mayoría de la población de la Capitanía General de Chile se
mantendría leal al soberano español, Fernando VII. Lo ocurrido en España
generaron en él una inseguridad de tal proporción, que no se atrevió a
desconocer el gobierno impuesto por el invasor francés, como tampoco, reconocer
a José Bonaparte como el monarca de España y su Imperio. En esta compleja y vacilante
situación, Francisco Antonio García comenzó depender de las directrices e
informes que recibía de los Virreinatos del Perú y de La Plata, haciendo caso a
las instrucciones de Abascal y de Liniers como también a las sugerencias que
estos virreyes le enviaban como consejos, pero más cercano a las actitudes del
Virrey de Las Provincias de La Plata que al fiel y leal Virrey del Perú, José
Fernando Abascal y Sousa.
El comportamiento
irresoluto del Gobernador García Carrasco, hacia que su conducta fuera cavilosa
y reservada, y para mantener su autoridad y el poder vio la necesidad que la
marcha de los acontecimientos lo llevara a definirse por una u otra opción; en
tanto, su superior, el Virrey Abascal desde el comienzo de los acontecimientos
que se vivían en España, tomaba la decisión de jurar lealtad al Rey Fernando VII
y desconocer al usurpador francés, mientras que el Virrey de las Provincias
Unidas del Rio de la Plata, Santiago Antonio María de Liniers y Bremond fue más afín al proceder de
Francisco Antonio García Carrasco. Santiago Liniers mantuvo una conducta
ambigua e insegura de optar desde un principio por una de las dos alternativas,
temía por un lado reconocer al emperador impuesto por el francés invasor o
jurar lealtad al Rey Fernando VII y a la Junta de Sevilla. La compleja situación
existente en plena Metrópoli del Imperio (España), embargaba al Gobernador de
la Capitanía General de Chile, Francisco Antonio García Carrasco, quien en
misiva enviada al Virrey de las Provincias del Rio de La Plata, deja traslucir
su vacilante actitud: “Excelentísimo Señor: La carta de V.E., de 17 del
mes próximo pasado, y su proclama, aumentarían, si fuese posible, la
perplejidad y angustia a que me reducían las noticias públicas, de cuyo estado
pensaba salir de por medio de su correspondencia. Los principios de rectitud y
firmeza que establece V.E., son los que únicamente convienen a esta parte de
nuestra agitada nación, y que seguramente nos conducen por el camino de la
justicia; pero, el practicarlos con acierto, conservar la unión de ideas y la
dirección de uniforme de acciones a un mismo objeto en tan vastos y diversos
terrenos, bajo de gobiernos independientes y distantes, sólo puede verificarse
por un sistema formado sobre el conocimiento intimo de las cosas y ocurrencias
que han de guiar a nuestras operaciones. Felizmente la providencia ha
desvanecido la oscuridad que me acongojaba: ya sabemos dónde aplicar nuestros
esfuerzos, y veo con la satisfacción que permiten las circunstancias, que en
estos habitantes reinan general y eficazmente los más leales sentimientos, y
que sabrán imitar el ejemplo de ese valeroso pueblo, que tanto ha influido en
estos países. Puede V.E. asegurarlo sin riesgo de equivocarse; y yo creo estar
en el caso de afianzar que los moradores todos de este suelo regado con la sangre
española, no lo cedan, sino dejando de existir. Aman a sus reyes, son frugales,
pobres y belicosos, conservan la memoria de sus heroicos predecesores, y están
penetrados de la justicia de la causa nacional, así como del interés que tienen
en sostenerla. Estos son los recursos que hacen invencibles y que proporcionan
a los que nos tocó la suerte en mandar en tan espinosa época, las
satisfacciones que ha merecido V.E. Procuraré seguir sus huellas, me uniré a
sus ideas y creo que este es el medio más seguro de hacer ver al mundo entero
que los enemigos de la nación
encontrarán siempre, y en todos los puestos de ella la misma
resistencia con que hoy defiende su
constitución y a su soberano la Península, a quien debemos ayudar con nuestros
auxilios , ejemplo y ruegos al Omnipotente. El día 20 de este mes será
proclamado y jurado, con toda la solemnidad posible, nuestro augusto soberano,
el señor don Fernando VII. Dios guarde a V. E. muchos años. Santiago de Chile,
17 de septiembre de 1808. Excmo., señor. Francisco Antonio García Carrasco.
