martes, 1 de julio de 2025

Campañas del Sur: 7.- Entre la derrota y el honor

 

                                                      


                Después de la derrota sufrida el 5 de abril de 1818, en los llanos de Maipú, las fuerzas del Ejercito Real de Chile, lograban escapar de la persecución llevada a cabo por las ahora victoriosas tropas patriotas, en esa batida se resarcía el oprobio y vergüenza de la derrota sufrida en Cancha Rayada.  Aquellos hombres del Rey que ahora sufrían la severidad del castigo patriota, en su mayoría procedían de Chiloé, Valdivia, Concepción y Chillan, entre otras ciudades del Sur del país. Habían sostenido la guerra por largo tiempo y a pesar del  desdén de una parte de la oficialidad de origen español, desfilaron orgullosas durante todo el tiempo que duró el conflicto por la emancipación de Chile del yugo hispánico, siempre,  mostrando su valor y osadía, manifestando su rivalidad con los batallones provenientes del Perú y de España (regimientos Talavera, Real de Lima, Arequipa y Burgos), por demostrar cuál de ellos era más valiente, en una competencia que llegó hasta el desquiciamiento, dejándose matar por mostrar que eran superiores.

Los hombres reclutados en el país, mostraron su lealtad y aprecio por el antiguo sistema colonial durante toda la contienda por la emancipación de España, inclusive prolongando el conflicto por la causa del Rey por un largo tiempo después de su última y decisiva Gran Batalla, en Maipú. En el nuevo periodo que se daba inicio con aquel triunfo de los patriotas en las cercanías de Santiago, a los derrotados partidarios del Rey oriundos de Chile se les unieron varios de los hombres de aquellos batallones procedentes de España y otras regiones de nuestra América, quienes optaron por quedarse en Chile, sintiendo en sus personas la responsabilidad de guiar y luchar hasta lograr que el país volviese a ser parte del imperio hispánico.

En un principio, en lo que se conoce como Patria Vieja (1810-1814), como también en el periodo de la Reconquista (1814-1817), como asimismo en la “Patria Nueva” (1817-1819), los batallones del Rey, conformados por hombres nacidos en esta tierra, fueron juzgados por los oficiales españoles que llegaron al país en estas diferentes etapas del proceso emancipador, como sujetos útiles para ser tropas de segunda línea y sin ningún valer militar…pronto sus opiniones tendrían que ser corregidas. Los hombres de los Ejércitos Reales provenientes de las diferentes provincias de la Capitanía General de Chile, mostraron un coraje, virtud y lealtad, que supero muchas veces  a los regimientos extranjeros como los Talavera  y el Real de Lima. Fueron, principalmente, reclutados en Chiloé, y a pesar de mantener el deseo de volver pronto a sus hogares, a reunirse con sus familias y al trabajo en el campo, mantuvieron durante todo el conflicto un valor y capacidad guerrera, digna de elogios y admiración, no sólo por quienes los tuvieron a su mando, sino también, por el General trasandino y patriota, don José de San Martin e incluso llegando al final, fueron apreciados por el Virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela.  

 Después de Maipú, todos los hombres del Rey nacidos en Chile, huyeron del mismo modo que las tropas extranjeras (regimientos Burgos y Arequipa), ante el miedo a ser capturados por los patriotas y sometidos a los vejámenes que estos últimos realizaron a todos los soldados del ejército realista que cayeron en sus manos. Muchos lograron escapar hacia el Sur.  En esta evasión, no sólo sufrirían las represalias de los soldados de la Patria,  encontrándose en el camino hacia Concepción, con otro enemigo más fiero, que no los dejaron de hostigar hasta llegar a los límites ribereños del Ñuble.  Los campesinos y paisanaje envalentonados con el triunfo, salían de las haciendas y pueblos, armados con fusiles, garrotes y cualquier implemento con el cual poder atacarlos. Los nuevos y vehementes patriotas, enfervorizados y alentados por el grupo, manifestaban ese extraño valor y superioridad por sobre el realista derrotado y humillado en Maipú, transformaron la persecución en una extraña cacería humana. Los soldados del Rey no sólo escapaban a la represión y castigo del Ejercito Unido, si no también, de otras más infames, la de civiles armados más abusivos y codiciosos, motivados sólo con hacerse de lo poco y nada que llevaban los derrotados en Maipú. La vida de los soldados del Rey, después de Maipú,  tenía menos valor que sus chaquetas, fornituras, botones y calzado.

                Las ciudades de Chillan, Concepción y Talcahuano, junto al territorio existente entre ellas, desde la primera expedición realista dirigida por el Brigadier Antonio Pareja y la defensa establecida posteriormente, por su reemplazante, el Coronel Juan Francisco Sánchez, demostraron ser vitales para la sobrevivencia de las tropas realistas y con el transcurrir del tiempo se convirtieron en refugio para todos los hombres partidarios del Rey. Fue en estas ciudades donde hallaron, seguridad y la facultad de recuperarse como fuerza militar. La historia mostrara la notable recuperación que tuvieron las tropas realistas ante cada revés sufrido, cuyo ejemplo más trascendental fue lo desarrollado en la ciudad de Chillan durante el año 1813, bajo el mando del Coronel Juan Francisco Sánchez; también es digno de referir lo realizado por Brigadier José Ordoñez en Talcahuano después de la derrota sufrida en Chacabuco, en el año de 1817 y nuevamente lo realizado por el Coronel Sánchez en el sector de Florida, (próxima a Concepción), entre los años 1818 y 1819, posterior a la batalla de Maipú, al intentar volver a reorganizar la fuerza realista que se quedaría en el país, bajo el mismo parámetro que había aplicado en la ciudad de Chillan, seis años atrás (1813).

 Antes del embarque con características de fuga del Brigadier Mariano Osorio y los batallones del Burgos y Arequipa con dirección al Perú, el coronel Juan Francisco Sánchez había comenzado el proceso de reclutamiento e instrucción del Ejercito Real de Chile, en un área muy cercana a Concepción (Florida); junto a ello, lograba reunir en ese lugar a varios lonkos o caciques de los pueblos mapuches, con los cuales establecía nuevamente una alianza contra los patriotas. Estos acontecimientos llevan a creer que lo planeado por Vicente Benavides Llanos, al asumir el mando de los restos de los Ejércitos Realistas en el país en 1819, era proseguir las acciones contra los hombres partidarios de la independencia, heredando y siguiendo las tácticas y estrategias de guerra aplicadas por Juan Francisco Sánchez y José Ordoñez, a quienes conoció en diferente tiempo y circunstancias.     

