Después
de la derrota sufrida el 5 de abril de 1818, en los llanos de Maipú, las
fuerzas del Ejercito Real de Chile, lograban escapar de la persecución llevada
a cabo por las ahora victoriosas tropas patriotas, en esa batida se resarcía el
oprobio y vergüenza de la derrota sufrida en Cancha Rayada. Aquellos hombres del Rey que ahora sufrían la
severidad del castigo patriota, en su mayoría procedían de Chiloé, Valdivia,
Concepción y Chillan, entre otras ciudades del Sur del país. Habían sostenido la
guerra por largo tiempo y a pesar del desdén de una parte de la oficialidad de
origen español, desfilaron orgullosas durante todo el tiempo que duró el
conflicto por la emancipación de Chile del yugo hispánico, siempre, mostrando su valor y osadía, manifestando su
rivalidad con los batallones provenientes del Perú y de España (regimientos Talavera,
Real de Lima, Arequipa y Burgos), por demostrar cuál de ellos era más valiente,
en una competencia que llegó hasta el desquiciamiento, dejándose matar por
mostrar que eran superiores.
Los hombres reclutados en el país, mostraron
su lealtad y aprecio por el antiguo sistema colonial durante toda la contienda
por la emancipación de España, inclusive prolongando el conflicto por la causa
del Rey por un largo tiempo después de su última y decisiva Gran Batalla, en
Maipú. En el nuevo periodo que se daba inicio con aquel triunfo de los
patriotas en las cercanías de Santiago, a los derrotados partidarios del Rey
oriundos de Chile se les unieron varios de los hombres de aquellos batallones procedentes
de España y otras regiones de nuestra América, quienes optaron por quedarse en Chile,
sintiendo en sus personas la responsabilidad de guiar y luchar hasta lograr que
el país volviese a ser parte del imperio hispánico.
En un principio, en lo que se conoce
como Patria Vieja (1810-1814), como también en el periodo de la Reconquista
(1814-1817), como asimismo en la “Patria Nueva” (1817-1819), los batallones del
Rey, conformados por hombres nacidos en esta tierra, fueron juzgados por los
oficiales españoles que llegaron al país en estas diferentes etapas del proceso
emancipador, como sujetos útiles para ser tropas de segunda línea y sin ningún
valer militar…pronto sus opiniones tendrían que ser corregidas. Los hombres de
los Ejércitos Reales provenientes de las diferentes provincias de la Capitanía
General de Chile, mostraron un coraje, virtud y lealtad, que supero muchas
veces a los regimientos extranjeros como
los Talavera y el Real de Lima. Fueron,
principalmente, reclutados en Chiloé, y a pesar de mantener el deseo de volver pronto
a sus hogares, a reunirse con sus familias y al trabajo en el campo, mantuvieron
durante todo el conflicto un valor y capacidad guerrera, digna de elogios y
admiración, no sólo por quienes los tuvieron a su mando, sino también, por el
General trasandino y patriota, don José de San Martin e incluso llegando al
final, fueron apreciados por el Virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela.
Después de Maipú, todos los hombres del Rey
nacidos en Chile, huyeron del mismo modo que las tropas extranjeras (regimientos
Burgos y Arequipa), ante el miedo a ser capturados por los patriotas y sometidos
a los vejámenes que estos últimos realizaron a todos los soldados del ejército
realista que cayeron en sus manos. Muchos lograron escapar hacia el Sur. En esta evasión, no sólo sufrirían las
represalias de los soldados de la Patria, encontrándose en el camino hacia Concepción, con
otro enemigo más fiero, que no los dejaron de hostigar hasta llegar a los límites
ribereños del Ñuble. Los campesinos y
paisanaje envalentonados con el triunfo, salían de las haciendas y pueblos,
armados con fusiles, garrotes y cualquier implemento con el cual poder
atacarlos. Los nuevos y vehementes patriotas, enfervorizados y alentados por el
grupo, manifestaban ese extraño valor y superioridad por sobre el realista
derrotado y humillado en Maipú, transformaron la persecución en una extraña
cacería humana. Los soldados del Rey no sólo escapaban a la represión y castigo
del Ejercito Unido, si no también, de otras más infames, la de civiles armados
más abusivos y codiciosos, motivados sólo con hacerse de lo poco y nada que
llevaban los derrotados en Maipú. La vida de los soldados del Rey, después de
Maipú, tenía menos valor que sus
chaquetas, fornituras, botones y calzado.
Las
ciudades de Chillan, Concepción y Talcahuano, junto al territorio existente
entre ellas, desde la primera expedición realista dirigida por el Brigadier
Antonio Pareja y la defensa establecida posteriormente, por su reemplazante, el
Coronel Juan Francisco Sánchez, demostraron ser vitales para la sobrevivencia de
las tropas realistas y con el transcurrir del tiempo se convirtieron en refugio
para todos los hombres partidarios del Rey. Fue en estas ciudades donde hallaron,
seguridad y la facultad de recuperarse como fuerza militar. La historia
mostrara la notable recuperación que tuvieron las tropas realistas ante cada
revés sufrido, cuyo ejemplo más trascendental fue lo desarrollado en la ciudad
de Chillan durante el año 1813, bajo el mando del Coronel Juan Francisco
Sánchez; también es digno de referir lo realizado por Brigadier José Ordoñez en
Talcahuano después de la derrota sufrida en Chacabuco, en el año de 1817 y
nuevamente lo realizado por el Coronel Sánchez en el sector de Florida,
(próxima a Concepción), entre los años 1818 y 1819, posterior a la batalla de Maipú,
al intentar volver a reorganizar la fuerza realista que se quedaría en el país,
bajo el mismo parámetro que había aplicado en la ciudad de Chillan, seis años
atrás (1813).