Excmo. Señor virrey de las provincias del Río de la Plata” (Historia
General de Chile. Tomo VIII. Diego Barros Arana. Parte Sexta. Primer Periodo de
la Revolución de Chile de 1808 a 1814. Páginas 39-40. Centro de Investigaciones
Barros Arana. Editorial Universitaria. Segunda Edición. Santiago de
Chile-2002).
Mientras el
Gobernador de la Capitanía General de Chile, Francisco Antonio García Carrasco,
mostraba en su escrito la decisión de seguir por lo que optaba el virrey de las
provincias del Rio de la Plata; el Cabildo de Santiago se encontraba abocado a
la celebración de la proclamación y jura de lealtad al soberano, emanada por
real cedula del día 10 de abril de 1808, en los pocos días que ocupo el trono
antes de caer cautivo de los invasores franceses. Para ello se había fijado el
día 20 de septiembre de 1808, pero producto de las perplejidades e indecisiones
del gobernante y otros miembros de las instituciones gubernamentales de la
Capitanía General de Chile, debió aplazarse unos días más, estableciéndose como
fecha el domingo 25 de septiembre de ese mismo año (1808). La proclamación se realizó con toda la
solemnidad y estilo, pero con menos estrepito a la hecha en el año 1789, para
proclamar a Carlos IV Rey de España y del imperio. Muchos empleados y civiles
habían colocado el retrato de Fernando VII en sus sombreros y en los distintos
departamentos de la administración de gobierno, se colocaban cuadros del novel
rey, Fernando VII; pero ahora no hubo acuñación de monedas y medallas
conmemorativas con la efigie del nuevo soberano, como tampoco se lanzaron
cambios metálico a la población, aunque la muchedumbre hizo expresiones
sinceras y leales en favor del Rey Cautivo, pero en la clase alta de la
población se dejaba apreciar un mal disimulado y retraído ademán favorable al
rey, producto de los acontecimientos que estaban ocurriendo en el viejo
continente, en especial en la Península Ibérica.
Aquella conducta contradictoria de los
individuos de las familias más conspicuas de la sociedad santiaguina, era dado
por el temor que ellos al igual que el Gobernador y algunos miembros de la
administración del Estado chileno de ese entonces tenían, en referencia a dejar
de ejercer los puestos que realizaban dentro del poder gubernamental colonial
en la Capitanía General de Chile. Había un terror en el país a exponer
sentimientos en contra del gobierno de hecho que existía en Madrid y que se
mostraba cimentado en un poder casi indestructible. Muchas personas altamente
caracterizadas vieron en aquellas fiestas en un mero aparato pirotécnico
momentáneo, al considerar que el Rey Fernando VII, no volvería nunca más a
colocarse la corona de monarca español y del Imperio. En todas las ciudades y
pueblos existentes en el territorio de la Capitanía General de Chile, se
hicieron acciones que mostraba la lealtad de la población al rey Fernando VII y
de menosprecio hacia el usurpador francés.
Como se ha expresado,
dentro de la Capitanía General de Chile,
desde el Gobernador, García Carrasco, hasta los más altos funcionarios de la
administración colonial del país, mostraban una actitud que bordeaba la
distancia y falta de espontaneidad para manifestar su fidelidad a Fernando VII,
no logrando ocultar sus verdaderas intenciones, llegando a incumplir lo
dictaminado con fecha 8 de abril de 1808, en un documento, donde se solicitaba
a sus dominios en América y otras regiones del mundo, a la acuñación de monedas
con la efigie de Carlos IV, padre de Fernando VII, hasta que se recibieran las
matrices provenientes de España con el rostro de Fernando VII. Los eventos
ocurridos en la península Ibérica, en España no permitieron el envío de estos.