Durante el proceso que duró la independencia de Chile e incluso después, serían las regiones existentes entre Concepción y el pueblo de San Carlos, donde se vivieron la mayor parte de los combates entre los partidarios del Rey y de la Patria. Al contrario de lo imaginado hoy en día, donde se considera la zona existente entre Santiago y el Maule, como la región donde ocurrieron la mayoría de los combates por la emancipación del país. Lo único cierto, fue que las batallas decisivas se dieron siempre en los alrededores de Santiago. Las batallas sucedidas en el sur del país a partir de 1813, la historia se ha preocupado de mostrarlas  en su mayoría como victorias patriota; pero, intrascendentes para acabar con los hombres del Rey. Los soldados realistas producto de su terquedad, se mantuvieron luchando vehementemente, llevándolos varias veces a marchar en dirección al Norte, hacia Santiago, donde sufrirían derrotas que los obligaban a volverse a la región Sur, conocida como la última frontera del país. Las tropas del Rey en Chile se sostendrán desde un principio con un reclutamiento voluntario y forzado en la población de la Isla de Chiloé, Valdivia y en las mismas provincias existentes en ambas riberas del rio Biobío.

Tanto los realistas como los patriotas realizaron una recluta forzosa o voluntaria de hombres en edad de portar un fusil. Los primeros en los territorios al Sur del rio Ñuble, mientras los Patriotas abarcaron todo el país, inclusive dentro del mismo Concepción. Estos alistamientos de hombres en edad de combatir por ambos ejércitos, dejaron a la región  existente entre el rio Maipo y el Biobío, carentes de sujetos que pudieran trabajar en los campos y en labores cuyos oficios mantenían la actividad agrícola y ganadera, base de la economía del país. Los años que duro el conflicto por la independencia de Chile e incluso una vez consolidada, transformaron el paisaje de aquellos territorios que en otros tiempos fueron un vergel, donde todo lo sembrado crecía, en uno que mostraba la cara de la devastación, abandono y pobreza. Las provincias existentes entre el Ñuble y el Biobío lucirán con el transcurrir de la contienda y del  tiempo, las profundas cicatrices de la devastación total,  transformando los campos y sementeras en verdaderas zonas improductivas, las cuales demoraran muchos años en recuperarse.

No sólo los terrenos agrícolas y ganaderos quedaban en abandono y luciendo el daño producido por la guerra, sino también, las casas de haciendas, campos y villorrios, los cuales fueron saqueados e incendiados en reiteradas ocasiones por uno y otro bando, obligando a su gente abandonarlos, transformándolos en verdaderos lugares donde los fantasmas hacían su existencia. La política de tierra arrasada implementada por ambos bandos, llevaba a la población de haciendas, villas y pueblos a vivir nuevamente como grupos nómades dentro de la región. La peregrinación y mendicidad de las personas que ahora deambulaban por el territorio en busca de alimentos y lugar donde pasar las inclemencias del tiempo y la noche, se hicieron más frecuente. El conflicto emancipador de Chile los hizo abandonar sus hogares y todos sus bienes, sólo la vida era el valor más preciado durante los quince años que duró la lucha por la independencia del país (1813 a 1829).

El desembarco de las tropas reales en San Vicente en 1813, bajo el mando del Almirante Pareja, daba inicio a la Campaña por restaurar en el país, el sistema colonial y devolver a la Capitanía General de Chile al Imperio Español. En esta empresa, Pareja jamás imagino que iniciaba la guerra por la emancipación del país. La oposición vivida durante el desembarco en el Puerto de San Vicente, fue considerado por Pareja y sus oficiales como una pequeña refriega intrascendente al ver posteriormente la recepción que hacia la gente cuando entraba a Concepción. Lo mismo ocurrió en Chillan, donde la población salió a saludarlo y las tropas de la guarnición, lo recibía formadas en la plaza mayor respectiva, presentando sus armas y dando loas al Rey. Esta forma de bienvenida dada por los habitantes de estas ciudades, llevaron a creer al Brigadier Pareja, que la campaña seria como dar un paseo por el país, incluso después de la Sorpresa de Yerbas Buenas y su retirada hacia Chillan, en cada parlamento para negociar la rendición de ellos (realistas), Pareja no dejo de expresar que él y sus hombres no venían con afán de hacer la guerra, sólo tenían por misión volver al país a la tranquilidad de años anteriores a la conformación de la Junta Nacional de Gobierno. Los batallones que había logrado conformar el Almirante Pareja en su marcha por la región existente entre el Biobío y el Ñuble, mostraban un poderío sorprendente en cuanto a cantidad de hombres que componían su fuerza, al presentarse la mayoría de las Milicias existentes en los alrededores de Chillan para servir en la División que el comandaba. La mayor parte de estos 4000 hombres fueron tropas montadas, que se sumaron a los reclutados en Chiloé, Valdivia y Concepción. La fuerza expedicionaria alcanzaba la cantidad de seis mil hombres, donde su mayor poder estaba dado por las milicias de caballería.

Aumentadas las tropas del Rey de dos mil hombres a cerca de seis mil, hicieron ver al ejército al mando del Brigadier Antonio Pareja como una fuerza que no venía pacíficamente a restaurar el orden imperial en el país. Se presentaba ahora, con el aspecto de una expedición cuya finalidad era imponer, “o por la razón o por la fuerza”, el retorno al imperio español. El Brigadier Antonio Pareja y sus jefes de Estado Mayor, la oficialidad y miembros de tropa caían en el juego de imaginar que la campaña hacia el Norte, seria pacífica y en cada ciudad recibirían los honores correspondientes, uniéndoseles las guarniciones existentes en cada una de ellas, sería un paseo por las diferentes provincias y pueblos, hasta llegar a Santiago. Ante esta percepción, el Brigadier Pareja, optaba por mantener a las mismas guarniciones establecidas en ellas para su seguridad y protección. Esta táctica sería replicada no sólo por los nuevos Comandantes en Jefe Realistas que le sucederían en el mando provenientes del Perú y que por órdenes del Virrey llegaban a relevar al anterior (Gabino Gainza, Mariano Osorio, Casimiro Marcó Del Pont y su lugar teniente, Rafael Maroto), esto también, lo replicarían los jefes de las fuerzas patriotas, una vez lograda la independencia del país.