Antes del embarque con características de fuga
del Brigadier Mariano Osorio y los batallones del Burgos y Arequipa con
dirección al Perú, el coronel Juan Francisco Sánchez había comenzado el proceso
de reclutamiento e instrucción del Ejercito Real de Chile, en un área muy
cercana a Concepción (Florida); junto a ello, lograba reunir en ese lugar a
varios lonkos o caciques de los pueblos mapuches, con los cuales establecía
nuevamente una alianza contra los patriotas. Estos acontecimientos llevan a
creer que lo planeado por Vicente Benavides Llanos, al asumir el mando de los
restos de los Ejércitos Realistas en el país en 1819, era proseguir las
acciones contra los hombres partidarios de la independencia, heredando y
siguiendo las tácticas y estrategias de guerra aplicadas por Juan Francisco
Sánchez y José Ordoñez, a quienes conoció en diferente tiempo y circunstancias.
Durante el proceso que duró la
independencia de Chile e incluso después, serían las regiones existentes entre
Concepción y el pueblo de San Carlos, donde se vivieron la mayor parte de los
combates entre los partidarios del Rey y de la Patria. Al contrario de lo
imaginado hoy en día, donde se considera la zona existente entre Santiago y el
Maule, como la región donde ocurrieron la mayoría de los combates por la
emancipación del país. Lo único cierto, fue que las batallas decisivas se
dieron siempre en los alrededores de Santiago. Las batallas sucedidas en el sur
del país a partir de 1813, la historia se ha preocupado de mostrarlas en su mayoría como victorias patriota; pero,
intrascendentes para acabar con los hombres del Rey. Los soldados realistas producto
de su terquedad, se mantuvieron luchando vehementemente, llevándolos varias
veces a marchar en dirección al Norte, hacia Santiago, donde sufrirían derrotas
que los obligaban a volverse a la región Sur, conocida como la última frontera del
país. Las tropas del Rey en Chile se sostendrán desde un principio con un
reclutamiento voluntario y forzado en la población de la Isla de Chiloé,
Valdivia y en las mismas provincias existentes en ambas riberas del rio Biobío.
Tanto los realistas como los
patriotas realizaron una recluta forzosa o voluntaria de hombres en edad de
portar un fusil. Los primeros en los territorios al Sur del rio Ñuble, mientras
los Patriotas abarcaron todo el país, inclusive dentro del mismo Concepción. Estos
alistamientos de hombres en edad de combatir por ambos ejércitos, dejaron a la
región existente entre el rio Maipo y el
Biobío, carentes de sujetos que pudieran trabajar en los campos y en labores
cuyos oficios mantenían la actividad agrícola y ganadera, base de la economía
del país. Los años que duro el conflicto por la independencia de Chile e
incluso una vez consolidada, transformaron el paisaje de aquellos territorios
que en otros tiempos fueron un vergel, donde todo lo sembrado crecía, en uno
que mostraba la cara de la devastación, abandono y pobreza. Las provincias
existentes entre el Ñuble y el Biobío lucirán con el transcurrir de la
contienda y del tiempo, las profundas
cicatrices de la devastación total, transformando
los campos y sementeras en verdaderas zonas improductivas, las cuales demoraran
muchos años en recuperarse.
No sólo los terrenos agrícolas y
ganaderos quedaban en abandono y luciendo el daño producido por la guerra, sino
también, las casas de haciendas, campos y villorrios, los cuales fueron
saqueados e incendiados en reiteradas ocasiones por uno y otro bando, obligando
a su gente abandonarlos, transformándolos en verdaderos lugares donde los
fantasmas hacían su existencia. La política de tierra arrasada implementada por
ambos bandos, llevaba a la población de haciendas, villas y pueblos a vivir
nuevamente como grupos nómades dentro de la región. La peregrinación y
mendicidad de las personas que ahora deambulaban por el territorio en busca de
alimentos y lugar donde pasar las inclemencias del tiempo y la noche, se hicieron
más frecuente. El conflicto emancipador de Chile los hizo abandonar sus hogares
y todos sus bienes, sólo la vida era el valor más preciado durante los quince años
que duró la lucha por la independencia del país (1813 a 1829).