En Chile el
Superintendente de la Real Casa de Moneda, don José Santiago Portales y Larraín
(padre de Diego Portales y Palazuelos), en vista de las últimas noticias, pedía
a García Carrasco, que se acuñaran monedas con el rostro de Fernando VII, cuyo
molde podía hacerse en el país, dada la imperiosa necesidad de hacerlo y sin
esperar que las enviaran desde España. Portales exponía: “Importa, que
Chile manifieste en sus monedas al monarca que reconoce, pues circulando en
todo el orbe culto, servirán de un verdadero manifiesto de su fidelidad y
gratitud”. El Gobernador Francisco Antonio García Carrasco, no permitió
la acuñación de estas monedas, excusándose con diferentes pretextos, siendo uno
de ellos: “que podían carecer de su valor real”. A ello, además
exteriorizaba: “que no lo tendrían, dado que el busto podría no ser igual
al original y a las facciones del rostro de Fernando VII, así también, las monedas
con el rostro proveniente de las matrices de España, eran las legitimas y por
ende darían el valor nominal a las monedas que se acuñarían en el país”.
El Gobernador
García Carrasco a pesar de su ambigüedad política, en pos de mantener su cargo
y autoridad alcanzada, confiaba que el pueblo de la Capitanía General de Chile
se mantenía leal al Rey de España, Fernando VII, pero esto no era suficiente para
haber otorgado la determinación de mostrar su lealtad al Rey cautivo, predominando
en este gobernador el temor a perder su puesto político alcanzado, haciéndolo
ver ante los ojos de la población del país como un sujeto indeciso y dual. Al
igual que García Carrasco, los miembros del Cabildo de Santiago, confiaron en
la lealtad del pueblo colonial chileno, abriendo sesión el 8 de octubre de
1808, donde acordaron hacer grandes esfuerzos con la finalidad de auxiliar a la
población española en su arrojo por expulsar al invasor francés y proteger la
soberanía española, además, conservando su lealtad al Rey Fernando VII. Por
ello, esta institución (El Cabildo), organizó una comisión, compuesta por un
alcalde y seis regidores, quienes estarían encargados de recopilar los
donativos voluntarios, entre todos los vecinos, con el claro objetivo de
socorrer a España. La actividad propagandística surgía con gran fuerza; la idea
de persuadir a los habitantes y vecinos cercanos a Santiago para que
contribuyeran con su esfuerzo, a través de aportes, y solicitando a los
cabildos de otros pueblos y ciudades que realizasen lo mismo. En estos dos años
de colectas y cobros de tributos, lograron reunir la suma de $50.629 pesos. Transcurridos
unos pocos días, el Cabildo de Santiago volvió a realizar una nueva
manifestación de fidelidad al rey cautivo (Fernando VII). Como se ve desde el presente, en ese tiempo ya existía la
idea de “mostrar una imagen es vital ante los ojos de una masa y de quienes
necesitan depositar confianzas en personas, instituciones, corporaciones y
gobiernos”.
La Junta de
Gobierno establecida en Sevilla, estaba en conocimiento de las intenciones que
poseía Napoleón hacia América, donde el Emperador francés había ya enviado a
varios emisarios al nuevo continente con la finalidad de convencer que el
emperador francés pensaba en ellas. La Junta de Sevilla temía que los
habitantes de las colonias fueran seducidos por esta influencia perniciosa para
el Imperio español, determinaron que regresarán a “las Américas”,
varios nacidos en ella que prestaban servicios en el Gobierno o en sus fuerzas
armadas, con el claro objetivo que contasen el estado de los negocios públicos
en la Península Ibérica, la actitud valiente y resuelta del pueblo español por
rechazar al francés invasor y de la esperanza de lograr con la ayuda de su
nueva aliada, Inglaterra, en su conflicto contra el Emperador, Napoleón
Bonaparte. Junto a ello, los emisarios que retornaban a sus tierras, en
América, venían también, con el compromiso de reunir los auxilios pecuniarios
que se juntasen en cada territorio colonial hispánico, para ayudar a la
población española en su guerra contra las fuerzas invasoras de Napoleón
Bonaparte. Es así, que con fecha 17 de junio de 1808 eran designados para volver
a la Capitanía General de Chile, el Capitán José Santiago Luco y el alférez de
navío, Eugenio Cortés; esto permite comprender el porque del retorno de varios
oficiales nacidos en Chile, como fue el Sargento Mayor, José Miguel Carrera
Verdugo.
