Producto de la cercanía de la Capitanía General
de Chile con los Virreinatos de La Plata y del Perú, siendo de este último su
dependencia político-administrativa, pero en la inmediatez informativa recurría
a la procedente del primer Virreinato mencionado, y en especial de la arribada
desde la ciudad de Buenos Aires. Mientras el Virrey del Perú, Fernando de
Abascal, siempre se mantuvo leal al rey Fernando VII, el Virrey de las
provincias de La Plata, Santiago Liniers y los oidores trasandinos, al igual
que muchos funcionarios dentro de lo que hoy se conoce como Latinoamérica, se
mostraban indecisos y determinados a jurar lealtad a quien se viera como
triunfador y les asegurase, de forma muy conveniente, la conservación de sus
puestos.
La
conducta vacilante e incierta de las personas que poseían un cargo dentro de la
administración colonial, atrajo los reproches de la población, generando una gran
intranquilidad en los miembros de los gobiernos coloniales americanos y al
parecer, fue una de las causas que acelerarían el proceso emancipador
americano. La conducta decidida y segura de los habitantes de las colonias
americanas se hizo sentir en todas las regiones, evitando de esta forma que las
primeras intenciones de los gobernantes no fructificaran y en ninguna colonia
española en América. Aunque, en España, se reconoció a José Bonaparte como
Emperador, y a pesar que la población se sublevo contra el invasor, los nobles,
altos funcionarios y cortesanos en Madrid y Bayona habían jurado y reconocido
como soberano a José Bonaparte.
“Cuando
se conocen en sus pormenores los sucesos de aquella época, y se pueden apreciar
las formas legales con que se revistió la proclamación de José Bonaparte,
sancionada por gobierno existente en Madrid, se comprende que los gobernadores
españoles en América debían creerse, en cierto modo, obligados a obedecerlas, aparte
de que en este reconocimiento veían la conservación de sus títulos, rentas y
honores. Así, el mismo gobernador de Montevideo, don Francisco Javier Elío, que
más tarde desplegó tanto ardor en la defensa de los derechos de Fernando VII,
estuvo inclinado en los primeros momentos a reconocer el gobierno impuesto a
España por la invasión francesa, y sólo se abstuvo por la actitud resuelta del
pueblo. El viajero Mellet, que había llegado a Montevideo con el séquito del
emisario francés y que fue sometido a prisión con sus otros compatriotas,
escribe a este respecto lo que sigue: “Me hago un deber publicar aquí los elogios de este digno Gobernador
(Elío), y yo no sabría recomendar bastante la buena conducta que observó con
nosotros. Gracias a sus bondades, nosotros no carecíamos de los objetos más
necesarios; y llegó a creer que de todo corazón habría puesto término a nuestro
cautiverio, si no hubiese temido al odio de un pueblo enfurecido, único motivo
que lo obliga a considerarnos como criminales. Los sentimientos de benevolencia
que demostró después por la nación francesa me confirman en esta opinión”. (Historia
General de Chile, Barros Arana, Diego. Tomo VIII. Capítulo Primero. Página 34.
Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Editorial Universitaria. Segunda
Edición. Santiago de Chile. 2002).
Durante el mes de
septiembre del año de 1808 las noticias que llegaban a la Capitanía General de
Chile, procedente de Buenos Aires, diferían unas de otras; así las ultimas
fueron muy distintas a las primeras informaciones. Lo primero que había llegado
fue el apresamiento del Rey Fernando VII, quien quedaba cautivo en Bayona,
junto a su padre y predecesor en la corona española, Carlos IV. Se informaba sobre
alzamiento de la población española en contra del invasor francés. De la
crueldad de las tropas francesas contra la población española. De la conformación
en Sevilla de una Junta de Gobierno que tomaba la representación de la Nación
en nombre del Rey Fernando VII. Sobre los triunfos de los ejércitos conformados
por la población española contra los franceses. La victoria española en Bailén,
batalla que creaba la esperanza que pronto serian expulsados los invasores
franceses del istmo ibérico. Producto del giro de las informaciones los
gobernantes americanos, inclinados a reconocer sin ningún temor como emperador
de España a José Bonaparte, se vieron forzados a cambiar de opinión, más al
apreciar la determinación no sólo del pueblo español, si no, también de los
nacidos en las colonias americanas por combatir al invasor francés.