El desembarco de las tropas reales en
San Vicente en 1813, bajo el mando del Almirante Pareja, daba inicio a la
Campaña por restaurar en el país, el sistema colonial y devolver a la Capitanía
General de Chile al Imperio Español. En esta empresa, Pareja jamás imagino que iniciaba
la guerra por la emancipación del país. La oposición vivida durante el
desembarco en el Puerto de San Vicente, fue considerado por Pareja y sus
oficiales como una pequeña refriega intrascendente al ver posteriormente la
recepción que hacia la gente cuando entraba a Concepción. Lo mismo ocurrió en Chillan,
donde la población salió a saludarlo y las tropas de la guarnición, lo recibía
formadas en la plaza mayor respectiva, presentando sus armas y dando loas al
Rey. Esta forma de bienvenida dada por los habitantes de estas ciudades,
llevaron a creer al Brigadier Pareja, que la campaña seria como dar un paseo
por el país, incluso después de la Sorpresa de Yerbas Buenas y su retirada
hacia Chillan, en cada parlamento para negociar la rendición de ellos
(realistas), Pareja no dejo de expresar que él y sus hombres no venían con afán
de hacer la guerra, sólo tenían por misión volver al país a la tranquilidad de
años anteriores a la conformación de la Junta Nacional de Gobierno. Los batallones
que había logrado conformar el Almirante Pareja en su marcha por la región
existente entre el Biobío y el Ñuble, mostraban un poderío sorprendente en
cuanto a cantidad de hombres que componían su fuerza, al presentarse la mayoría
de las Milicias existentes en los alrededores de Chillan para servir en la
División que el comandaba. La mayor parte de estos 4000 hombres fueron tropas
montadas, que se sumaron a los reclutados en Chiloé, Valdivia y Concepción. La
fuerza expedicionaria alcanzaba la cantidad de seis mil hombres, donde su mayor
poder estaba dado por las milicias de caballería.
Aumentadas las
tropas del Rey de dos mil hombres a cerca de seis mil, hicieron ver al ejército al mando del Brigadier
Antonio Pareja como una fuerza que no venía pacíficamente a restaurar el orden
imperial en el país. Se presentaba ahora, con el aspecto de una expedición cuya
finalidad era imponer, “o por la razón o por la fuerza”, el
retorno al imperio español. El Brigadier Antonio Pareja y sus jefes de Estado
Mayor, la oficialidad y miembros de tropa caían en el juego de imaginar que la
campaña hacia el Norte, seria pacífica y en cada ciudad recibirían los honores
correspondientes, uniéndoseles las guarniciones existentes en cada una de ellas,
sería un paseo por las diferentes provincias y pueblos, hasta llegar a Santiago.
Ante esta percepción, el Brigadier Pareja, optaba por mantener a las mismas
guarniciones establecidas en ellas para su seguridad y protección. Esta táctica
sería replicada no sólo por los nuevos Comandantes en Jefe Realistas que le
sucederían en el mando provenientes del Perú y que por órdenes del Virrey
llegaban a relevar al anterior (Gabino Gainza, Mariano Osorio, Casimiro Marcó
Del Pont y su lugar teniente, Rafael Maroto), esto también, lo replicarían los
jefes de las fuerzas patriotas, una vez lograda la independencia del país.
Los pelotones y compañías dejadas
por Pareja en aldeas, pueblos y fuertes, se mantuvieron cumpliendo una serie de
misiones y cometidos, como lo eran:
·
mantener
el orden y tranquilidad de las urbes y campos existentes.
·
lograr que los mapuches no se atreviesen a
realizar sus malocas en la zona.
·
permitir el avance de los convoyes que seguían
detrás de la división que avanzaba en dirección al Norte, hacia Santiago.
Las tropas de guarnición
frecuentemente estaban conformadas por gente de los mismos pueblos, al ser
parte de las Milicias de las zonas, viendo acción durante todo el tiempo que duró
la guerra por la independencia de Chile. Será después del desastre realista en
Maipú, donde los hombres de estas guarniciones se unían a los restos derrotados
que habían logrado evadir la serie de cercos establecidos por los partidarios
de la patria para “cazarlos”, se juntaban a la marcha desarrollada por los
vencidos de Maipú en dirección a Concepción, única ciudad en ese tiempo de
1818, que consideraban segura para volver a reorganizarse. Todos los hombres
del Rey sentían estar excluidos de todo derecho y deber dentro del nuevo Estado
y su sistema de República Liberal e independiente del Imperio español.
El desastre de Maipú y la cacería
humana realizada posteriormente, contra todo hombre que mostraba ser del
Ejército Real de Chile, hizo que muchos de ellos mostraran un
daño psicológico y físico no sólo por la sangrienta derrota sufrida, sino, además, por
el alto ensañamiento llevado a cabo por los soldados de la Patria contra todo
aquel que vestía el uniforme realista. La única motivación que les quedaba a los
hombres del Rey era lograr regresar a la región que les daba seguridad y protección,
movidos por la esperanza de volver a recuperarse, para emprender de nuevo, con
mayor fuerza y ahínco, otra expedición contra “los insurgentes”. Estas tropas y milicias realistas, no imaginaron
nunca que su propio General en Jefe los abandonaría, dejándolos a la suerte del
destino bajo las órdenes de un oficial muy respetado por ellos, el coronel Juan
Francisco Sánchez.
