domingo, 29 de junio de 2025

Las Campañas del Sur : 3.-Napoleón se hace del poder del imperio español

 


 

                Desde el momento que Francisco Antonio García Carrasco asumía el gobierno de la Capitanía General de Chile, empezaron a suceder una serie de acontecimientos que indicaban que el país se dirigía a una revolución independentista, del mismo modo que acontecía en los Virreinatos del Rio de la Plata, de Nueva España (México y demás países centro americanos) , de Nueva Granada (Colombia, Ecuador), unida a la Capitanía General de Venezuela, donde en cada una de ellas se formaban Juntas de Gobierno, del mismo modo que sucedió en España donde la Junta de Sevilla adquirió mayor relevancia a las que se habían creado en otras ciudades españolas.

Mirando desde una retrospectiva al pasado, los países de América Latina, se fueron plegando a este estilo de preservación del Imperio español, y como hasta hoy se aprecia, con la idea de cuidar los territorios coloniales para el Rey Fernando VII, cautivo por los franceses. Esto acaecía en la medida que llegaba información proveniente de España, la cual demoraba más de dos meses hasta el continente americano. Así, desde el zarpe del puerto de La Coruña, las embarcaciones en dirección a Montevideo, quedaban supeditadas a una serie de contratiempos generando un retraso de otros dos o más meses, para que las noticias llegaran a la Capitanía General de Chile. El conflicto con Gran Bretaña, hacia que las vías marítimas sufrieran grandes contratiempos, produciendo en los habitantes del gran continente americano una gran angustia por noticias procedentes de Europa, no sólo por los intereses comerciales que representaba, sino también, por las graves complicaciones de carácter internacional e interna en la cual se encontraba España.  En este proceso logístico del transporte de la información y mercaderías, no se debe olvidar las dificultades que presentaba la cordillera en invierno, bloqueando el tránsito por los pasos habilitados, producto de la cantidad de nieve que la cubría y lo veleidosa que es la montaña, donde las tempestades hacen su imperio. Quedaba entonces, como única alternativa, que embarcaciones intentaran cruzar por el Estrecho de Magallanes desde el Océano Atlántico al Pacífico. Los problemas que la naturaleza ofrecía para transportar, no sólo mercaderías, si no también, cartas y noticias, generaba un grave dilema difícil de superar y que afectaba que la información fluyera con la velocidad que necesitaban los pobladores de esta región del continente. El paso por el Estrecho de Magallanes era riesgoso para las embarcaciones que intentaran cruzarlo, dada la violencia de las masas de agua salada a las cuales debían enfrentar y que cobraba siempre la perdida de alguna nave y de sus tripulantes, producto de las inclemencias que debía enfrentar, por ello era más seguro el cruce de Los Andes, a pesar del bloqueo natural que presentaba para llegar a la Capitanía General de Chile, es por ello, que los tiempos de arribo de la información a la Capitanía General de Chile o al Virreinato del Perú, fueron muy demorosos.

Desde febrero de 1808, la información que llegaba de España relatando la serie de perturbaciones que se sucedían al interior de ella, y que habían comenzado a inquietar a quienes vivían en las colonias de América, generando una alarma que conllevaría a la conformación de juntas del mismo modo a las constituidas en la península ibérica, donde destacaba la Junta de Sevilla, con el objetivo de preservar los territorios hasta que el Rey recuperara su trono y la Metrópoli española volviera a su orden político administrativo.



                 El conflicto por el trono español venia viviéndose desde un par de años atrás, originada por la lucha política entre Carlos IV con su hijo Fernando VII, lo que conllevó en octubre de 1807, a este último, al parecer, y según la Gaceta de Madrid, a tramar en El Escorial una conspiración contra la vida del Rey (Carlos IV). Si bien, la noticia era expuesta por una proclama firmada por el mismo Rey Carlos IV. En tanto este acto, tanto en las las colonias americanas y en la misma España, las personas supusieron que no era más que una intriga urdida por el odiado valido del Rey, Manuel Godoy, con el claro fin de perpetuar a Carlos IV en el poder y mantener la corona del Imperio español. Los eventos que se sucedían en la Metrópoli del Imperio español, hacían que la información de estos sucesos llegara con retraso a las colonias; es así, que en las colonias americanas se recibía comunicación proveniente de España y de Europa, cada dos meses. Este atraso informativo a veces llegaba a ser mayor a los cuatro meses.

Napoleón había utilizado la alianza franco-española, para solicitar a Carlos IV el ingreso de tropas a España para invadir Portugal. Carlos IV como rey de España permitió que las tropas francesas de Napoleón ocuparan ciudades y plazas fuertes españolas, en su esfuerzo como aliado de Francia y de guerra contra Portugal, Estado que se mostraba aliada de los ingleses en aquel conflicto imperial entre Napoleón y algunos reinos europeos de esa época.  Pronto Carlos IV se daría cuenta del plan que había ideado Napoleón Bonaparte, el cual al ver que Carlos IV abdicaba en favor de su hijo Fernando VII, daba un Golpe de mano, apresándolos a ambos y dándole a su Hermano José Bonaparte la regencia de España.