Es un fenómeno muy
especial el ver en la actualidad como la población de las colonias americanas,
optaba por guardar fidelidad al Rey Fernando VII, y el el deseo de luchar
contra el invasor francés por un monarca que nuca habían visto. Aquella
decisión de la población de América Hispánica condenando la usurpación del
trono y considerada como un acto de deslealtad por parte de Napoleón hacia un
aliado, por ello nunca seria reconocido el impuesto rey, José Bonaparte. La
población colonial española en el continente americano recibía la información
del actuar de su ex aliado y ahora invasor, por los emisarios enviados por el
mismo Napoleón y devueltos por el Virrey del Rio de la Plata, Santiago Liniers.
El emperador francés, Napoleón Bonaparte, vio el fracaso para seducir e imponerse
dentro de las colonias españolas y como la población generaba una espontánea
resistencia hacia él, reconociendo con disimulado despecho, el derecho que
tenían los pueblos de América española a su independencia. Esto último seria
uno de los detonantes del desarrollo de las ideas emancipadoras dentro de los
países americanos, y colonias de España.
“España y
Portugal son el teatro de una furiosa revolución. La fuerza, el poder y la
apacible moderación del Emperador les volverán a dar los días de paz. Si España
pierde sus colonias, ella habrá tenido la culpa. El Emperador no se opondrá
jamás a la independencia de las naciones continentales de América. Esta
independencia ésta ligada al orden necesario de los acontecimientos: lo está al
de la justicia y lo está también al bien entendido interés de todas las
potencias. Francia es la que estableció la independencia de los Estados Unidos
de la América Septentrional. Ella es la que contribuyó a cimentar el de varias
provincias. Ella estará siempre pronta a defender su obra. Su poder no depende
del monopolio. No tiene interés contrario a la justicia. Nada que pueda
contribuir a la felicidad de América se opone a la prosperidad de Francia, que
fue siempre bastante rica, y que la vería con gusto tratada con igualdad entre
todas las naciones y en todos los mercados de Europa. Sea que los pueblos de
México y del Perú quieran estar unidos a la metrópoli o sea que quieran
elevarse a la alta dignidad de una noble independencia, Francia jamás se
opondrá a ello con tal que estos pueblos no contraigan relaciones intimas con
Inglaterra. Para su prosperidad y su comercio. No necesita la Francia vejar a
sus vecinos ni imponerles leyes tiránicas”. Estas fueron las palabras
expuestas por Napoleón Bonaparte en la sesión que se abrió por parte del cuerpo
legislativo francés el 3 de diciembre de 1809. (Historia General
de Chile, Barros Arana, Diego. Tomo VIII. Capítulo Primero. Página 35. Centro
de Investigaciones Diego Barros Arana. Editorial Universitaria. Segunda
Edición. Santiago de Chile. 2002).
Las palabras
expuestas por Napoleón Bonaparte, eran un manto que ocultaba el despecho de ver
frustrados sus planes sobre América y para muchos americanos, las palabras
emitidas por Napoleón, fueron un guiño a las ideas de independencia que surgían
dentro de la población criolla o de españoles nacidos en colonia. Se despertaba
de esta manera en los españoles nacidos en el continente americano el anhelo de
lograr la emancipación y autogestión político-administrativa del territorio,
convirtiendo a cada país del continente en un Estado independiente reconocido a
nivel mundial.
Las colonias
americanas afectadas por las noticias de los hechos sucedidos en Europa, y en particular
en España, a los que agregabanse los sucesos acontecidos en los Virreinatos y
dentro de las mismas capitanías, en especial en la Capitanía General de Chile, produjeron,
- en específico para este relato-, en sus Cabildos y pueblo, que se pronunciasen
en favor del rey Fernando VII y en contra del Emperador francés impuesto. Las
ideas que expresaron con anterioridad, “los Tres Antonios”, en
Chile, habían llegado a gran parte de la población, las cuales hacían ver, que,
con la creación de la Junta de Gobierno, se encontraba también, el deseo de lograr
la emancipación del país. A pesar que las noticias arribadas al país, llegaban
con un retraso de dos meses de ocurridos, los habitantes de esta región en el
confín del mundo, estaban bien informados y atentos a las noticias que venían
desde los virreinatos o directamente de España a través de los puertos
existentes en Chile, o simplemente que traían quienes retornaban al país. Es
así, que el 10 de septiembre de 1808, se acusaba recibo de una nota que había sido
despachada con fecha 17 de agosto por el Virrey del Río de La Plata, Santiago
Liniers para el Gobernador de la Capitanía General de Chile, donde relataba la
detención del Rey Fernando VII por tropas de Napoleón que habían ingresado a
territorio español bajo el pretexto de invadir Portugal.