Hábilmente el Coronel Juan Francisco
Sánchez, al ver aparecer a los hombres que habían marchado al Norte, regresando
bajo el mando de Mariano Osorio y de José Ramón Rodil, en un estado deplorable
en lo anímico y físico, lo motivo a llevarlos nuevamente a entrenarse junto a
reclutas obtenidos por las partidas que recorrían la región en búsqueda de todos
los suministros que requerían para proseguir la guerra y alistar nuevas levas
de soldados. Los hombres del Rey eran adscritos a diferentes partidas
conformadas por las Milicias y soldados de las guarniciones existentes al Sur
del Ñuble, junto a las tropas que se habían quedado en la provincia,
transformadas todas en fuerzas montadas, preparadas para desarrollar
actividades de guerrillas, emulando a las desarrolladas a partir del Sitio de
Chillán. Sánchez y los oficiales a su mando incluían a estos veteranos dentro
de las tropas que habían estado levantando e instruyendo en Florida, desde antes
de la partida de Osorio hacia El Callao, dándoles a quienes mostraban menos
secuelas de lo experimentado, el trabajo de instruir a las nuevas levas de combatientes.
El coronel Juan Francisco Sánchez y
Seixas, volvía a darles la estructura que tantos logros les dio en Chillan
durante el sitio. Convertía a todos los batallones y compañías en escuadrones
de caballería, proporcionándoles la antigua fisonomía de sus tropas en el año
1813, entregándoles de nuevo los bríos y fuerza para combatir, a pesar de estar
consciente que los dos mil hombres bajo su dirección eran incapaces de
enfrentar a las divisiones patriotas, bien constituidas, armadas y ahora
orgullosas de sus triunfos. Las tropas a su mando, a pesar de tener
instrucciones como hombres de infantería, utilización de cañones y ejercicios
montados con lanza, carabina, sólo servían para realizar acciones de guerrilla,
donde la velocidad de los corceles era el arma más eficaz. La situación que
vivieron las tropas realistas en los años de 1818 y 1822, fue muy similar a la
vivida durante la campaña de 1813. Con el transcurrir de los meses después de
haber arribado a Concepción y estar enlistados en las tropas formadas por el
Coronel Sánchez, muchos de los hombres de las Milicias Realistas, optaron por
dirigirse a la montaña o avanzar hacia el Sur, cruzando la Frontera natural que
dividía a las sociedades mapuches y occidentales,
transformándose en lenguaraces y capitanejos dentro de los pueblos existentes
en el Wallmapu.
La fe y el deseo de proseguir en los
hombres de tropa del Rey a pesar del revés sufrido en Maipú, estaba generado por
la figura y seguridad por el liderazgo ejercido por sus superiores inmediatos, guiándolos
hacia el logro de los objetivos establecidos y en los momentos críticos y de
derrotas hasta posiciones de mayor seguridad, evitando la perdida innecesaria
de hombres en sus partidas. Ya en esos
tiempos se comprendía, quién ejerce la autoridad en el mando de una fuerza de
combate, asume también, la responsabilidad de las vidas de cada miembro de su
ejército. Así, el comandante en jefe no debía sólo tener la autoridad que le
otorgaba el Virrey, si no también, la capacidad de liderar a sus hombres sea en
la adversidad o en la victoria; pero, Mariano Osorio y quienes le precedieron
como Gabino Gainza o Rafael Maroto no demostraron poseer la capacidad de ejercer un liderazgo que al
parecer había logrado tener el coronel Juan Francisco Sánchez, durante el Sitio
de Chillán. El proceder de los Generales que llegaron a reemplazar a
Sánchez en el mando del Ejército Real, quedaban ejemplificados en la posición o
ubicación que tomaba el Brigadier Mariano Osorio el 1 y 2 de octubre de 1814,
durante la batalla de Rancagua se había establecido a una distancia apreciable
de la ciudad, y después, en el año 1818,
su autoridad emanaba de una orden entregada por su suegro, el Virrey Pezuela.
El virrey le entregaba el mando de una Nueva Expedición desembarcada en el
puerto de Talcahuano. Osorio basaba su poder de mando en jactarse ante sus oficiales sobre su facultad de
vincularse fácilmente dentro de la sociedad criolla sin problemas.
En otra posición se encontraba quien después
de Chacabuco había asumido la responsabilidad de mantener al Ejército Real,
bien dispuesto. El Brigadier José Ordoñez, quien había servido ya en los años
anteriores ( 1815-1817), bajo el mando del Gobernador de Chile Casimiro Marcó
del Pont y como Comandante en Jefe de las fuerzas del Rey, al Brigadier Rafael
Maroto. José Ordoñez ejerció el cargo de Gobernador-Intendente de Concepción. Y
con la llegada de la expedición comandada por Mariano Osorio era ascendido el
Coronel José Ordoñez al rango de General. Ese año de 1818, al arribar la
expedición dirigida por el General Mariano Osorio, debió José Ordoñez pugnar con
este último, quien cubierto con el manto de una autoridad que emanaba
simplemente por ser el Yerno del Virrey Pezuela, para determinar a quién le
correspondía tomar la dirección de todas las fuerzas realistas en Chile y
asumir, en caso de victoria, la administración de la Capitanía General de
Chile. José Ordoñez había demostrado poseer habilidades de mando en combate y
más aún, durante el sitio de Talcahuano y en las batallas de Quechereguas y
Cancha Rayada, ocurridas en ese año de 1818 en las cercanías de Talca y de
Curicó, colocándose a la cabeza de las
tropas que se dirigían hacia los objetivos establecidos, cuyo valor y bizarría
lo llevarían a ser aprehendido en Maipú por los soldados de la patria y sufrir
una existencia en San Luis que lo llevaría a perder la vida ante una
insurrección de los prisioneros del rey en manos de los habitantes, soldados y
milicianos que se encontraban en aquel pueblo argentino, por causas que no
fueron nunca de origen militar, sino más bien de intrigas generadas por un
sujeto alma pérfida, como era Bernardo Monteagudo, quien obnubilo la mente del
gobernador Dupuy, llevándole a poner medidas más restrictivas a los oficiales
del Rey, que moraban en la ciudad. Será elegido por toda la oficialidad reunida
en Talcahuano como comandante del Ejército Real en Chile al Brigadier Mariano
Osorio, gracias a su prolífica verborrea y vinculación social en ambos partidos
en pugna (Realista y Patriota), dejando como Jefe de Estado Mayor, a un Novel oficial
que vivió la guerra contra Napoleón, en una prisión en Francia, era el coronel
Joaquín Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo. José Ordoñez quedaba relegado a un
segundo plano dentro de las fuerzas reales en el país.