El Capitán José
Santiago Luco y el alférez de marina, Eugenio Cortés, habían salido de España
junto al Brigadier José Manuel de
Goyeneche, natural de Arequipa, venían, pero, al llegar a Buenos Aires , en
agosto de 1808, este ultimo oficial de origen peruano se encontró envuelto en
una serie de intrigas; mientras tanto, el alférez Eugenio Cortés fue enviado a
la colonia portuguesa del Brasil por orden directa del Virrey Santiago Liniers para
hacer entrega de los pliegos escritos por este, a la princesa Carlota Joaquina
de Brasil y a su regreso a Buenos Aires debió acompañar al Brigadier Goyeneche
al Alto Perú. Solamente el Capitán José Santiago Luco, prosiguió su viaje a la
Capitanía General de Chile, llegando a Santiago el día 23 de octubre de 1808,
siendo recibido cinco días después en el palacio de Gobierno. El Gobernador
García Carrasco, recibía al Capitán José Santiago Luco, el día 28 de octubre,
donde debió presentar sus credenciales ante una junta de funcionarios públicos,
citados para ello. Producto de este ejercicio político-administrativo, fue
reconocido el Capitán Luco como emisario y comisionado de la Junta de Gobierno
de Sevilla.
El Capitán José
Santiago Luco mostró ser un personaje totalmente desprovisto de talento alguno
y menos tener la capacidad empatía, de una gran indolencia hacia lo que sucedía
con otras personas. Su persona era la menos capacitada para entregar las noticias
de lo que estaba sucediendo en España y menos, interesar a otros para apoyar la
población española en su intento por expulsar al invasor francés. La
personalidad del Capitán Luco generó la enemistad del Gobernador García
Carrasco, más por cuestiones frívolas de etiqueta que por las noticias que
traía, llevando a este último a tener que elegir a otro funcionario para
recaudar fondos para socorrer a la Madre Patria.
Para junio de 1809,
se había logrado reunir una buena cantidad de dinero, recibiendo la misión de
transportarla, el alférez de navío Eugenio Cortés, que por esos días había
regresado a la Capitanía General de Chile, procedente de Rio de Janeiro.
Eugenio Cortés salía ese mismo mes en dirección a El Callao con la remesa
reunida, la cual, ascendía a 198.189 pesos en monedas de oro y plata; producto
de la consolidación decretada por cédula del 26 de diciembre de 1802, unos 50.269
reunidos por otras acciones, siendo sólo 36.500 pesos, se debieron a donativos
voluntarios. Posteriormente al envío de estas remesas, se expidieron en los primeros
meses del año de 1810, 5.000 pesos recolectados por donativos, que serían los
últimos en ser enviados desde la Capitanía General de Chile, dado que el
Gobierno Nacional instalado el 18 septiembre de ese año, impidió despachar
nuevos caudales hacia la Península Ibérica.
Desde el año de
1808 hasta la fecha de conformación de la Junta de Gobierno, en 1810, las
posturas al interior del país se habían radicalizado dentro de la Capitanía
General de Chile y quienes tenían alguna cuota de poder dentro del Estado, despertando
en muchos de los habitantes y de las familias de mayor alcurnia e injerencia,
el sueño de emancipación. La idea de
independencia en el correr de dos años de haber jurado la población su
fidelidad al rey cautivo, muchas personas comenzaban a optar por aquella idea
de autogobernarse de forma independiente al Imperio español. Aunque los
habitantes del país mantuvieron su interés por los hechos ocurridos en España, el
alto grado de perturbación interna los llevaba a ver que el deseo de
independizarse como alternativa para frenar aquellas conductas en contravenían
lo establecido y la paz existente en el país. Estas verían un incrementó hacia
la posición monárquica y colonial, por las acciones en las cuales se vio
envuelto el Gobernador Francisco Antonio García Carrasco; quien con su actuar,
había agitado aun más la opinión de la población y aumentado las complicaciones
político-administrativas del país, afectando incluso el envió de caudales en
apoyo a la guerra que estaban dando los españoles, conocida, también, como: “Guerra
de la Independencia de España”. El comportamiento del Gobernador,
García Carrasco, llevó a la población de Santiago y sus alrededores a presionar
a las autoridades para que este renunciara, dando así, la necesidad de establecer
una Junta Nacional de Gobierno, la cual, hasta hoy en día, es considerada su
creación como el primer acto de emancipación contra el Imperio español.
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