En la Capitanía General de Chile y en especial en la
que sería en un futuro su capital, Santiago, hacía tiempo que reinaba una gran
inquietud sobre los acontecimientos que estaban ocurriendo en toda Europa, en
especial en España y la gravedad de ellos, llevaban a sus habitantes a exigir a
las autoridades que la información fuera más frecuente de lo que estaba siendo.
Es así, que el Cabildo de Santiago, en
un acuerdo fechado el 9 de septiembre, tomaba la resolución de procurar los
recursos necesarios para establecer un correo mensual entre el país y las
Provincias Unidas de la Plata, llegando incluso a efectuar sus miembros y las
personas de la más conspicua sociedad santiaguina un aporte monetario para que
esto resultase.
La situación que
vivía España no sólo inquietaba a las autoridades de la Capitanía General de
Chile y a las familias más connotadas de la sociedad criolla del país, sino
también, a la población existente en cada provincia y pueblo dentro de lo que
era Chile colonial. Esta inquietud se vio apaciguada en parte por la carta que
remitió el Virrey Santiago Liniers al Gobernador de la Capitanía General,
Antonio García Carrasco, con el cual mantenía un constante intercambio de
misivas. Se suponía que producto de las noticias que expresaba, acababa con las
dudas e incertidumbres imperantes en el país sobre lo que estaba ocurriendo en
el exterior, al entregar una información acerca de la gravedad de lo que estaba
pasando en España; dado que los reyes de España (Carlos IV y Fernando VII), victimas
del engaño y las insidiosas intrigas de Napoleón Bonaparte, se hallaban
prisioneros en territorio francés. Dejando en claro que España quedaba sometida
a una fuerza militar napoleónica de cien mil soldados, precedidos de la
reputación de invencibles y además, que la nobleza española y las autoridades
de la metrópoli habían reconocido como su emperador a José Bonaparte; mientras
en Sevilla se organizaba una Junta para proteger la administración de la Nación
española y por ende del Rey Fernando VII. Los poderes de la Unta de Sevilla estaban
limitados a una parte de la población, por que muchos no la reconocían. También
exponía de los auxilios de los ingleses que enviaban a la insurrección española
y de la probable alianza entre las dos naciones para luchar contra el invasor
francés.
Las noticias
recibidas produjeron en los habitantes del país una profunda perturbación en sus
ánimos. Muchos habitantes, en especial quienes ostentaban algún cargo en la
administración colonial, opinaron que era imposible no dejar de reconocer a
José Bonaparte como el nuevo Emperador de España y sus colonias,
fundamentándose en la renuncia obligada que hicieron los reyes de España, y que
había sido aceptado por la nobleza española y de los altos funcionarios del
poder público en Madrid y Bayona, y sostenido por la fuerza de los cien mil
franceses, que se juzgaba irresistible. Esto no afectó para que los habitantes
de Chile, sus dirigentes políticos y las familias más connotadas se mostraran
con una lealtad inalterable en favor del Rey Fernando VII, como su monarca
legítimo, al igual que en otras regiones de América. En los días posteriores a
la información arribada de Buenos Aires, las calles de Santiago se llenaron de
proclamas manuscritas que circularon de mano en mano y buscando persuadir a la
población del país, excitando los sentimientos a favor de la monarquía de los
Borbones en España y odiosidad contra todo lo que fuera francés. El clero
secular y regular juramentaban su fidelidad en favor del monarca aprehendido
por Napoleón. Los religiosos de las diferentes ordenes procedían a realizar una
serie de rogativas y procesiones en las ciudades y campos, para que la
protección del cielo cayera sobre quienes defendían la Nación española y la
legitimidad del trono por parte de Fernando VII. En sus sermones se mostraba
que Napoleón Bonaparte y sus tropas profanaban las iglesias, -en especial los
Mamelucos-, burlándose del culto a Dios y a Cristo y bautizando a sus corceles
con el nombre de los santos católicos; llevaron que la predica en los púlpitos católicos,
se refiriera a la perversidad de los invasores franceses, dándoles el nombre de
“impíos, perjuros, paganos y abortos del infierno”.