La batalla de Maipú, demostró la crueldad y
cizaña que lleva la sed de venganza, la ley del talión se encuentra en nuestro
mismo ADN, y llego a manifestarse más cruel y sanguinaria una vez que los
patriotas sintieron haber logrado la victoria a plenitud. La persecución que se
realizó posteriormente, producto de la dispersión y desbande que iniciaron
parte de la caballería realista que en su huida envolvieron a las tropas del
Real de Lima, y con ella envolvieron a los batallones realistas que marchaban
detrás de la infantería del Arequipa. El desorden que produjo en las tropas del
Rey, que comandaba Mariano Osorio, fue difícil de controlar por parte de los
oficiales al mando de cada batallón realista, que veían como avanzaba hacia
ellos una tromba de personas y caballos, unos sufriendo la embestida de los
otros, quienes a caballo o a pie, se cercaban infringiendo la muerte de todo
aquel que se le atravesaba, era en si una escena dantesca de lo que puede ser
el infierno.
La batalla de Maipú colocaba muchas
cosas en juego, no era sólo la vida de cada hombre y el futuro que podrían
tener si su partido era derrotado, en especial para los patriotas, que
proyectaban una nueva huida hacia Mendoza, lo cual no deseaban realizar quienes
habitaban Santiago y repetir los padecimientos que sufrieron en el cruce de la
Cordillera de Los Andes, como lo vivido en las Provincias del Rio de La Plata,
cuyos climas diferían notablemente al existente en la cuenca santiaguina y la
situación de casas donde habitar. Junto a lo anterior, las derrotas sufridas en
las cercanías de Talca, -Cancha Rayada y Quechereguas-, habían generado en las
tropas del Ejército de Los Andes un temor y desmoralización, que hacía
presagiar una nueva derrota en manos de las tropas realistas, cuya experiencia
en batalla sólo alcanzaba a ser la de montoneras o guerrillas que golpeaban y
huían, algo que habían aprendido a realizar durante el sitio de Chillán y que
tantos logros le dieron. Sólo los batallones mapuches que embistieron en
Quechereguas, demostraban el orden de ataque de una fuerza de caballería de
lanceros y que fue la que les dio la victoria en aquel trance. Fuera de aquella
tropa montada, los hombres del batallón del Burgos, eran experimentados en
batallas, como la vivida en Maipú, y tal vez el Arequipa y la caballería que
trajo desde el Callao, el Brigadier Mariano Osorio. Los batallones veteranos
existentes en el país sólo habían ejercido labores de montoneras, cuya
principal función era desgastar y disminuir las fuerzas patriotas existentes en
la región del Sur del país, donde la utilización del caballo se transforma en
vital para desplazarse rápido y distante de un punto a otro. La sorpresa y la celeridad eran claves para el logro
de sus acometidas, donde el corcel se transformaba en un elemento de vital
importancia para la sobrevivencia de cada miembro de las fuerzas realistas.
Ambos contendientes se enfrentaban
en una batalla decisiva, en las cercanías de Santiago, como antes fue el
conflicto entre las dos tendencias patriotas que se enfrentaron en al área de
las Tres Acequias, dirigidas por Bernardo O’Higgins y Luis Carrera, que es
considerada la primera revolución entre partidarios de la patria, como parte de
las primeras campañas de la Patria Vieja, entre 1813 y 1814. Esta batalla fue
el comienzo del fin del ideario independentista chileno, con sus propias
fuerzas y esfuerzos, cuyas repercusiones llevarían a vivir el Desastre de Rancagua.