                Bajo esta nube sombría que se cernió en todo el imperio español, despertó la desconfianza en varios de los habitantes de la Capitanía General de Chile, en tanto, otros miraban con satisfacción el acontecer de los hechos dentro de la Metrópoli (léase: Península Ibérica- España). Las noticias en esa época de 1808, provenían de Buenos Aires principalmente y también desde el Perú y los barcos que cruzaban el Estrecho de Magallanes en dirección al Puerto del Callao.  En alguno de los correos provenientes de Buenos Aires de 1808, llegaba una noticia con características de ser primicia, al ser escrita a última hora, que dejaba traslucir las justas aprehensiones del pueblo español sobre la situación sufrida por el Rey Fernando VII, la cual comenzaba a mostrarse a partir a mediados de 1808. En ella se informaba del pérfido engaño que realizo Napoleón Bonaparte al momento de la abdicación de Carlos IV en favor de Fernando VII, a quienes aprehendía con una vileza jamás realizada contra algún monarca.

                Fernando VII marchaba preso en dirección a Bayona, lugar que seria su presidio mientras Bonaparte dirigiera España y dominara en Europa. En tanto, el válido del Rey Carlos IV, Manuel Godoy había sido aprehendido por los españoles partidarios del ahora joven Rey, Fernando VII, ante la abdicación de Carlos IV en su favor, siendo libertado por las mismas tropas francesas que llevaron apresado a Fernando VII y ocupado Madrid; permitiéndole a Manuel Godoy evadir el proceso por sus infamias. España pasaba de ser un gran aliado francés a un Estado sometido por estos últimos y la población peninsular se alzaba contra el invasor y daba inicio a una lucha por volver a su independencia, en tanto la nobleza española doblaba sus piernas al nuevo jerarca impuesto por el invasor, aceptándolo y reconociéndolo como el soberano de España y de todo su imperio. Napoleón se hacía, de esta forma, de un nuevo territorio, aunque no de sus habitantes que decidieron enfrentar a los cien mil soldados napoleónicos que ocupaban el país.  El Pintor Francisco de Goya, plasmo en una serie de pinturas y dibujos, el convulsivo periodo que vivió España en ese tiempo, mostrando en sus composiciones una cruel y realista visión de los hechos, donde las atrocidades de la guerra cometida a la población civil, sin importar la clase y condición de los sujetos, transformando en cada dibujo y pintura, a las personas en víctimas, más que en héroes. Goya se transforma, en una mirada simplista, en el primer reportero gráfico de las atrocidades de las guerras.



                La sangre española mostraba en este conflicto, el vigor y fuerza para hacer frente a las adversidades que el invasor deseaba imponer. Esta fuerza espiritual queda plasmada en una proclama escrita para los pueblos en nombre del “alcalde de Móstoles”, en cuyo nombre se escondía la figura del Fiscal del Supremo Consejo de Guerra, quien durante la invasión y apresamiento de Fernando VII por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, la redactó con el más ardoroso patriotismo,  mostrando el alma del español a quien llamaba a las armas: “Españoles- decía el alcalde de Móstoles-, vuestro sufrimiento por más de dieciocho años  bajo un gobierno, el más tirano y monstruoso de cuantos ha existido en la tierra, os ha conducido al extremo que un extranjero elevado por la casualidad, admitido por la inocencia de los pueblos que suspiraban por su libertad, y sostenido por el genio inconstante de los franceses, tenga la pretensión bárbara de dividir nuestra patria para reducirnos a una esclavitud vergonzosa y eterna como lo ha hecho con otros numerosos pueblos, después que se sometieron a su protección y poder…Españoles armaos al momento…Juraos amor y concordia. España y el honor sean vuestro Dios tutelar, y sólo queden vuestros padres ancianos y vuestras mujeres para cuidar de los campos y de las casas. En fin, guerra y destrucción a los tiranos y triunfe la patria”. (Historia General de Chile. Tomo VIII. Barros Arana, Diego. Parte Sexta. Primer periodo de la Revolución de Chile, de 1808 a 1814. Capítulo Primero. Página 27. Editorial Universitaria. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Segunda Edición. Santiago de Chile. Enero de 2002).