Los pelotones y compañías dejadas por Pareja en aldeas, pueblos y fuertes, se mantuvieron cumpliendo una serie de misiones y cometidos, como lo eran:

·         mantener el orden y tranquilidad de las urbes y campos existentes.

·          lograr que los mapuches no se atreviesen a realizar sus malocas en la zona.

·          permitir el avance de los convoyes que seguían detrás de la división que avanzaba en dirección al Norte, hacia Santiago.

Las tropas de guarnición frecuentemente estaban conformadas por gente de los mismos pueblos, al ser parte de las Milicias de las zonas, viendo acción durante todo el tiempo que duró la guerra por la independencia de Chile. Será después del desastre realista en Maipú, donde los hombres de estas guarniciones se unían a los restos derrotados que habían logrado evadir la serie de cercos establecidos por los partidarios de la patria para “cazarlos”, se juntaban a la marcha desarrollada por los vencidos de Maipú en dirección a Concepción, única ciudad en ese tiempo de 1818, que consideraban segura para volver a reorganizarse. Todos los hombres del Rey sentían estar excluidos de todo derecho y deber dentro del nuevo Estado y su sistema de República Liberal e independiente del Imperio español.

El desastre de Maipú y la cacería humana realizada posteriormente, contra todo hombre que mostraba ser del Ejército Real de Chile, hizo que muchos de ellos mostraran un daño psicológico y físico no sólo por la  sangrienta derrota sufrida, sino, además, por el alto ensañamiento llevado a cabo por los soldados de la Patria contra todo aquel que vestía el uniforme realista. La única motivación que les quedaba a los hombres del Rey era lograr regresar a la región que les daba seguridad y protección, movidos por la esperanza de volver a recuperarse, para emprender de nuevo, con mayor fuerza y ahínco, otra expedición contra “los insurgentes”. Estas tropas y milicias realistas, no imaginaron nunca que su propio General en Jefe los abandonaría, dejándolos a la suerte del destino bajo las órdenes de un oficial muy respetado por ellos, el coronel Juan Francisco Sánchez.

Hábilmente el Coronel Juan Francisco Sánchez, al ver aparecer a los hombres que habían marchado al Norte, regresando bajo el mando de Mariano Osorio y de José Ramón Rodil, en un estado deplorable en lo anímico y físico, lo motivo a llevarlos nuevamente a entrenarse junto a reclutas obtenidos por las partidas que recorrían la región en búsqueda de todos los suministros que requerían para proseguir la guerra y alistar nuevas levas de soldados. Los hombres del Rey eran adscritos a diferentes partidas conformadas por las Milicias y soldados de las guarniciones existentes al Sur del Ñuble, junto a las tropas que se habían quedado en la provincia, transformadas todas en fuerzas montadas, preparadas para desarrollar actividades de guerrillas, emulando a las desarrolladas a partir del Sitio de Chillán. Sánchez y los oficiales a su mando incluían a estos veteranos dentro de las tropas que habían estado levantando e instruyendo en Florida, desde antes de la partida de Osorio hacia El Callao, dándoles a quienes mostraban menos secuelas de lo experimentado, el trabajo de instruir a las nuevas levas de combatientes.

El coronel Juan Francisco Sánchez y Seixas, volvía a darles la estructura que tantos logros les dio en Chillan durante el sitio. Convertía a todos los batallones y compañías en escuadrones de caballería, proporcionándoles la antigua fisonomía de sus tropas en el año 1813, entregándoles de nuevo los bríos y fuerza para combatir, a pesar de estar consciente que los dos mil hombres bajo su dirección eran incapaces de enfrentar a las divisiones patriotas, bien constituidas, armadas y ahora orgullosas de sus triunfos. Las tropas a su mando, a pesar de tener instrucciones como hombres de infantería, utilización de cañones y ejercicios montados con lanza, carabina, sólo servían para realizar acciones de guerrilla, donde la velocidad de los corceles era el arma más eficaz. La situación que vivieron las tropas realistas en los años de 1818 y 1822, fue muy similar a la vivida durante la campaña de 1813. Con el transcurrir de los meses después de haber arribado a Concepción y estar enlistados en las tropas formadas por el Coronel Sánchez, muchos de los hombres de las Milicias Realistas, optaron por dirigirse a la montaña o avanzar hacia el Sur, cruzando la Frontera natural que dividía a las sociedades  mapuches y occidentales, transformándose en lenguaraces y capitanejos dentro de los pueblos existentes en el Wallmapu.

 

La fe y el deseo de proseguir en los hombres de tropa del Rey a pesar del revés sufrido en Maipú, estaba generado por la figura y seguridad por el liderazgo ejercido por sus superiores inmediatos, guiándolos hacia el logro de los objetivos establecidos y en los momentos críticos y de derrotas hasta posiciones de mayor seguridad, evitando la perdida innecesaria de hombres en sus partidas.  Ya en esos tiempos se comprendía, quién ejerce la autoridad en el mando de una fuerza de combate, asume también, la responsabilidad de las vidas de cada miembro de su ejército. Así, el comandante en jefe no debía sólo tener la autoridad que le otorgaba el Virrey, si no también, la capacidad de liderar a sus hombres sea en la adversidad o en la victoria; pero, Mariano Osorio y quienes le precedieron como Gabino Gainza o Rafael Maroto no demostraron poseer la capacidad de ejercer un liderazgo que al parecer había logrado tener el coronel Juan Francisco Sánchez, durante el Sitio de Chillán. El proceder de los Generales que llegaron a reemplazar a Sánchez en el mando del Ejército Real, quedaban ejemplificados en la posición o ubicación que tomaba el Brigadier Mariano Osorio el 1 y 2 de octubre de 1814, durante la batalla de Rancagua se había establecido a una distancia apreciable de la ciudad,  y después, en el año 1818, su autoridad emanaba de una orden entregada por su suegro, el Virrey Pezuela. El virrey le entregaba el mando de una Nueva Expedición desembarcada en el puerto de Talcahuano. Osorio basaba su poder de mando en jactarse  ante sus oficiales sobre su facultad de vincularse fácilmente dentro de la sociedad criolla sin problemas.

