7.- Entre
la derrota y el honor
Parte 1
Después
de la derrota experimentada el 5 de abril de 1818, en los llanos de Maipú, las
fuerzas del Ejercito Real de Chile, lograban escapar de la persecución llevada
a cabo por las ahora victoriosas tropas patriotas, en esa batida se resarcía la
vergüenza de la derrota sufrida en Cancha Rayada. Los hombres del Rey sufrían ahora la severidad
del castigo patriota. En su mayoría, los soldados del rey, provenían de Chiloé,
Valdivia, Concepción y Chillan, entre otras ciudades del Sur de Chile. Habían
sostenido la guerra por largo tiempo y a pesar del desdén que los miraban la
oficialidad de origen español, que arribaron en diferentes tiempos junto a
Gabino Gainza, Mariano Osorio, Casimiro Marcó del Pont, siempre desfilaron orgullosas,
mostrando valor y osadía en cada acción en la que se comprometieron, durante
todo el transcurso que duró el conflicto por la emancipación de Chile del yugo
hispánico. Mantuvieron en todos los periodos que duró la guerra por la
independencia, una rivalidad con los batallones provenientes del Perú y de
España (regimientos Talavera, Real de Lima, Arequipa y Burgos), por demostrar cuál
de ellos era más valiente, una competencia que llegó hasta el desquiciamiento,
dejándose matar por mostrar que eran superiores.
Los hombres reclutados en el país, mostraron su lealtad y aprecio por el antiguo sistema colonial durante toda la contienda por la emancipación de España, inclusive prolongando el conflicto por la causa del Rey por un largo tiempo después de su última y decisiva Gran Batalla, en Maipú. En el nuevo periodo de un Chile emancipado del yugo imperial, que se daba inicio con aquel triunfo de los patriotas en las cercanías de Santiago; los partidarios del Rey derrotados, oriundos de las provincias del Sur de Chile, se les unían hombres de los batallones procedentes de España y de otras regiones de nuestra América, que optaron por quedarse en Chile, sintiendo en sus personas la responsabilidad de guiar y luchar hasta lograr que el país volviese a ser parte del imperio hispánico.
Fue en el primer periodo, conocido
como Patria Vieja (1810-1814), donde las huestes realistas conformaran su
estrategia de combate con tácticas de guerrilla que los historiadores han visto
como una guerra donde las batallas eran desordenadas y ganaba quien se quedaba
con el terreno de la lid. En las los periodos que le precedieron, llamados como
“la Reconquista” (1814-1817), y de la “Patria Nueva” (1817-1819), las formas de
combatir se fueron transformando en combates más ordenados y estructurados,
donde el desplazamiento se daba en cuadros y la caballería en formaciones bien
establecidas. Las tres ramas quedaban bien diferenciadas una de otras, en el
bando patriota bajo la estructura que el General José de San Martin le había
dado, en tanto las fuerzas realistas mantuvieron la conformación de partidas
volantes que entremezclaba infantería, caballería e incluso de artillería. Los
combates de Chacabuco (12 de febrero de 1817) y de Maipú (5 de abril de 1818),
fueron una demostración de orden táctico y de dirección bien establecida.
Los batallones reales de la Capitanía General de Chile, conformados por hombres nacidos en esta tierra, mantuvieron el legado dado por el coronel Juan Francisco Sánchez, que estableció durante el sitio de Chillán y que acomodaba a la forma de vivir de aquellos hombres de vida campesina curtidos por la guerra, no trepidaron en ofrecer su existencia por lograr el deseo de recuperar el mundo colonial al cual estaban acostumbrados. Uno de tranquilidad y armonía que se vio alterado por la idea revolucionaria de emancipación. A pesar de ello y de mostrarse siempre sin una uniformidad castrense a la cual acostumbraban a ver los oficiales y soldados de tropas provenientes de España y del Virreinato del Perú, fueron juzgados por estos últimos como carentes de valor militar, de una forma muy similar a como fueron vistos por los generales alemanes a los hombres de la “división Azul”, en la cruzada nazi contra el bolchevismo durante la Segunda Guerra Mundial. Los hombres del país vestidos con los ropajes que podían rescatar de los harapos de sus uniformes entremezclados con vestuario civil y también de los pueblos originarios del Sur (mapuches, como aun es el poncho), fueron apreciados por imagen y al ver que ellos sostenían con fe y pundonor la guerra, comprendieron los oficiales realistas el valer combativo que tenían y que incluso el general San Martín apreció en los hombres provenientes de Chiloé; tampoco quedaban en saga los procedentes de Valdivia, Concepción, Chillán.