Los acontecimientos en España generaron una
honda preocupación en todas las colonias de América; y en Chile, dentro del
Cabildo de Santiago, llevando a sus miembros a buscar la forma de cómo podrían
socorrer a la Metrópoli y de colocar a la Capitanía General en estado de
defenderse contra toda agresión extranjera. El Cabildo junto a las personas más destacadas de las
familias más reconocidas de la sociedad santiaguina, buscaron la forma de
reunir los recursos para ser enviados a la valiente población española en su
guerra contra el invasor francés. Con el deseo de darle una nota de
formalidad y seriedad, el Cabildo solicitaba que el Gobernador de la Capitanía
General de Chile, Antonio García Carrasco, se integrara en calidad de Regidor
Auxiliar a esta. García Carrasco, declinaría esta invitación, llevando al
Cabildo a elegir a tres de sus miembros para que tomarán parte en las
deliberaciones. Uno de ellos fue su propio asesor, Juan Martínez de Rozas,
considerado muy versado en negociaciones administrativas y de Estado. García Carrasco
como Gobernador acepto todo lo realizado por el Cabildo y este organismo en sus
deliberaciones desarrollaba la asamblea que debía ver las formas de procurar el
apoyo a la Metrópoli y la creación de una defensa disuasiva contra todo intento
de invasión por fuerzas extranjeras, contrarias al imperio español. Los
miembros del Cabildo demostraron una gran actividad para responder a la responsabilidad
depositada. Una semana estuvieron planeando y organizando las formas y la
obtención de recursos para establecer la defensa del país contra todo invasor
extranjero y de enviar ayuda a la Metrópoli.
Declaraban el día 19 de septiembre, la finalidad de sus propósitos: “de
hacer ver al extranjero que los chilenos querían ser sólo españoles, vivir bajo
la dominación del incomparable monarca Fernando VII, sostener el nombre de
España y confundir la perfidia demostrando que preferían el vasallaje de esa
nación al de todo el mundo”. (Historia General de Chile, Barros Arana,
Diego. Tomo VIII. Capítulo Primero. Página 36. Centro de Investigaciones Diego
Barros Arana. Editorial Universitaria. Segunda Edición. Santiago de Chile.
2002).
El Cabildo exponía
al Gobernador lo que debía hacerse para la defensa del reino, mostrando la
necesidad en colocar sobre las armas, a diez mil soldados de Milicia en el
obispado de Santiago y seis mil en el de Concepción, a los cuales se debía
disciplinar y listos para acudir a donde fuese necesario, pero sin dejarlos de atender
sus trabajos, porque no se les daría estipendio alguno. Para armarlos, se
comprarían diez mil fusiles con sus respectivas fornituras, seis mil pares de
pistolas y seis mil sables, producto que los machetes construidos en tiempos
del gobierno de Muñoz de Guzmán no eran útiles para una caballería reglada.
Junto a ello, se mandaron a pedir la construcción de cincuenta cañones de
bronce a Lima, unos de Campaña y otros para fortalezas, con su munición
respectivas y solicitándole al Virrey del Perú, Fernando de Abascal, ochocientos
quintales de pólvora. En ese tiempo se suspendieron todas las obras que no tuvieran
el fin de establecer defensas contra los posibles invasores o los enemigos de
Estado.
Si
se ve a la economía como un proceso humano, donde se busca ordenar y distribuir
los escasos recursos existentes, es decir, la búsqueda de una forma de
administrar los bienes y recursos existentes de modo eficaz y razonable,
teniendo en cuenta que estos (los bienes y recursos), son escasos y limitados.
El Cabildo de Santiago, visualizaba en esos tiempos previos a la creación de la
Junta de Gobierno que, “si no se auxiliaba al real erario con nuevos
impuestos”, no podrían desarrollar el proyecto de defensa, viéndose en
la imperiosa necesidad de hacer varias asambleas para ver qué era lo más
factible de hacer, bajo la percepción que el erario nacional, era la razón
productiva del país y el único recurso para la creación de fuerzas militares
bien pertrechadas que disuadieran a cualquier extranjero intentar invadir a la
Capitanía General de Chile. Los miembros
del Cabildo llegaron el día 22 de septiembre, con la idea de sesionar con el
claro objetivo de aumentar durante un año la mayor parte de las contribuciones
existentes, imponiendo a panaderos, bodegueros, empleados públicos y
comerciantes según sus rentas, y así formar un caudal de dinero que fue
denominado “fondo patriótico”; sería el mismo Cabildo, quien
asumió la responsabilidad de la inversión del recurso recolectado, dejando a
una persona de su responsabilidad a cargo de las llaves de la caja donde se
guardarían. Junto a esta acción, al día posterior a la reunión, propusieron,
también, un plan de economía, basado en la reducción de personal en algunos
trabajos y servicios públicos, creyendo que así reducirían unos diez mil pesos
cada año. La política de disminuir el recurso variable, ya en esos tiempos
comenzaba a ser ejecutado previa planificación y creencias.