 En otra posición se encontraba quien después de Chacabuco había asumido la responsabilidad de mantener al Ejército Real, bien dispuesto. El Brigadier José Ordoñez, quien había servido ya en los años anteriores ( 1815-1817), bajo el mando del Gobernador de Chile Casimiro Marcó del Pont y como Comandante en Jefe de las fuerzas del Rey, al Brigadier Rafael Maroto. José Ordoñez ejerció el cargo de Gobernador-Intendente de Concepción. Y con la llegada de la expedición comandada por Mariano Osorio era ascendido el Coronel José Ordoñez al rango de General. Ese año de 1818, al arribar la expedición dirigida por el General Mariano Osorio, debió José Ordoñez pugnar con este último, quien cubierto con el manto de una autoridad que emanaba simplemente por ser el Yerno del Virrey Pezuela, para determinar a quién le correspondía tomar la dirección de todas las fuerzas realistas en Chile y asumir, en caso de victoria, la administración de la Capitanía General de Chile. José Ordoñez había demostrado poseer habilidades de mando en combate y más aún, durante el sitio de Talcahuano y en las batallas de Quechereguas y Cancha Rayada, ocurridas en ese año de 1818 en las cercanías de Talca y de Curicó, colocándose a la cabeza  de las tropas que se dirigían hacia los objetivos establecidos, cuyo valor y bizarría lo llevarían a ser aprehendido en Maipú por los soldados de la patria y sufrir una existencia en San Luis que lo llevaría a perder la vida ante una insurrección de los prisioneros del rey en manos de los habitantes, soldados y milicianos que se encontraban en aquel pueblo argentino, por causas que no fueron nunca de origen militar, sino más bien de intrigas generadas por un sujeto alma pérfida, como era Bernardo Monteagudo, quien obnubilo la mente del gobernador Dupuy, llevándole a poner medidas más restrictivas a los oficiales del Rey, que moraban en la ciudad. Será elegido por toda la oficialidad reunida en Talcahuano como comandante del Ejército Real en Chile al Brigadier Mariano Osorio, gracias a su prolífica verborrea y vinculación social en ambos partidos en pugna (Realista y Patriota), dejando como Jefe de Estado Mayor, a un Novel oficial que vivió la guerra contra Napoleón, en una prisión en Francia, era el coronel Joaquín Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo. José Ordoñez quedaba relegado a un segundo plano dentro de las fuerzas reales en el país.

 La batalla de Maipú, demostró la crueldad y cizaña que lleva la sed de venganza, la ley del talión se encuentra en nuestro mismo ADN, y llego a manifestarse más cruel y sanguinaria una vez que los patriotas sintieron haber logrado la victoria a plenitud. La persecución que se realizó posteriormente, producto de la dispersión y desbande que iniciaron parte de la caballería realista que en su huida envolvieron a las tropas del Real de Lima, y con ella envolvieron a los batallones realistas que marchaban detrás de la infantería del Arequipa. El desorden que produjo en las tropas del Rey, que comandaba Mariano Osorio, fue difícil de controlar por parte de los oficiales al mando de cada batallón realista, que veían como avanzaba hacia ellos una tromba de personas y caballos, unos sufriendo la embestida de los otros, quienes a caballo o a pie, se cercaban infringiendo la muerte de todo aquel que se le atravesaba, era en si una escena dantesca de lo que puede ser el infierno.

La batalla de Maipú colocaba muchas cosas en juego, no era sólo la vida de cada hombre y el futuro que podrían tener si su partido era derrotado, en especial para los patriotas, que proyectaban una nueva huida hacia Mendoza, lo cual no deseaban realizar quienes habitaban Santiago y repetir los padecimientos que sufrieron en el cruce de la Cordillera de Los Andes, como lo vivido en las Provincias del Rio de La Plata, cuyos climas diferían notablemente al existente en la cuenca santiaguina y la situación de casas donde habitar. Junto a lo anterior, las derrotas sufridas en las cercanías de Talca, -Cancha Rayada y Quechereguas-, habían generado en las tropas del Ejército de Los Andes un temor y desmoralización, que hacía presagiar una nueva derrota en manos de las tropas realistas, cuya experiencia en batalla sólo alcanzaba a ser la de montoneras o guerrillas que golpeaban y huían, algo que habían aprendido a realizar durante el sitio de Chillán y que tantos logros le dieron. Sólo los batallones mapuches que embistieron en Quechereguas, demostraban el orden de ataque de una fuerza de caballería de lanceros y que fue la que les dio la victoria en aquel trance. Fuera de aquella tropa montada, los hombres del batallón del Burgos, eran experimentados en batallas, como la vivida en Maipú, y tal vez el Arequipa y la caballería que trajo desde el Callao, el Brigadier Mariano Osorio. Los batallones veteranos existentes en el país sólo habían ejercido labores de montoneras, cuya principal función era desgastar y disminuir las fuerzas patriotas existentes en la región del Sur del país, donde la utilización del caballo se transforma en vital para desplazarse rápido y distante de un punto a otro. La sorpresa y la celeridad eran claves para el logro de sus acometidas, donde el corcel se transformaba en un elemento de vital importancia para la sobrevivencia de cada miembro de las fuerzas realistas.

Ambos contendientes se enfrentaban en una batalla decisiva, en las cercanías de Santiago, como antes fue el conflicto entre las dos tendencias patriotas que se enfrentaron en al área de las Tres Acequias, dirigidas por Bernardo O’Higgins y Luis Carrera, que es considerada la primera revolución entre partidarios de la patria, como parte de las primeras campañas de la Patria Vieja, entre 1813 y 1814. Esta batalla fue el comienzo del fin del ideario independentista chileno, con sus propias fuerzas y esfuerzos, cuyas repercusiones llevarían a vivir el Desastre de Rancagua.

  El encerrarse en Rancagua por parte de las divisiones que comandaban Bernardo O´Higgins y Juan José Carrera (Primera y Segunda división), en vez de acercarse a la zona de Angostura de Paine, un lugar estratégico que obligaba a las fuerzas enemigas a reunirse en un pequeño espacio y fáciles de sucumbir a la artillería y fusilería dispuesta en altura. Rancagua era una ciudad en un terreno llano, sin ríos cerca y de difícil defensa, al carecer de toda provisión que permitiera una férrea defensa, como lo era Chillan. EL error de situarse allí, en Rancagua, era en sí, el presagio a una derrota, al dejar desprovisto de todo lo necesario a los hombres que dirigían O´Higgins y Juan José Carrera. Sin agua, sin pertrechos en un lugar que era fácil de rodear, dejando a la tropa patriota cercada y sin posibilidad de escape. La única alternativa existente era sucumbir luchando y atrayendo a la mayor cantidad de hombres del rey a la ciudad, con el fin que la división al mando de Luis Carrera, interviniera sorprendiendo a los soldados del Rey, que con todas sus fuerzas atacaban las independentistas que defendían Rancagua. Aquel deseo de O´Higgins, que lo llevó, tal vez, a imaginar que lo fue, y que la Tercera División patriota, pronto aparecería ingresando a la urbe, quedo sólo en el sueño de aquel impetuoso oficial patriota. El intento de la Caballería de la Tercera División, en su intento por abrir un espacio que permitiera romper el cerco realista y permitir a los hombres de las otras dos divisiones de la patria, poder retirarse hacia el sector de Angostura, fallaba al verse atacada por los escuadrones de caballería realista preparados para evitar cualquier amago de libertar a los cercados en Rancagua.