Mientras esto ocurría en España, en la Capitanía General de Chile, las personas comenzaron a variar de opinión según la información que llegaba, ya sea por tierra o mar. Mientras los nacidos en esta tierra, en público hacían referencia en sus opiniones a mantenerse fieles a España y al Rey, los españoles de nacimiento y los funcionarios de gobierno, mostraban una dualidad en sus expresiones, al creer en estas como los criollos, pero a su vez sostenían que: “Napoleón era el noble e invariable aliado de los Borbones”. Don Juan Antonio Ovalle, abogado santiaguino, quien pronto adquiriría en un futuro próximo a los sucesos que se estaban desarrollando, una prominencia notable, en lo que se conoce como las postrimerías de la Junta de Gobierno de 1810, producto de haberse ganado la reputación de ser un político profundo, como se decía hasta un tiempo atrás post dictadura militar y el retorno a la democracia: “era un gran estadista”. Ovalle sostuvo por el mes de agosto de 1808, al llegar noticias de los sucesos acaecidos en España, que los reyes del Imperio español fueron victimas de una infame perfidia de Napoleón Bonaparte y, que éste fingiéndose aliado de los españoles, no tenía más interés que imponer su poder al país hispánico y colocar un nuevo monarca en su trono, como lo fue José Bonaparte. Esta opinión emitida en los saraos y reuniones políticas, lo llevó a ser considerado como un profeta. Muchas de las personas que participaban de estos círculos y tertulias, por mantener sus opiniones sobre los sucesos los llevaron a realizar acaloradas discusiones, donde la divergencia de sentires y de esperanzas, llevó a que muchos partidarios del Rey tuvieran inquina hacia quienes profesaban una lealtad hacia España y el Rey apresado y no consideraban a Napoleón como un aliado del Imperio y amigo de los reyes Borbónicos. Ovalle sufriría junto a otros sujetos, acusados de patriotas, la persecución a la cual los miembros del Gobierno de la Capitanía General de Chile y los españoles de nacimiento, le hicieron.



El mundo de las especulaciones y de las dudas desaparecería en un par de meses de la Capitanía General de Chile al llegar el 10 de septiembre de 1808 a Santiago, un correo extraordinario procedente de Buenos Aires y no de Montevideo, como era lo habitual. La información proveniente de Buenos Aires fue vista como reciente, original y segura de proceder directamente de España, sin haber sufrido ningún tipo de intervención. Esto hizo suponer que estas notas habían arribado al continente americano a mediado de julio en una goleta que zarpó desde Cádiz entre abril y mayo de aquel año. Tanto sus tripulantes, como los impresos, correspondencia y pasajeros embarcados, informaban que Napoleón, después de la abdicación de Carlos IV en favor de Fernando VII, y del apresamiento de este último, designó como emperador de España a su hermano José Bonaparte. Y mientras la mayoría de los altos dignatarios de la Monarquía y del gobierno, a estos se sumaban los cortesanos existentes en la ciudad de Madrid, lo reconocían, el pueblo español se alzaba como si fuera un solo hombre empuño las armas, declarando la guerra abierta e implacable al francés invasor.

La idea de Napoleón de apoderarse del reino “donde nunca se oculta el sol”, es decir, España, era apropiarse las colonias españolas en el continente americano y de otras regiones del mundo sin más esfuerzo que sometiendo a los países de la península ibérica.  El Emperador de origen francés, Napoleón Bonaparte, con esta acción cumplía parte de su propósito esencial como era mantener sometidas las colonias de los reinos de la península Ibérica (Portugal y España), bajo su dominio. Creía el joven corso, como era, también, nombrado el astuto emperador francés, que los reyes de España copiarían lo realizado por el monarca portugués, al ver la imposibilidad de mantenerse en su territorio continental europeo, optarían por abandonarla y establecerse en una de sus posesiones de ultramar, como lo realizado por este último en Brasil.  Los ex aliados entraban en un franco proceso de conflictos, llegando incluso Napoleón a solicitar a su Almirante Rosilly que ocupase el puerto de Cádiz con una fuerza naval, para evitar la fuga de Carlos IV y a toda la familia real del apresado Fernando VII, -verdadero monarca de España y sus territorios-.  Con la habilidad que le caracterizaba a Napoleón, en cuanto a urdir intrigas y otras acciones que le permitiesen cumplir sus intenciones y objetivos establecidos en su mente, lograba reunir a príncipes y nobles de la corte española en Bayona y obligarles a renunciar a sus privilegios y derechos monárquicos y al trono; pero caía en el error de imaginar, con la ocupación de la ciudad de Madrid, por parte de sus tropas, que sometía la totalidad de España y podía mantener bajo su poder a las colonias españolas de ultramar, evitando toda idea de insurrección en ellas. Además, imaginaba que acababa toda intención inglesa de invadir y ocupar las colonias españolas existentes en el mundo, en especial, las americanas.

El deseo de informar, por parte de Napoleón, a la población de las colonias que las renuncias del Rey y del príncipe al trono español, obligaron a la Junta que ejercía el gobierno en Madrid que redactara una circular o misiva a los Virreinatos y Capitanías Generales, haciéndoles ver que debían rendir obediencia al nuevo soberano del imperio, es decir a José Bonaparte.