El
encerrarse en Rancagua por parte de las divisiones que comandaban Bernardo
O´Higgins y Juan José Carrera (Primera y Segunda división), en vez de acercarse
a la zona de Angostura de Paine, un lugar estratégico que obligaba a las
fuerzas enemigas a reunirse en un pequeño espacio y fáciles de sucumbir a la
artillería y fusilería dispuesta en altura. Rancagua era una ciudad en un
terreno llano, sin ríos cerca y de difícil defensa, al carecer de toda
provisión que permitiera una férrea defensa, como lo era Chillan. EL error de
situarse allí, en Rancagua, era en sí, el presagio a una derrota, al dejar
desprovisto de todo lo necesario a los hombres que dirigían O´Higgins y Juan
José Carrera. Sin agua, sin pertrechos en un lugar que era fácil de rodear, dejando
a la tropa patriota cercada y sin posibilidad de escape. La única alternativa
existente era sucumbir luchando y atrayendo a la mayor cantidad de hombres del
rey a la ciudad, con el fin que la división al mando de Luis Carrera,
interviniera sorprendiendo a los soldados del Rey, que con todas sus fuerzas
atacaban las independentistas que defendían Rancagua. Aquel deseo de O´Higgins,
que lo llevó, tal vez, a imaginar que lo fue, y que la Tercera División
patriota, pronto aparecería ingresando a la urbe, quedo sólo en el sueño de
aquel impetuoso oficial patriota. El intento de la Caballería de la Tercera
División, en su intento por abrir un espacio que permitiera romper el cerco
realista y permitir a los hombres de las otras dos divisiones de la patria, poder
retirarse hacia el sector de Angostura, fallaba al verse atacada por los
escuadrones de caballería realista preparados para evitar cualquier amago de
libertar a los cercados en Rancagua.
El logro del escape por parte de las
tropas independentistas del cerco de Rancagua, es una acción épica, por la
determinación de O´Higgins, rompían las trincheras con las cuales las fuerzas
realistas bloqueaban las salidas de la ciudad. En su huida en dirección a
Santiago, iban quedando hombres rezagados que por su seguridad se escondían en
las casas y estancias existentes en el recorrido. Al llegar a la urbe
santiaguina, el pavor de ver llegar tan maltrechas a los soldados de la patria
y su continuación hacia Los Andes, para cruzar a Mendoza, genero en la urbe una
explosión de pánico que llevo a que migrara casi todos los habitantes de
Santiago. A la llegada de la Tercera División patriota comandada por Luis
Carrera y que junto a José Miguel Carrera que había estado en Angostura de
Paine, junto a esta fuerza y en espera que se le obedeciese a la orden de
reunirse en aquel sector por parte de O´Higgins y de Juan José Carrera. Esta
acción acabó con los soldados de la patria constituida por chilenos y de lo que
denominados como Patria Vieja que dio comienzo a la idea de emancipación en lo
que era la Capitanía General de Chile.
La
marcha de la población civil de Chile en dirección a Mendoza, ante el desbande
de parte de las fuerzas patriotas bajo el mando de Bernardo O´Higgins y de Juan
José Carrera, que fueron las primeras en ingresar a Santiago para proseguir su
huida hacia Los Andes, con la clara finalidad de cruzar la cordillera y por lo
cual fueron los primeros en llegar a Mendoza, había generado en la población
santiaguina y alrededor de la ciudad, un pánico que hizo que sus habitantes
abandonaran sus hogares casi con lo puesto y con una vestimenta inadecuada para
realizar un cruce de la cadena montañosa en plena primavera, con su veleidoso
clima de esa estación. La gente que migro a Mendoza, sufrió experiencias
tristes y tormentosas, la inclemente montaña de Los Andes no perdonaba a
madres, bebes, pequeños niños, ancianos e incluso a personas en edades llenas
de plenitud, a todos los exponía a sus veleidades climatológicas. Huían a la
venganza y castigo que aplicarían los realistas a todo sujeto que fuera
denunciado de ser partidario de la Patria, para padecer las bajas temperaturas,
las lluvias y nevazones con sus vientos que se cernían en cada recodo montañoso.
Con
la fuerza organizada por el Gobernador de Mendoza y creador del Regimiento
“Granaderos a Caballo”, que será conocida en la historia como el Ejército de
Los Andes y cuyo mando asume el mismo Brigadier y Gobernador de la ciudad de
las Provincias Unidas del Rio de La Plata, Don José De San Martin. La población
chilena que había emigrado después del Desastre de Rancagua, ahora retornaba
desfilando detrás de la fuerza libertadora de Los Andes. La confianza y el
deseo de retornar sus hogares abandonados, los llenaban de esperanza que algo
mejor debería ocurrirles. Chacabuco (12 de febrero de 1817), sería el primer
gran encuentro que colocaba a las fuerzas realistas en pleno desbande, su comandante
en jefe, Rafael Maroto, se ponía en fuga logrando sacar a su familia de
Santiago y embarcarse en Valparaíso con dirección al Callao.
La
población santiaguina que había sufrido la migración al otro lado de Los Andes,
en 1814 y que ahora, en 1818, revivían aquella extraña y penosa aventura,
producto de las derrotas sufridas por el ejército de Los Andes en Cancha Rayada
y en Quechereguas. Manuel Rodríguez, aviva e incitaba el honor patrio y el
deseo de acabar con aquella fuerza del Rey que no permitía lograr la
emancipación del país; ahora la población se unía al esfuerzo bélico
conformando una nueva división que asumiría el mando el General Bernardo
O´Higgins, cuando hizo su aparición en la ciudad y procedería a arrestar a
Manuel Rodríguez por incitador… Con esa fuerza y como nueva división hizo su
aparición en Maipú, cuando el triunfo ya estaba consolidado.