El logro del escape por parte de las tropas independentistas del cerco de Rancagua, es una acción épica, por la determinación de O´Higgins, rompían las trincheras con las cuales las fuerzas realistas bloqueaban las salidas de la ciudad. En su huida en dirección a Santiago, iban quedando hombres rezagados que por su seguridad se escondían en las casas y estancias existentes en el recorrido. Al llegar a la urbe santiaguina, el pavor de ver llegar tan maltrechas a los soldados de la patria y su continuación hacia Los Andes, para cruzar a Mendoza, genero en la urbe una explosión de pánico que llevo a que migrara casi todos los habitantes de Santiago. A la llegada de la Tercera División patriota comandada por Luis Carrera y que junto a José Miguel Carrera que había estado en Angostura de Paine, junto a esta fuerza y en espera que se le obedeciese a la orden de reunirse en aquel sector por parte de O´Higgins y de Juan José Carrera. Esta acción acabó con los soldados de la patria constituida por chilenos y de lo que denominados como Patria Vieja que dio comienzo a la idea de emancipación en lo que era la Capitanía General de Chile.

La marcha de la población civil de Chile en dirección a Mendoza, ante el desbande de parte de las fuerzas patriotas bajo el mando de Bernardo O´Higgins y de Juan José Carrera, que fueron las primeras en ingresar a Santiago para proseguir su huida hacia Los Andes, con la clara finalidad de cruzar la cordillera y por lo cual fueron los primeros en llegar a Mendoza, había generado en la población santiaguina y alrededor de la ciudad, un pánico que hizo que sus habitantes abandonaran sus hogares casi con lo puesto y con una vestimenta inadecuada para realizar un cruce de la cadena montañosa en plena primavera, con su veleidoso clima de esa estación. La gente que migro a Mendoza, sufrió experiencias tristes y tormentosas, la inclemente montaña de Los Andes no perdonaba a madres, bebes, pequeños niños, ancianos e incluso a personas en edades llenas de plenitud, a todos los exponía a sus veleidades climatológicas. Huían a la venganza y castigo que aplicarían los realistas a todo sujeto que fuera denunciado de ser partidario de la Patria, para padecer las bajas temperaturas, las lluvias y nevazones con sus vientos que se cernían en cada recodo montañoso.

Con la fuerza organizada por el Gobernador de Mendoza y creador del Regimiento “Granaderos a Caballo”, que será conocida en la historia como el Ejército de Los Andes y cuyo mando asume el mismo Brigadier y Gobernador de la ciudad de las Provincias Unidas del Rio de La Plata, Don José De San Martin. La población chilena que había emigrado después del Desastre de Rancagua, ahora retornaba desfilando detrás de la fuerza libertadora de Los Andes. La confianza y el deseo de retornar sus hogares abandonados, los llenaban de esperanza que algo mejor debería ocurrirles. Chacabuco (12 de febrero de 1817), sería el primer gran encuentro que colocaba a las fuerzas realistas en pleno desbande, su comandante en jefe, Rafael Maroto, se ponía en fuga logrando sacar a su familia de Santiago y embarcarse en Valparaíso con dirección al Callao.

La población santiaguina que había sufrido la migración al otro lado de Los Andes, en 1814 y que ahora, en 1818, revivían aquella extraña y penosa aventura, producto de las derrotas sufridas por el ejército de Los Andes en Cancha Rayada y en Quechereguas. Manuel Rodríguez, aviva e incitaba el honor patrio y el deseo de acabar con aquella fuerza del Rey que no permitía lograr la emancipación del país; ahora la población se unía al esfuerzo bélico conformando una nueva división que asumiría el mando el General Bernardo O´Higgins, cuando hizo su aparición en la ciudad y procedería a arrestar a Manuel Rodríguez por incitador… Con esa fuerza y como nueva división hizo su aparición en Maipú, cuando el triunfo ya estaba consolidado.

Las tropas chilenas que habían cruzado Los Andes para rehacerse como fuerza beligerante, no fueron consideradas por el Gobernador de Mendoza, quien aprovecho de retirar sus guarniciones de las provincias cordilleranas de Entre ríos, Córdoba, Corrientes, Santa Fe, San Luis y Mendoza fueron reemplazados con los hombres del ejército de Chile que arribaron con O´Higgins, y después con José Miguel Carrera. Serían las tropas de San Luis, Córdoba, Mendoza, Entre Ríos y otras provincias argentinas las que conformaron los diferentes batallones y columnas del Ejército de Los Andes. Muchas de las familias chilenas, que habían hecho la migración a Mendoza, se distribuían por las Provincias Unidas del Rio la Plata, según el destino donde el hombre debía “ir a cumplir su deber por la patria”, áreas que eran extrañas para ellos.

Los combates de los días 15 y 19 de marzo de 1818, colocaban a los patriotas en una situación donde no podían ser derrotados en la próxima batalla, pues sería el fin de los planes emancipadores establecidos en Mendoza por José de San Martin y otros hombres de la jerarquía política argentina que conformaban la conocida “Logia Lautaro”, la cual cambiaria de nombre a “Logia Lautarina”, con la integración de oficiales chilenos, tales como O´Higgins, Freire, entre otros.  Tanto oficiales de las Provincias Unidas como chilenos, conformando el Ejército Unido (producto de la fusión del Ejército de Los Andes, con batallones constituidos por chilenos en el país), hicieron un gran esfuerzo para lograr la victoria en la próxima confrontación en las cercanías de Santiago un día 5 de abril de 1818, con la cual se lograba la independencia de Chile. En tanto, caen en el olvido de la historia los anhelos de los partidarios del Rey, cuyos partidarios incondicionales deseaban volver a la paz y actividad de los tiempos coloniales, viéndose envueltos en una vorágine guerrera que no finalizaría hasta bien entrado el proceso de conformación de Chile independiente del Imperio Español.  