En una de las cartas escrita entre 8 al 11 de mayo de 1808, de Napoleón a su Mariscal Murat, exponía: “Es preciso enviar desde luego algunos buques a América con proclama de la Junta. Por mi parte, yo haré salir otros de los puertos de Francia. Es menester cargar a bordo de esos buques unos veinte mil fusiles. Por mi parte, yo enviare otros tantos. Debemos esperar que un buen número de ellos llegará a destino” …” Ya os he prevenido, decía, que es necesario que en todos los buques que se despachen a América se embarquen fusiles y pistolas, que hacen falta en esos países. Será bueno también embarcar en cada buque un cierto número de reclutas. Aunque se pusieran en cada uno treinta o cuarenta hombres, eso haría un buen efecto en América, porque aquellas colonias verían que se piensa en ellas…Hacedme saber si es efectivo que los españoles tienen en Rio de Janeiro un depósito de miles de millones  de pesos…Los buques que se despachen a América  deben ir cargados de cartas de la Junta de Madrid con los documentos justificativos (la abdicación de Carlos IV y de Fernando VII), y de las cartas del ministro de la marina, de que se sacarían doce copias. Creo que los puntos a que más conviene enviar estas expediciones son México y Río de La Plata”. (Historia General de Chile. Tomo VIII. Barros Arana, Diego. Parte Sexta. Primer periodo de la Revolución de Chile, de 1808 a 1814. Capítulo Primero. Página 29. Editorial Universitaria. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Segunda Edición. Santiago de Chile. Enero de 2002). En estas cartas que fueron publicadas posteriormente en los libros denominados “Correspondance de Napoleón I, publieé pour Napoleón III”, en su volumen XVIII, páginas 75 y 96, muestran la importancia que Napoleón Bonaparte daba a las cartas y demás artículos escritos, como a las publicaciones expuestas en prensa. Y que en las notas expuestas en este párrafo demostraba la fe ciega que persuadirían a los españoles de no seguir manteniendo aquella ciega lealtad a su Rey y príncipe de la Casa de los Borbones, desconociendo la fuerte unión de la población española con la religión y por medio de ella a sus monarcas. La Guerra por la Independencia Española, surgiría desde la misma población peninsular que orgullosa de ser española y su régimen monárquico, no toleraron al francés invasor y transgresor de su existencia, de su forma de vivir y sus costumbres.

Esta conducta beligerante y libertaria española traspasaría el Océano Atlántico y se arraigaría en cada colonia española existente en América. Sometidas las colonias a una serie de restricciones que impedían comerciar con países que vivían la revolución industrial, como Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, entre otros, y teniendo como finalidad el obtener aquellos productos que debían hacerse por medio del contrabando, que motivaba a realizar otras acciones de corrupción dentro de cada territorio colonial en el continente “descubierto”,  a desear poder establecer una libertad comercial que les permitiría poder negociar con aquellos países que no pertenecían al Imperio y cuyo salto industrial, mostraba una serie de productos deseables para los habitantes de los territorios coloniales hispánicos.

Desde su residencia de Bayona, Napoleón preparo el envío de comisarios especiales que llevarán a los gobernadores de las provincias de América los despachos de las autoridades españolas y de las de su gobierno (léase José Bonaparte), como, asimismo, las instrucciones que debían cumplir estos funcionarios para que se reconociese al nuevo soberano. Así salían de España tres embarcaciones con dirección a México, Venezuela y Rio de la Plata, en aquellos navíos iban algunos agentes con noticias y con la misión de persuadir a los gobernantes de aquellos Virreinatos para que reconocieran al nuevo emperador de España. Mientras las embarcaciones navegaban por el océano Atlántico en dirección a América, Napoleón preparaba una expedición de tres mil hombres y una flota naval considerable, con el claro objetivo de alcanzar el Virreinato de la Plata y someter a Buenos Aires, colocando de forma directa bajo el dominio de Napoleón a esta Gobernación colonial y así evitar la invasión de alguna fuerza enemiga (Inglesa y/o Holandesa), o impedir cualquier alzamiento de la población del Virreinato de la Plata y que sirviese de ejemplo a los otros Virreinatos y Capitanías Generales.

Mientras Napoleón urdiendo otras acciones para subyugar a las colonias, especialmente en América, los comisarios que habían salido de Bayona, cumpliendo los compromisos que se le habían entregado, obtenían en cada lugar donde realizaron su gestión resultados pocos lisonjeros, no tanto por la resolución de los gobernantes de estos países, que ante todo deseaban preservar sus puestos y cargos, si no por la actitud resuelta del pueblo por negarse a reconocer un soberano extranjero. Los comisarios franceses, en general, fueron muy bien recepcionados en las colonias americanas, en especial por los funcionarios de origen español que servían en las diferentes administraciones coloniales, dado que deseaban preservar sus cargos y la pretensión de mantener los virreinatos y capitanías generales bajo el poder de la Metrópoli (España). Este habito de preservar los trabajos mostrándose partidario de la tendencia política vencedora o de quien se hace del poder de la administración político- económica y social del Estado, aun se mantiene dentro del país.

El hombre medio del continente americano aun no comprende el por qué la población de América en ese tiempo se declaraban enemigos del nuevo soberano impuesto por Napoleón. A pesar de las distancias con la Metrópoli del Imperio y que muchos de los habitantes en colonias nunca pudieron viajar a la Península Ibérica y menos a Europa, como asimismo nunca haber visto en persona al monarca español, se sentían fuertemente ligados a la Monarquía española y su forma de gobierno imperante; producto de este fuerte arraigo de las personas en las colonias, forjaron que estos sintieran la acción urdida por Napoleón para hacerse de España y su Imperio como una traición no sólo al Rey y su Administración imperial, sino también a cada habitante de la América hispana.