Las
tropas chilenas que habían cruzado Los Andes para rehacerse como fuerza
beligerante, no fueron consideradas por el Gobernador de Mendoza, quien
aprovecho de retirar sus guarniciones de las provincias cordilleranas de Entre
ríos, Córdoba, Corrientes, Santa Fe, San Luis y Mendoza fueron reemplazados con
los hombres
del ejército de Chile que arribaron con O´Higgins, y después con José Miguel
Carrera. Serían las tropas de San Luis, Córdoba, Mendoza, Entre Ríos y otras
provincias argentinas las que conformaron los diferentes batallones y columnas
del Ejército de Los Andes. Muchas de las familias chilenas, que habían
hecho la migración a Mendoza, se distribuían por las Provincias Unidas del Rio
la Plata, según el destino donde el hombre debía “ir a cumplir su deber por la patria”, áreas que eran extrañas para
ellos.
Los combates de los días 15 y 19 de
marzo de 1818, colocaban a los patriotas en una situación donde no podían ser
derrotados en la próxima batalla, pues sería el fin de los planes emancipadores
establecidos en Mendoza por José de San Martin y otros hombres de la jerarquía
política argentina que conformaban la conocida “Logia Lautaro”, la cual
cambiaria de nombre a “Logia Lautarina”, con la
integración de oficiales chilenos, tales como O´Higgins, Freire, entre otros. Tanto oficiales de las Provincias Unidas como
chilenos, conformando el Ejército Unido (producto de la fusión del Ejército de
Los Andes, con batallones constituidos por chilenos en el país), hicieron un
gran esfuerzo para lograr la victoria en la próxima confrontación en las
cercanías de Santiago un día 5 de abril de 1818, con la cual se lograba la
independencia de Chile. En tanto, caen en el olvido de la historia los anhelos
de los partidarios del Rey, cuyos partidarios incondicionales deseaban volver a
la paz y actividad de los tiempos coloniales, viéndose envueltos en una
vorágine guerrera que no finalizaría hasta bien entrado el proceso de
conformación de Chile independiente del Imperio Español.
Fue
en aquel combate del 5 de abril de 1818, en las cercanías de Santiago, donde el
General en Jefe realista, Brigadier Mariano Osorio, mostraba su peor faceta. En pleno combate, Mariano Osorio al ver que
las tropas del Burgos y del Arequipa, eran acribillados por los cuadros de
infantería y artillería patriota que los enfrentaban, haciéndoles ceder
terreno ante el fuego bien dirigido y certero de las fuerzas patriotas,
lograron convertir en un verdadero desbande la retirada de las tropas de
infantería del Real de Arequipa, que al dar la espalda a las fuerzas patriotas
impidieron que el Burgos pudiera enfrentar a los soldados patriotas,
procediendo a retroceder entremezclados con los primeros y el dando por
derrotada sus fuerzas emprendía la huida en dirección a Concepción. A estos se
uniría parte de los escuadrones de caballería que salían a proteger a los
batallones en repliegue, con clara muestra de pánico, contagiando a las demás
fuerzas del Rey a emprender una fuga donde cada soldado deseaba salvar su
existencia, perseguidos de cerca por los soldados de la patria.
Con el desbande de sus batallones
de línea, el Brigadier Mariano Osorio llegó a ver la debacle de toda su fuerza,
sin siquiera haber empleado a los batallones de hombres fogueados en la
aventura bélica que se inició en el país con el desembarco del Brigadier
Antonio Pareja; tal vez, algo más hubieran realizado los hombres nacidos en el
país que defendían los colores de la monarquía en aquella batalla, como lo
demostraron posteriormente los granaderos, ingenieros y cazadores al mando del
Brigadier José Ordoñez y de Joaquín Primo de Rivera, en las casas de Lo Espejo.
El Brigadier Osorio, abandonando el campo de batalla junto con las tropas ubicadas
cerca de donde se encontraba él, donde se destacaban los Dragones de Arequipa. Mariano
Osorio, mostraba el menosprecio por los hombres que derramaban su sangre por un
ideario imperial. Aquellas ideas
monarquistas él era el principal interesado, al ser el yerno del Virrey del
Perú, por lo cual perder hombres en una batalla de la forma que se vivió en
Maipú, era impropio de un oficial de alcurnia. Sólo José Ordoñez y Joaquín
Primo de Rivera reunían a los hombres en dispersión en un sector distante de
Maipú, en el sector que se conocía como “las casas de lo Espejo”, guardando las
esperanzas de poder reunir a más hombres de tropa y revertir el desastre de
Maipú.
Mariano Osorio emprendía su escape en dirección
al rio Maipo escoltado por los escuadrones de Dragones de Arequipa, con una
velocidad que lo llevo acortar la distancia existente en un breve tiempo,
cruzándolo sin temor, y dirigiéndose con la misma celeridad hacia Concepción. En
tanto, el Coronel José Ramón Rodil se quedaba reuniendo a los fugitivos del
campo de batalla y con ellos marcharía hacia la ciudad anteriormente nombrada. Mientras
tanto en las cercanías de los llanos de Maipú, el Brigadier Ordoñez liderando a
los hombres de los batallones de Zapadores, Concepción, e Infante Don Carlos, plegándoseles
miembros de otras brigadas, llegaban a las casas de Lo Espejo sin dejar de
combatir a las tropas patriotas que los seguían. Allí se le unía el Coronel
Joaquín Primo de Rivera al mando de las columnas de Cazadores y Granaderos
establecidas como reservas. Estos oficiales del Rey hicieron
una férrea defensa en los caseríos de Lo Espejo hasta acabárseles las
municiones y la posibilidad de proseguir luchando y diezmadas sus tropas; ya incapaces
de hacer fuego, sosteniéndose sólo con sables y bayonetas, se vieron obligados a rendirse a las tropas patriotas,
a pesar de tener aun la fuerza y el vigor para seguir luchando. Se cuenta que
Ordoñez al sentir que su honor se encontraba en juicio, rompió su espada antes
de entregarse a los oficiales patriotas.