Fue en aquel combate del 5 de abril de 1818, en las cercanías de Santiago, donde el General en Jefe realista, Brigadier Mariano Osorio, mostraba su peor faceta.  En pleno combate, Mariano Osorio al ver que las tropas del Burgos y del Arequipa, eran acribillados por los cuadros de infantería y artillería patriota que los enfrentaban, haciéndoles   ceder terreno ante el fuego bien dirigido y certero de las fuerzas patriotas, lograron convertir en un verdadero desbande la retirada de las tropas de infantería del Real de Arequipa, que al dar la espalda a las fuerzas patriotas impidieron que el Burgos pudiera enfrentar a los soldados patriotas, procediendo a retroceder entremezclados con los primeros y el dando por derrotada sus fuerzas emprendía la huida en dirección a Concepción. A estos se uniría parte de los escuadrones de caballería que salían a proteger a los batallones en repliegue, con clara muestra de pánico, contagiando a las demás fuerzas del Rey a emprender una fuga donde cada soldado deseaba salvar su existencia, perseguidos de cerca por los soldados de la patria.

 Con el desbande de sus batallones de línea, el Brigadier Mariano Osorio llegó a ver la debacle de toda su fuerza, sin siquiera haber empleado a los batallones de hombres fogueados en la aventura bélica que se inició en el país con el desembarco del Brigadier Antonio Pareja; tal vez, algo más hubieran realizado los hombres nacidos en el país que defendían los colores de la monarquía en aquella batalla, como lo demostraron posteriormente los granaderos, ingenieros y cazadores al mando del Brigadier José Ordoñez y de Joaquín Primo de Rivera, en las casas de Lo Espejo. El Brigadier Osorio, abandonando el campo de batalla junto con las tropas ubicadas cerca de donde se encontraba él, donde se destacaban los Dragones de Arequipa. Mariano Osorio, mostraba el menosprecio por los hombres que derramaban su sangre por un ideario imperial.  Aquellas ideas monarquistas él era el principal interesado, al ser el yerno del Virrey del Perú, por lo cual perder hombres en una batalla de la forma que se vivió en Maipú, era impropio de un oficial de alcurnia. Sólo José Ordoñez y Joaquín Primo de Rivera reunían a los hombres en dispersión en un sector distante de Maipú, en el sector que se conocía como “las casas de lo Espejo”, guardando las esperanzas de poder reunir a más hombres de tropa y revertir el desastre de Maipú. 

 Mariano Osorio emprendía su escape en dirección al rio Maipo escoltado por los escuadrones de Dragones de Arequipa, con una velocidad que lo llevo acortar la distancia existente en un breve tiempo, cruzándolo sin temor, y dirigiéndose con la misma celeridad hacia Concepción. En tanto, el Coronel José Ramón Rodil se quedaba reuniendo a los fugitivos del campo de batalla y con ellos marcharía hacia la ciudad anteriormente nombrada. Mientras tanto en las cercanías de los llanos de Maipú, el Brigadier Ordoñez liderando a los hombres de los batallones de Zapadores,  Concepción, e Infante Don Carlos, plegándoseles miembros de otras brigadas, llegaban a las casas de Lo Espejo sin dejar de combatir a las tropas patriotas que los seguían. Allí se le unía el Coronel Joaquín Primo de Rivera al mando de las columnas de Cazadores y Granaderos establecidas como reservas. Estos oficiales del Rey hicieron una férrea defensa en los caseríos de Lo Espejo hasta acabárseles las municiones y la posibilidad de proseguir luchando y diezmadas sus tropas; ya incapaces de hacer fuego, sosteniéndose sólo con sables y bayonetas,  se vieron obligados a rendirse a las tropas patriotas, a pesar de tener aun la fuerza y el vigor para seguir luchando. Se cuenta que Ordoñez al sentir que su honor se encontraba en juicio, rompió su espada antes de entregarse a los oficiales patriotas.

Mientras las tropas que dirigió el Brigadier Mariano Osorio en su campaña hacia Santiago sucumbían en Maipú, él huía raudamente hacia las ciudades de Concepción y el Puerto de Talcahuano, adonde llegaba después de dos semanas, entrando con toda la severidad del grado que poseía y junto a los escuadrones de Dragones que lo siguieron en su escape, cuyos hombres mostraban en su rostro y complexión, no sólo el agotamiento del trayecto, sino el miedo y la desmoralización de lo vivido en Maipú. La conducta de Osorio desde el mismo día de su arribo, dejaba perpleja a la población civil ya informada de lo ocurrido en las cercanías de Santiago. Observaban como realizaba distintas tareas, con la finalidad de embarcarse hacia el Virreinato del Perú. No sólo contactaba con los capitanes de los barcos situados en la bahía de Talcahuano, y con las personas más asiduas al bando del Rey, para ser embarcados junto a sus familias.

los restos de los batallones Burgos y Arequipa aparecían en Concepción después del día de la llegada de Osorio a la ciudad ribereña del Biobío. Los soldados realistas comenzaban a llegar a la urbe penquista, mostrando en su vestimenta y rostro las situaciones que vivieron. El Virrey Pezuela solicitaba a los batallones del Burgos y del Arequipa de manera urgente para ser transportados al Perú, lo que obligaba a Mariano Osorio, recuperar las compañías de estos batallones a su estado anterior, para ello sacaba a hombres de tropa, veteranos de otros batallones que arribaban a la ciudad. Dejaba a las fuerzas realistas en el país conformados con una mayoría de reclutas bisoños, nacidos en la zona que va del rio Ñuble al Biobío. Junto a estos se quedaban oficiales y tropas de Valdivia y Chiloé veteranas de las luchas independentistas desde sus inicios.

Mariano Osorio se dedicaba a desmantelar todas las defensas existentes en el Puerto y ciudad de Talcahuano, dejando de esta manera, a la población de Talcahuano y Concepción a las orillas del mar, sin defensas ante los eventuales ataques patriotas que podrían realizar para hacerse dueños de ellas. Al terminar Mariano Osorio sus trabajos de desmantelamiento de las defensas y el retiro de los cañones y su respectiva munición existente en el puerto y la ciudad sureña, entregaba el mando de los restos del ejército Real en Chile, al coronel Juan Francisco Sánchez, instituyéndole una serie de tareas y acciones a desarrollar, pero lo dejaba carente de armas y suministros vitales para realizar todo lo solicitado.