 Napoleón Bonaparte proseguía su actuar elaborando un plan de invasión al Virreinato de la Plata. Y es por ello, como primera actividad, el envío de un comisario a Buenos Aires y para ello se adquirió el bergantín “La Consolateur”, al cual se armó en guerra y se dejó su mando a dos oficiales de la marina imperial, embarcando en él una carga considerable de armas y municiones; junto a esto, Napoleón pedía los despachos de oficiales españoles que debían viajar al continente americano a prestar servicios y que podían viajar en el navío recién armado y preparado para navegar en dirección a América. Su segunda actividad era preparar una expedición en dirección al Virreinato de La Plata.

Con fecha de 19 de mayo de 1808, Napoleón escribió desde Bayona a su Mariscal Joaquín Murat, lo siguiente: “Es cierto que sería necesario enviar una expedición a Buenos Aires; pero esta expedición debe salir del Ferrol- El Santa Elena, el San Fermín, la Venganza y la Magdalena están armados; pero estos cuatro buques no pueden llevar más que 1.500 hombres. Es preciso enviar inmediatamente al Ferrol, para armar seis navíos y tres fragatas. Esos seis navíos y tres fragatas llevarán tres mil hombres que, desembarcados en Buenos Aires, pondrán a la América al abrigo de todo evento. Es preciso que el Ministro de Hacienda encuentre dinero y, que empeñe hasta los diamantes de la corona. Esto no importa nada: se los rescatará cuando lleguen los pesos fuertes de América. Que se procure de sesenta millones de reales, cerca de quince millones de francos, una parte de los cuales servirá para pagar a los empleados y la otra parte a la Marina. Haced sentir la necesidad de hacer cualquier esfuerzo para socorrer las colonias y que el comercio está interesado en ello”. Dos días después, Napoleón Bonaparte reiteraba este petitorio, pero con un carácter más imperativo y preciso en los quehaceres a cumplir para ello: “He leído con el mayor interés, -decía Napoleón-, los informes de los ministros de Guerra y de la Marina sobre los medios de socorrer el Río de la Plata. No hay momento que perder. Es preciso armar la Concepción y el San Fernando, que, con la Venganza, la Magdalena, la Diana y la corbeta Indagadora, llevarían fácilmente tres mil hombres. Es preciso nombrar inmediatamente el Contraalmirante que debe mandar la escuadra, enviar al Ferrol los fondos necesarios y hacer la elección de tres mil hombres que deben embarcarse para esta expedición. Creo que se necesitaría un batallón de infantería ligera, un regimiento de infantería de línea, formando por todo 2.200 hombres de infantería, un regimiento de caballería a pie de 500 hombres y 400 artilleros. Que el Ministro de la Guerra designe esos cuerpos, que nombre un General de Brigada, un ayudante, un Coronel y muchos oficiales de artillería y tres oficiales de ingenieros. Se embarcarán en los buques 10.000 fusiles, 12 cañones de campaña con 300 tiros por pieza, 500.000 cartuchos de infantería y 4.000 útiles de gastadores. Enviando los 5 ó 6.000 francos pedidos, todo puede estar listo en el curso del mes de junio y antes que los ingleses puedan estar instruidos de la actividad que ponemos en este punto, y sin que puedan reforzar su escuadra. Es menester que todo esto se haga secretamente y sin ostentación. En cuanto al desembarco, conviene ordenar que la escuadra se acerque a tierra más al Sur, a fin que si encuentra a los ingleses con fuerza superiores en Montevideo, pueda desembarcar su gente más abajo” (Correspondance. Vol. XVII. Páginas 164 y 176) (Historia General de Chile. Tomo VIII. Barros Arana, Diego. Parte Sexta. Primer periodo de la Revolución de Chile, de 1808 a 1814. Capítulo Primero. Página 30. Editorial Universitaria. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Segunda Edición. Santiago de Chile. Enero de 2002).

Napoleón expresaba al Mariscal Joaquín Murat las preocupaciones que le embargaban: “Haceos presentar las comunicaciones del general Liniers, Acordadle todos los ascensos que ha pedido. Enviad también algunas cruces (de las órdenes de caballería), para los principales ciudadanos de Buenos Aires. Enviadme los duplicados de todo esto, yo los enviaré de los puertos de Francia”. Además, en aquella misiva, pedía que se dejara correr la información entre los habitantes de las colonias, que habían zarpado seis buques de guerra, con tropas y material de guerra en dirección al continente americano; aunque no habían salido desde Francia más de dos navíos con este destino. Desde que Napoleón invadió España y se hizo del gobierno monárquico de ella, Napoleón no dejó de intrigar y crear falsa noticias. El arte de la Guerra de Tsun-Tzu aplicado de manera perfecta en las acciones que Napoleón planeaba. Se debe entender que la Guerra como “arte” se basa en el “arte del engaño”. A los enemigos hay que engañarlos y la guerra consiste en lograr que nunca sepan las determinaciones que se harán.