En ese tiempo la situación existente
en el país, no sólo dejaban en claro la pobreza del tesoro real existente en la
Capitanía General de Chile, sino lo dificultoso que serie el poder cumplir lo
proyectado (creación de tropas y adquisición de armas, municiones y
fornituras), y así, poder hacer frente al probable invasión de fuerzas
extranjeras al territorio de la Capitanía General de Chile. Aquella presumible incursión
por tropas napoleónicas, cuyo emperador era mirado como el usurpador al trono
de España, motivaba y lograba cohesionar a la población del país, generó todo
el deseo de poseer una serie de batallones bien armados e instruidos, cuyas
formaciones fueran con gente nacida en Chile. La fuerte influencia religiosa, sumado
a las noticias que llegaban, hicieron que la población de América y para
efectos de este relato, la existente en Chile, mostraban una firme decisión de
reconocer como único soberano a Fernando VII; esto, también ocurría y de la
misma manera, en los Virreinatos de La Plata (Argentina, Uruguay), Nueva
Granada (Colombia, Ecuador), Nueva España (México), en todo estos dominios la
gente se mantuvo leal al monarca cautivo, y poco a poco comenzarían a
radicalizarse hacia los deseos de emancipación.
Cabe mantener la idea desde tiempos que el
humano se ha reunido en grupos y el despertar de los deseos de hegemonía y
dominio sobre territorios y seres de su misma especie, se ha intentado ejercer
poder mediante medidas de coerción, persuasión e incluso de seducción. Producto
de ello, del surgimiento del lenguaje y de nuevos sistemas que permitieran al
hombre en su evolución tecnológica e intelectual informarse y lograr
comunicarse a distancia con otros sujetos,
también con ellas el engaño y la mentira se perfeccionaban junto a estos
instrumentos. “El, miente, miente, miente, porque siempre algo queda”,
atribuido al Ministro de Propaganda Nazi, Joseph Goebbels, es más antiguo que a
quien se le es indicado. Producto de ello, en los comienzos del siglo XIX y
finales del XVIII, en las colonias de América pertenecientes al imperio español
y afectadas por los sucesos que ocurrieron en España y el Rey Fernando VII,
surgieron una serie de informaciones, que, permitieron el desarrollo de una
serie de ellas, tanto por vía oral, cartas, actas, los periódicos que se
redactaban en esos tiempos y todo tipo de misivas procedentes del viejo
continente (Europa). Las intenciones en ese tiempo, tenían como finalidad
generar la incertidumbre y el temor en las poblaciones, en especial en las
personas que demostraban la determinación de oponerse al dominio napoleónico de
España.
Los habitantes de América en sus demostraciones de
exaltada fidelidad a Fernando VII, aprehendido por las fuerzas napoleónicas y
enviado junto a Carlos IV-su padre- cautivo a Bayona, en calidad de rehenes, en
sus ansias por saber de los acontecimientos que se vivían en España, prestaban
atención a todo tipo de informaciones, rumores e historias, las cuales eran tan disimiles unas a otros, -dependiendo
de quién era su emisor-, generando
alarma y preocupación, no sólo a los españoles avecindados en América, sino, también,
a los que habían nacido en estas tierras. Dentro de las noticias esparcidas, se
contaba una donde se hacía mención acerca de la carencia de poder legal que la
Junta de Gobierno instalada en Sevilla tenía, y por ello no podía arrogarse la
representación de la metrópoli y de las colonias. En otras notas se expresaba
que España, envilecida y debilitada por el mal gobierno de los últimos años, no
podría resistir el poder invencible de los ejércitos napoleónicos y que sería
sometida y obligada a reconocer al monarca extranjero. Todo esto no impidieron
que las personas dentro de las colonias tuvieran la percepción que el imperio
se encontraba acéfalo, al no estar el Rey, no existía organismo que, en su
deseo de mantener y cuidar el poder del soberano, evitara el cuestionamiento
dentro de las colonias, en cuanto a qué debían hacer estas, privadas del
monarca natural para mantenerse libres de dominación del usurpador. Esta
percepción generaba en las personas en América se temas de conversación y
fuertes disputas en las calles, reuniones, saraos y en todo lugar donde los
sujetos se reunían. Estos debates serian la iniciación del germen de los deseos que surgieron posteriormente en el
continente americano, en cuanto al sueño de emanciparse del imperio.
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