 Osorio cumplió las ordenes que su suegro ordenó, debiendo llevarle, nuevamente, las tropas que este le había confiado para acabar con las fuerzas patriotas existentes en la Capitanía General de Chile y obligarlas a cruzar hacia el lado oriental de la cordillera de Los Andes. Sin saber las órdenes dictadas por el Virrey Pezuela para el General en Jefe de los Ejércitos Reales en Chile, Brigadier Mariano Osorio, los habitantes de ambas ciudades (Concepción y Talcahuano), observaban consternados como las tropas realistas destruían las defensas que había levantado el año anterior (1817),  el Brigadier José Ordoñez para la defensa del Puerto ante un ataque por vía terrestre. Con esta acción quedaba toda la población civil expuesta  e indefensa antes las fuerzas patriotas que tarde o temprano avanzarían hacia este lugar. Cada habitante de la región de Concepción comprendía que los restos de las batallones reales dejados como despojos por Osorio en Chile, eran incapaces de hacer frente en campo abierto a las tropas de la Patria y de algo hubieran servido las defensas establecidas por Ordoñez. Además, el Brigadier Osorio, en fuga, había retirado todas las piezas de artillería establecido en parapetos hacia las vegas existentes cerca de Talcahuano y tierra firme, como también, de los castillos que defendían los accesos marítimos a la ensenada del puerto. No dejaba nada útil para la protección de la ciudad y su embarcadero.

Quedaron sólo los restos de los batallones creados en Chile bajo el mando de un veterano y experimentado oficial, muy diestro en afrontar situaciones complejas, como era el Coronel Juan Francisco Sánchez.  Los hombres del Rey que optaron por quedarse, habían sostenido la lucha desde el comienzo de las campañas por recobrar el país para el Imperio Español, en todo ese tiempo vieron como sus compañeros de armas provenientes de Chiloé, Valdivia y de la misma región existente entre el Ñuble y el Biobío, perdían sus vidas, eran aprendidos y fusilados. Fue después de la derrota sufrida en la batalla de Maipú, donde los soldados del Rey en su retirada, enfrentaron las represalias  más crueles aplicadas por los partidarios de la Patria a todo realista que aprendieran; a pesar de ello, optaron por jugarse la suerte de su existencia escabulléndose por rutas y bosques, evitando de esta forma las persecuciones y cercos que realizaban el campesinado y pobladores de las regiones existentes entre el rio Maipo hasta el Ñuble. En su marcha hacia el Sur, sufrieron grandes penurias por lograr escapar de la caza establecida  por los patriotas  recorrieron los casi 450 kilómetros, en pocos días esperanzados por llegar a un  lugar seguro y protegido, como lo era la región existente entre el rio Ñuble hasta el Biobío. Nuevamente la provincia conocida como la última frontera extendía sus asentamientos para recibirlos y curarles sus heridas, que ahora eran más emocionales que físicas. Cada hombre que arribaba a Chillán, Concepción o Talcahuano, guardaba la convicción que volverían a reconstituirse en sus batallones y reiniciar otra campaña contra los patriotas. Renacía en ellos el anhelo de derrotar de una vez a las tropas del Ejército Unido (Los Andes y de Chile), como había ocurrido en Rancagua (1814), Quechereguas (1818) y Cancha Rayada (1818).

Tanto a los hombres del ejercito realista como a la población de la provincia de Concepción les sorprendía las ordenes dispuestas por el Brigadier Mariano Osorio, quien los dejaba abandonados al destino y a merced de los patriotas, como asimismo los excesos y abusos que habían mostrado en el tiempo que estuvieron acuartelados en Concepción y Talcahuano, eran habitual los saqueos y violencia contra los habitantes y sadismo y crueldad, que aplicaban las tropas reales que ahora se embarcarían hacia el Perú, de la misma manera que lo habían realizado la soldadesca patriota bajo el mando de José Miguel Carrera. A pesar de los hombres de aquellos batallones formados en Chiloé, en Valdivia y reclutados en la región de Concepción y Chillán por el fallecido Brigadier Antonio Pareja, siguieron demostrando aquella terquedad tan típica de los descendientes de español, tan expuesta en el sitio de Chillán y en 1818 volvían a mostrar, al estar decididos a continuar la guerra.

 Aquellos hombres nacidos en provincias del país fueron tildados de iletrados y faltos de espíritu combativo y militar, por parte de los oficiales de origen español que habían arribado con los batallones traídos por los Brigadieres arribados para tomar el mando de los Ejércitos Reales de Chile (como Gabino Gainza, Mariano Osorio y Casimiro Marcó del Pont), con el transcurrir de las campañas y combates vividos, su percepción cambiaba al verlos actuar, dando un giro de 180 grados. Los soldados procedentes de Valdivia, Chiloé o de la misma región de Concepción, ante cada revés demostraron un pundonor y lealtad, que los llevaron a sostener la bandera en momentos tan críticos como fue el año del Sitio de Chillan(1813), aprendieron a realizar acciones donde la velocidad de los corceles eran la clave de la victoria o de la derrota, y ante cada infortunio volvían a reorganizarse para emprender nuevamente otras operaciones que generarán el desgaste y posterior derrota de las fuerzas patriotas, todo por lograr reconquistar el país para un Rey que no conocían.

Después de lo sucedido en Maipú, a pesar del abandono y del estado en el cual los dejaba Mariano Osorio, los soldados realistas nacidos en Chile, lograban mantenerse como fuerza combativa, producto del honor de proseguir por un objetivo que cada día se transformaba en una ilusión. Sentían aquellos veteranos de guerra,  reclutados en Chiloé, Valdivia y la misma provincia de Concepción, la necesidad de mantener por su propio honor las banderas del imperio español ondeando en estas tierras, a lo cual se plegaban una gran parte de los oficiales de origen español, decidiendo no abandonarlos, como lo hacía su General, el Brigadier Mariano Osorio y los hombres de los batallones del Burgos y Arequipa. Se quedaban juntos a sus hombres en los regimientos en los cuales habían servido, padeciendo muchas veces los mismos sucesos que imponía la contienda libertaria. Serán estos guerreros, la base o columna vertebral de las guerrillas que se formaron a partir de 1819, bajo los mismos parámetros a los establecidos durante el año 1813, el mismo proceso de instrucción y preparación que hizo el Coronel Juan Francisco Sánchez.