El oficial que venía con el cargo de comisario en el bergantín “La Consolateur”, era el militar francés Santenaz, quien después de dos meses de navegación (30 de mayo a los primeros días de agosto de 1808), desembarcaba en Puerto de Maldonado con el cirujano y un aspirante a oficial de la embarcación, trasladándose a Montevideo. Fue durante su ausencia, que el bergantín francés fue descubierto por dos cruceros de guerra ingleses, que arribaban a ese sector. “La Consolateur”, optaba por fugarse, evadiendo el combate, pero al verse perseguido por los navíos ingleses, quienes, hicieron una andanada en contra del bergantín, obligaron a la tripulación del mercante galo, puesto en arma, abandonarlo, nadando en dirección a la costa. Los ingleses se hacían del barco comercial galo, traspasaban a sus buques la carga de “La Consolateur”, para posteriormente incendiarlo. Esto ocurría el día 8 de agosto de 1808.

Cuando llegó Santenaz y sus compañeros a Montevideo, se sorprendían al ver que toda la población estaba en conocimiento de los acaecido en España, con la abdicación forzada de Carlos IV, en favor de su hijo Fernando VII y posteriormente la de este y el posterior cautiverio de ambos en Francia por medio de un atroz y perverso engaño. “El pueblo, instruido de estos sucesos, cayó sobre nosotros y nos escupió prodigándonos los calificativos más injuriosos. Yo no sé hasta donde habría ido su venganza y su furor, si el Gobernador, don Francisco Javier Elío no se hubiera creído en el deber de prevenir las consecuencias que podía ocasionar este imprevisto suceso. Así, sea para librarnos del peligro con que nos amenazaba un populacho irritado y ávido de la sangre de unos cuarenta desgraciados franceses que miraba como traidores, sea para cumplir los deberes que su cargo le imponía, nos hizo arrestar y tratar como prisioneros de guerra”, escribió Jullien Mellet, en su libro editado en 1823, “Voyage dans L´Amérique méridionale depuis 1808 jusqu´ en 1819” (Historia General de Chile. Tomo VIII. Barros Arana, Diego. Parte Sexta. Primer periodo de la Revolución de Chile, de 1808 a 1814. Capítulo Primero. Página 31. Editorial Universitaria. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Segunda Edición. Santiago de Chile. Enero de 2002).

Santiago Antonio María de Liniers y Bremond, quien en ese tiempo ejercía el cargo de Virrey del Río de La Plata, en el momento de ser informado del arribo del comisario francés, apellidado De Santenaz, solicitaba a don Francisco Javier de Elío, quien ejercía como Gobernador de Montevideo, evitar que a los emisarios de Napoleón arribados a la que sería posteriormente la capital de Uruguay, fueran maltratados por la turba o las tropas existentes en la ciudad, debiendo tener un tratamiento indulgente hacia ellos; además, solicitaba de forma imperiosa, que los apresados fueran trasladados rápidamente a Buenos Aires. Liniers obraba con la máxima cautela ante la situación. La forma de actuar del Virrey Liniers con el francés M. de Santenaz, fue de una indulgencia que llevaban a la población bonaerense creer que él (Liniers), era partidario de Napoleón.

 Al saber el Virrey Liniers que el comisario M de Santenaz, pedía a los miembros de la Real Audiencia estar presentes cuando recibiese al enviado de Napoleón. Lo mismo pidió a los alcaldes de las ciudades más cercanas a Buenos Aires. Con esta comitiva recibía el día 13 de agosto de 1808 al comisario M. de Santenaz y los pliegos que traía consigo.  El Virrey Liniers procedía de esta forma, no sólo para proteger su persona, sino, también, porque Santenaz no era funcionario del Imperio Español, y debía tratarse como una persona de nación extranjera. El enviado por Napoleón, M de Santenaz, abrió su equipaje ante la comitiva presidida por el Virrey Liniers, donde venían los documentos con las instrucciones expuestas por Napoleón Bonaparte, exhibiendo, además, el pasaporte que el emperador francés le entrego a él , además, de las cartas donde se informaba la renuncia al cargo de monarca por parte de Fernando VII, la abdicación de Carlos IV en favor del primero, y de ambos en favor del emperador francés, impresas en España y Francia, y autorizadas por el Ministro de Relaciones Exteriores.