A
las tropas conformadas en Chiloé, -Archipiélago al Sur de Chile-, que en ese
entonces estaba bajo la administración directa del Virreinato del Perú, se formaron
los batallones de voluntarios de Castro y veteranos de Chiloé (Ancud), cuyos
habitantes sentían orgullo por unirse a estas fuerzas expedicionarios, que el
Brigadier Antonio Pareja junto a los oficiales y suboficiales reclutados en
Lima y el Callao, llegaron para organizar el ejército expedicionario del Rey. A
estas tropas se plegarían las existentes en Valdivia y posteriormente los
hombres partidarios del imperio español de las provincias de Concepción y de
Chillán. Fue
después de la marcha hacia los contrafuertes cordilleranos de Los Andes,
bordeando el cause del rio Maule, para encontrar el paso de “Querí”, que los
hombres de tropa procedentes de Chiloé cayeron en desgracia ante la vista de
quienes los habían preparado, al igual que los soldados provenientes de
Concepción y de Chillán.
La confianza y la fe en los oficiales que los dirigían se vería en cuestionamiento después de la Sorpresa de Yerbas Buenas, donde comenzaron las dudas sobre quienes los dirigían, las cuales aumentaron en la marcha hacia los contrafuertes cordilleranos en busca de pasos que se encontrasen desguarnecidos, como el de “Querí”, guiados por el Comandante de Milicias de Parral, coronel Juan Urrutia, apodado por los hombres de tropa, como “el coronel Manta Verde”. Según lo expuesto por el ayudante del Brigadier Antonio Pareja: “Después de la Sorpresa de Yerbas Buenas, se apoderó tal desconfianza de los soldados realistas y particularmente de los chilotes. Todo lo llamaban venta o traición. Creían que la sorpresa se había efectuado por inteligencia con los patriotas, y que los llevaban engañados para entregarlos como corderos.” (Historia General de Chile, Diego Barros Arana. Tomo IX. Parte Sexta. Capítulo XIV. Página 84. Rafael Jover Editor. Imprenta Cervantes. Bandera 73. Santiago, de Chile, 1888). Se culpaba al coronel apodado como “Manta Verde”, como el traidor, que había negociado con los oficiales patriotas la entrega de las vidas de ellos, llegando a un punto donde se negaron a continuar y solicitando retornar a las ciudades de Concepción y Chillán, lugares que sentían más seguros al estar más cercanas a Chiloé. Aquella acción determinó la forma que procederían los hombres del Rey en su actividad guerrera dentro del proceso emancipador chileno. Una que demostraba desconfianza en algunos de sus superiores y guardaban lealtad con quienes compartían sus vivencias en los campos de batalla y campamentos. La conducta de sus hombres, se adecuaba más a las acciones de guerrilla, más que el ordenamiento combativo de tropas de línea. Eso lo percibió el coronel Sánchez y que en el Sitio de Chillán las organizo para esta forma de guerra irregular o como hoy se conoce: “guerra asimétrica”.