 Muchos de los oficiales de origen hispano habían marchado desde la Expedición del Brigadier Pareja y su desembarco en el Puerto de San Vicente, con las tropas realistas reclutadas en el país y vivido todos los momentos junto a ellos en los cuales se encontraron y que después del 5 de abril de 1818, huían junto a ellas hacia Concepción. Tanto los oficiales como los hombres de tropa mostraban los mismos rostros de miedo y derrota, por lo visto y vivido en aquella batalla determinante por la independencia de Chile.  Ahora, los sorprendía la conducta tomada por el Brigadier Mariano Osorio, quien arrasó con todos los sistemas defensivos existentes en Talcahuano, dejaban a la ciudad y su población civil indefensa a merced de las tropas patriotas. Observaban los hombres del Rey,  como Osorio embarcaba a algunos hombres de batallones diferentes al Burgos y Arequipa, toda la artillería existente en el Puerto y en Concepción, a las armas y municiones que se encontraban en los arsenales de ambas ciudades. El honor y responsabilidad hacia la población que en momentos críticos los cobijo, llevó a muchos de los oficiales de origen español a pesar de lo visto y de poder elegir una opción más cómoda y segura para ellos, como era el embarcarse con dirección a El Callao,  a decidir quedarse en Chile combatiendo por la causa del Rey. A pesar que  la esperanza de lograr la victoria contra las fuerzas de la Patria se mostraba muy difícil de lograr. Serán estos hombres, vestigios de los Ejércitos Reales quienes mantuvieron viva la ilusión de lograr conquistar nuevamente el país para el Imperio Español. Proseguirán en esto más allá de la consolidación de la independencia de Chile, con el mismo ideario y el deseo de volver a emprender una nueva marcha hacia Santiago.

La batalla de Maipú, el 5 de abril de 1818, demostraba la capacidad de los ejércitos conformados en América para derrotar a los conformados en Europa, aunque para efectos del escritor de este, la derrota de las fuerzas del rey en Chile había sido incubado en el seno de la oficialidad que dirigía a los batallones veteranos conformados en Chile, a los cuales se les sumaban los orgullosos hombres del Burgos y los pertenecientes al regimiento Arequipa (Dragones e infantería), dada la grandilocuencia de quien venía a cargo de ellos, el Brigadier Mariano Osorio. Su pasado como Gobernador de la Capitanía General de Chile, le hacían sentir un nivel de superioridad a cualquier otro oficial de su mismo grado, aún más al estar casado con Joaquina De La Pezuela, hija del Virrey del Perú, Joaquín De La Pezuela. Los vínculos sociales de Mariano Osorio le daban aquella autoridad y el derecho a ser él quien, una vez derrotados los patriotas, debía ejercer el cargo de Gobernador del país. Los méritos y logros de los oficiales que se habían quedado en Chile para sostener el bastión del Rey, eran minimizados y menospreciados e incluso satirizados por el mismo Mariano Osorio. En aquel juego de diversión social que hacía con la oficialidad más adepta a él, así lo obrado por el Coronel José Ordoñez, entraba en esta “ocurrencia”, de Mariano Osorio, junto a lo realizado tiempo atrás por el coronel Juan Francisco Sánchez durante el sitio de Chillán. El coronel José Ordoñez, después de la batalla de Chacabuco (12-2-1817), en su retirada a la región existente entre el rio Ñuble y el Biobío, lograba a su arribo a Concepción organizar nuevamente a las tropas reales, permitiendo, a su vez, que el coronel Juan Francisco Sánchez, tomara el mando de las tropas que se organizaban en Chillán, mientras él realizaba lo mismo en Talcahuano. Ordoñez por sus méritos de planificar y organizar no sólo a los hombres sino también de las defensas realizadas a Talcahuano, se ganó las jinetas de Brigadier (General), las que traía su competidor por hacerse del sitial de Gobernador de Chile, Mariano Osorio. Será la rivalidad que nació el mismo día que Osorio desembarco en Talcahuano, junto a una oficialidad de origen español, donde destacaba Joaquín Primo de Rivera, la cual generaría una pugna entre los recién arribados con quienes habían estado combatiendo desde la expedición del Brigadier Antonio Pareja.

 La lucha por obtener el beneplácito de los oficiales, comenzó a vivirse desde el mismo día del arribo de Mariano Osorio; mientras uno hacia vínculos sociales y relataba historias, él otro se dedicaba a seguir instruyendo a las tropas y mejorando las defensas de Talcahuano. Aquella lucha por adjudicarse la simpatía de los oficiales y jefes, no sólo dividió a estos a favor de uno u otro, si no también, en las tropas formadas dentro de lo que eran Chiloé, Valdivia, Concepción y Chillán con las arribadas junto a Mariano Osorio, el 10 de enero de 1818, en el Puerto de Talcahuano. Esta aversión entre tropas del mismo bando, al parecer, fue estimulada por el mismo General en Jefe, su jefatura y la oficialidad arribada junto a ellos.

El Brigadier Mariano Osorio, se jactaba de conocer a todos los oficiales realista y de la patria que habían combatido en la revolución independentista de Chile. Desde su primera estadía en el país, producto que su antecesor, el Brigadier Gabino Gainza, había firmado el tratado de Lircay (3 de mayo de 1814), junto a los oficiales patriotas Bernardo O´Higgins y Juan Mackenna, contraviniendo, aparentemente, las ordenes que le había entregado el Virrey del Perú en ese entonces, Fernando de Abascal, había considerado Mariano Osorio a las tropas realistas existentes en Chile, como una fuerza de escaso valer militar.

El Brigadier Mariano Osorio, quien volvía a Chile después de haber sido su gobernador entre los años 1815-1816, nunca miro con buenos ojos a las tropas creadas en Chiloé, Valdivia y la misma provincia de Concepción. Esta percepción se formó desde que llegó a reemplazar en el mando a Gabino Gainza en el año de 1814, producto de apreciar a la mayoría de esta fuerza sin tener una clara definición al tipo de armas a las cuales pertenecían, pues todas estaban montadas vestían un uniforme que se desdecía al de un Ejército, una mezcla de ropas civiles, de los pueblos mapuches (ponchos), y pocos atavíos de origen castrense. A pesar de ello demostraron su valor durante el desastre de Rancagua (1 y 2 de octubre de 1814), más, cuando fueron dirigidas por oficiales idóneos.

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