Los oficios del Ministro de Relaciones Exteriores estaba compuesto por documentos donde habían unos sin la firma de él, ni del Emperador francés, aunque exhibían las intenciones que había hecho este ultimo en favor de su hermano, José Bonaparte, Rey de Nápoles, para coronarse como monarca de España y su imperio, como también de las cortes que se habían mandado a congregar en Bayona, con el claro fin de exigir a la población su consentimiento a la coronación de José Bonaparte como el monarca de España, ocultando el sometimiento del país bajo un concepto que distaba de esto, como era la idea de Independencia e integridad. Estos documentos venían cerrados y sellados con los escudos de las secretarias de España para los diferentes virreinatos y capitanías generales existentes como colonias españolas. Las que traía consigo el comisario Santenaz, estaban dirigidas a quienes ejercían la autoridad en los virreinatos del Rio de La Plata, del Perú, México (de Nueva España); Colombia, Panamá y Ecuador (Nueva Granada). Además, de otras que debían proseguir su rumbo a Santa Fe y las islas de Filipinas, pero también se incluían algunas misivas y oficios, que fueron embarcadas en el mismo navío y consideradas dentro de su equipaje (del comisario francés Santenaz),  a pesar del ser escritas por miembros del Consejo de Castilla y que anunciaban la nulidad de la abdicación del Rey padre (Carlos IV), la voluntad de su hijo (Fernando VII), para que aquél volviese a ocupar el trono español.

Santenaz fue obligado a retornar a Europa, por el Virrey Liniers, al saber que no había podido entregar ninguna de sus misivas a los agentes napoleónicos que operaban en las colonias de América, junto a ello, en la embarcación donde retornaba a la Metrópoli (España), regresaban también, la tripulación del navío hundido por los ingleses prestando servicio en el buque de origen español que volvía a España. Mientras sucedía lo expresado en el párrafo anterior hasta esto último, la población bonaerense de esos tiempos, al saber la llegada del emisario francés Santenaz, vivía en una gran excitación, en cuanto a la información que portaba y la decisión que tomaría el Virrey, en cuanto a reconocer a Napoleón como Emperador del Imperio español o se mantenía fiel a Fernando VII.

Todo esto llevaba a ver, que la población de origen español arraigada en las colonias, creía que la causa de los reyes borbónicos estaba pérdida para siempre; junto a esto tenían, la idea que cualquier inquietud en referencia a ello, no haría más que aflojar los vínculos que unían a las colonias con España. Ellos-los españoles en los virreinatos-, deseaban el reconocimiento de José Bonaparte y prepararon una serie de acciones de carácter nocturno con la población de la urbe, para respaldar la propuesta de reconocer a José Bonaparte como emperador de España. Curiosamente los nacidos en América, es decir los españoles nacidos en América, denominados criollos, se oponían a esta proposición, dado que habían tomado conciencia de su valer.

 A pesar que la población de las colonias en América de España, las autoridades de los gobiernos en los Virreinatos y Capitanías Generales, en especial de Buenos Aires, pensaban que la situación existente en España estaba irrevocablemente consumada, por lo tanto, sólo se debía reconocer y obedecer al nuevo gobierno imperial español (Emperador José Bonaparte). Se aprecia así, desde antes de convertirse las colonias españolas en América en Estados independientes, existía un distanciamiento de quienes ostentaban el poder con la población que gobernaban. Las autoridades distaban mucho de lo que apreciaban, sentían y pensaban los habitantes de este continente. Los destinos del imperio español, mostraban el quiebre de él, producto de las argucias de Napoleón Bonaparte por hacerse de este.

El gran aliado de los Borbones había engañado y sometido a estos, la lucha contra el adversario inglés pasaba a segundo plano ante el deseo de Napoleón de hacerse dueño de toda la península Ibérica y así, también, tener dominio en los territorios de ultramar de los imperios de España y Portugal. La petición de ingresar con sus tropas a territorio español, justificándose en una invasión a Portugal, único bastión en el continente que se mostraba partidario de los ingleses y como tal, el único lugar por donde las fuerzas británicas podían oponerse en pleno continente europeo a las fuerzas napoleónicas. Es así, que la solicitud para el ingreso de tropas francesas a España con la finalidad de invadir Portugal, tuvieron un doble propósito, donde no sólo era lo expresado en las líneas anteriores de este párrafo, sino, además, tomar prisioneros a los reyes Borbónicos (Carlos IV y Fernando VII) y ocupar Madrid, haciéndose del dominio político de España y su imperio. Napoleón supuso que con estas acciones quedaba sometida España a su autoridad, pero, jamás imagino la sublevación de la población contra quien juzgaban invasor.

Las acciones en España, llevaban a creer que los gobernadores y virreyes de las colonias, en especial de América, procederían como pareció que haría el Virrey de origen francés, Santiago Liniers, cuya autoridad ejercía en el Virreinato de La Plata, como también las autoridades de las instituciones  administrativas de este tomarían la opción de reconocer a José Bonaparte como el emperador de España, con el fin mencionado en párrafos anteriores, de sostenerse en los cargos adquiridos; lo cual, también tenía la intención de congraciarse con las autoridades y nobleza, establecidas en Bayona. existente en la Península Ibérica.