La forma de proceder, llena de temor y de desconfianza en sus superiores, por parte de los hombres que conformaron las fuerzas de rey en Chile durante todo el proceso emancipador, fueron vistos por los oficiales españoles o procedentes de los virreinatos como sujetos de tropa carentes de valer militar y sólo útiles como cuadros de segunda línea. Estos sujetos de las milicias y tropas de línea de los ejércitos del Rey en la Capitanía General de Chile, fueron los mismos que sostuvieron, en momentos críticos, la bandera del imperio español en alto en estos territorios y en el último refugio realista existente en el país durante el año de 1813 y 1814, lograron que los patriotas levantarán el asedio al enclave del Rey, que aún existía en Chile y posteriormente hicieron que las fuerzas emancipadoras se encerraran en Concepción, y Quirihue y Los Ángeles, procediendo de la misma manera que ellos lo estaban haciendo, es decir, con partidas guerrilleras, que recorrían la región, transformando las batallas existentes en ese tiempo y hasta bien entrada la independencia de Chile, en enfrentamientos que no llegaban a describirse como batallas, al estilo de las europeas, salvo Chacabuco y Maipú, porque Cancha Rayada de 1818 caía en ser una acción de guerrilla, generada por las veteranas tropas realistas, acostumbradas a estas acciones y dirigidas por hombres como el coronel José Ordoñez, la cual se repetiría en la última de las batallas anteriormente nombradas (Cancha Rayada).
La percepción de los oficiales del Rey, procedentes de España o de los Virreinatos existentes en América, pronto variaba. A primera se les consideraba inútiles y de ser batallones de segunda línea a una donde las destrezas individuales y las decisiones personales eran un aporte a cada operación en la cual se veían comprometidas; percibiendo, entonces a la valentía que mostraban, esa conducta que se percibía y aun se aprecia como sin temor, que sólo demuestra que el miedo los llevaba a emprender alguna acción, con el fin de lograr el objetivo y preservar la vida de él y sus compañeros, donde el riesgo siempre estaba presente. Aquella percepción por la forma de vestir y las pocas prendas de uniformes de batallones, a los cuales estaban acostumbrados a apreciar en otras regiones del mundo, hicieron que los oficiales que arribaban se llevarán una mala impresión de los guerreros realistas, cuya lealtad era casi inquebrantable, porque “Dios el rey y su tierra era uno solo”. Tal vez fue la religión católica, a la cual se plegaron todos los hombres que perseguían la causa del Rey, como, asimismo, a los que profesaban la idea de emanciparse, producto de su educación y la impregnación en sus mentes, desde sus familias, acerca del temor a Dios y a las causas que Él defiende, las que motivaron aquella lealtad hacia la causa del Rey y del Imperio. Lo cierto que los jefes y oficialidad española y procedentes de otros territorios, pronto veían que su percepción fue la incorrecta y que el honor en combate se mantuvo hasta bien entrada la independencia. Incluso sufriendo el ser considerados como bandidos y delincuentes, que sólo se dedicaban a asolar los fundos y campos de hacendados para beneficio personal y con una crueldad extrema contra todo a quien juzgaban contrario a sus ideas. Así se vieron las guerrillas, -crueles, por cierto-, del Capitán Benavides, del coronel de milicias, Juan Manuel Picó; del cura de Rere, Juan Antonio Ferrebú y de los hermanos Pincheira, sin olvidar a las huestes de pehuenches, puelches, costinos (Huilliches y lafkenches bajo la guía del cura de Rere), entre otros que la historia guarda en secreto para ser develados, quienes sostuvieron la causa del rey hasta 1830.
Los hombres de los Ejércitos Reales procedentes de las provincias del Sur del rio Maule existentes en la Capitanía General de Chile y del Virreinato del Perú, mostraron un coraje, virtud y lealtad, que supero muchas veces a los regimientos extranjeros como los Talavera, Arequipa, Burgos y el Real de Lima. Fueron, principalmente, reclutados en Chiloé, y a pesar de mantener el deseo de volver pronto a sus hogares, a reunirse con sus familias y al trabajo en el campo, mantuvieron durante todo el conflicto un valor y capacidad guerrera, digna de elogios y admiración, no sólo por quienes los tuvieron a su mando, sino también, por el General trasandino y patriota, don José de San Martin, incluso llegando al final, ser muy bien apreciados por el Virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela.
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