Las autoridades del Virreinato de La Plata después de un breve tiempo lleno de vacilaciones por el deseo de tomar la “decisión correcta”, y la llegada de mayor información sobre los sucesos ocurridos en Madrid, a lo cual se sumaba el temor en quienes tenían autoridad en los otros estamentos del Virreinato, sobre la determinación que tomaría Santiago Liniers, cuyo origen francés, podría llevarlo de manera parcial a reconocer a José Bonaparte como emperador, sumándose a la nobleza española que lo había reconocido como tal. La nacionalidad del Virrey Liniers, no sólo llevaba a las otras autoridades de las distintitas instituciones administrativas y de poder dentro del Virreinato de La Plata a temer y dudar de la decisión que optaría Liniers, igualmente lo hacia la población de toda aquella organización geopolítica. La población de las Provincias del Mar del Plata, tenían una fuerte creencia sobre Liniers y de las demás autoridades del Virreinato, en cuanto a que acatarían lo dispuesto por la nobleza española y por ende, el Gobierno central de España, en cuanto a reconocer lo dictaminado por Napoleón Bonaparte y las renuncias de los reyes Borbónicos. Carlos IV había abdicado al trono en favor de su hijo Fernando VII y este último firmaba, en Bayona su renuncia a su autoridad monárquica sobre España. Producto de la percepción que tenía la población acerca de las decisiones que tomaría él, llevo a Santiago Liniers transcurrido un par de días, a la determinación de pronunciar un discurso para los habitantes de la región, en cuanto a esta situación, con el fin de evitar una alteración al orden con características de sublevación de la población existente en las Provincias del Río de La Plata.

El día 15 de agosto de 1808, salía publicado un manifiesto firmado por el Virrey de La Plata, donde Liniers daba cuenta de los últimos hechos ocurridos. En ella expone, en parte, lo siguiente: “De todos los pliegos recibidos, resulta que el emperador de los franceses se ha obligado a reconocer la independencia absoluta de la monarquía española, así como también de sus posesiones ultramarinas, sin reservarse ni desmembrar ni el más leve ápice de sus dominios, a mantener la unidad de la religión, las propiedades, las leyes y usos con que se asegure en adelante la prosperidad de la nación”. (Historia General de Chile. Tomo VIII. Barros Arana, Diego. Parte Sexta. Primer periodo de la Revolución de Chile, de 1808 a 1814. Capítulo Primero. Página 33. Editorial Universitaria. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Segunda Edición. Santiago de Chile. Enero de 2002).

En su nota a la población, Liniers hacia referencia, también, que el emperador francés, Napoleón Bonaparte, había convocado a las cortes en Bayona, cerca de Madrid, y como éste aplaudía las acciones victoriosas que hicieron las personas y militares bonaerenses contra los ingleses, ofreciéndoles una serie de auxilios, como eran municiones y otros pertrechos militares. El Virrey del Rio de La Plata, Santiago Liniers, lograba ocultar la proclama de Napoleón que había traído el comisario Santenaz, y junto a ello recomendaba a sus gobernados que estuviesen atentos a los hechos con los cuales la suerte de la monarquía podía seguir, para así, obedecer a la autoridad legitima que ocupase el trono y ejerciese dominio soberano sobre todos los territorios del “Imperio donde nunca se oculta el sol”.

La conducta vacilante de Liniers, fue muy similar a la de muchos virreyes americanos y gobernadores de Capitanías Generales (de Venezuela y de Chile), como la de Iturrigaray en Nueva España, el Capitán General Casas en Venezuela y José Antonio García Carrasco en Chile.  Aquella conducta contrasta totalmente con la expuesta por el Virrey del Perú, Fernando de Abascal, quien desde un comienzo y con gran entereza reconoció a Fernando VII como su rey y a Napoleón como un invasor. La historia dice que Abascal al recibir las cartas de Murat, provenientes desde Buenos Aires, donde se le anunciaba la renuncia de los reyes Borbónicos al trono español, llamaba a reunión a los miembros de la Real Audiencia, con fecha 08 de octubre de 1808, donde en acto solemne expuso que aquella renuncia era un fraude y en ese momento mando a jurar y reconocer a Fernando VII, como Rey de España e Indias.

Mientras sucedía esto, la demora de la información que llegaba a las Américas hizo que unos documentos arribado a finales del mes de septiembre de 1808, fueran noticias al comienzo de noviembre con un carácter totalmente diferente a lo que trajo el comisario francés Santenaz y las notas que provenían de la misma España. En las ultimas comunicaciones se hacia referencia al levantamiento de los pueblos españoles contra los franceses era general. Que en Sevilla se había organizado una Junta de Gobierno en representación de la nación en nombre de Fernando VII. Además, que las fuerzas militares y milicias españolas habían logrado varios triunfos sobre las tropas francesas, en especial la de Bailén, lo cual llevaba a creer que la insurrección del pueblo español pronto expulsaría al invasor galo. Todos estos eventos prontamente llevaron a los indecisos virreyes y gobernadores de las colonias en América, que en un comienzo estaban de acuerdo con reconocer lo expuesto por Napoleón, pronto dieron giro a sus determinaciones y sentimientos, reconociendo como su soberano al Rey Fernando VII.

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