Mientras las tropas que dirigió el
Brigadier Mariano Osorio en su campaña hacia Santiago sucumbían en Maipú, él huía
raudamente hacia las ciudades de Concepción y el Puerto de Talcahuano, adonde
llegaba después de dos semanas, entrando con toda la severidad del grado que
poseía y junto a los escuadrones de Dragones que lo siguieron en su escape,
cuyos hombres mostraban en su rostro y complexión, no sólo el agotamiento del
trayecto, sino el miedo y la desmoralización de lo vivido en Maipú. La conducta
de Osorio desde el mismo día de su arribo, dejaba perpleja a la población civil
ya informada de lo ocurrido en las cercanías de Santiago. Observaban como
realizaba distintas tareas, con la finalidad de embarcarse hacia el Virreinato
del Perú. No sólo contactaba con los capitanes de los barcos situados en la
bahía de Talcahuano, y con las personas más asiduas al bando del Rey, para ser embarcados
junto a sus familias.
los restos de los batallones Burgos
y Arequipa aparecían en Concepción después del día de la llegada de Osorio a la
ciudad ribereña del Biobío. Los soldados realistas comenzaban a llegar a la
urbe penquista, mostrando en su vestimenta y rostro las situaciones que
vivieron. El Virrey Pezuela solicitaba a los batallones del Burgos y del
Arequipa de manera urgente para ser transportados al Perú, lo que obligaba a Mariano
Osorio, recuperar las compañías de estos batallones a su estado anterior, para
ello sacaba a hombres de tropa, veteranos de otros batallones que arribaban a
la ciudad. Dejaba a las fuerzas realistas en el país conformados con una
mayoría de reclutas bisoños, nacidos en la zona que va del rio Ñuble al Biobío.
Junto a estos se quedaban oficiales y tropas de Valdivia y Chiloé veteranas de
las luchas independentistas desde sus inicios.
Mariano Osorio se dedicaba a
desmantelar todas las defensas existentes en el Puerto y ciudad de Talcahuano,
dejando de esta manera, a la población de Talcahuano y Concepción a las orillas
del mar, sin defensas ante los eventuales ataques patriotas que podrían
realizar para hacerse dueños de ellas. Al terminar Mariano Osorio sus trabajos
de desmantelamiento de las defensas y el retiro de los cañones y su respectiva
munición existente en el puerto y la ciudad sureña, entregaba el mando de los
restos del ejército Real en Chile, al coronel Juan Francisco Sánchez, instituyéndole
una serie de tareas y acciones a desarrollar, pero lo dejaba carente de armas y
suministros vitales para realizar todo lo solicitado.
Osorio cumplió las ordenes que su suegro
ordenó, debiendo llevarle, nuevamente, las tropas que este le había confiado
para acabar con las fuerzas patriotas existentes en la Capitanía General de
Chile y obligarlas a cruzar hacia el lado oriental de la cordillera de Los
Andes. Sin saber las órdenes dictadas por el Virrey Pezuela para el General en
Jefe de los Ejércitos Reales en Chile, Brigadier Mariano Osorio, los habitantes
de ambas ciudades (Concepción y Talcahuano), observaban consternados como las
tropas realistas destruían las defensas que había levantado el año anterior
(1817), el Brigadier José Ordoñez para
la defensa del Puerto ante un ataque por vía terrestre. Con esta acción quedaba
toda la población civil expuesta e
indefensa antes las fuerzas patriotas que tarde o temprano avanzarían hacia
este lugar. Cada habitante de la región de Concepción comprendía que los restos
de las batallones reales dejados como despojos por Osorio en Chile, eran
incapaces de hacer frente en campo abierto a las tropas de la Patria y de algo
hubieran servido las defensas establecidas por Ordoñez. Además, el Brigadier Osorio,
en fuga, había retirado todas las piezas de artillería establecido en parapetos
hacia las vegas existentes cerca de Talcahuano y tierra firme, como también, de
los castillos que defendían los accesos marítimos a la ensenada del puerto. No
dejaba nada útil para la protección de la ciudad y su embarcadero.
Quedaron sólo los restos de los
batallones creados en Chile bajo el mando de un veterano y experimentado oficial,
muy diestro en afrontar situaciones complejas, como era el Coronel Juan
Francisco Sánchez. Los hombres del Rey
que optaron por quedarse, habían sostenido la lucha desde el comienzo de las
campañas por recobrar el país para el Imperio Español, en todo ese tiempo
vieron como sus compañeros de armas provenientes de Chiloé, Valdivia y de la misma
región existente entre el Ñuble y el Biobío, perdían sus vidas, eran aprendidos
y fusilados. Fue después de la derrota
sufrida en la batalla de Maipú, donde los soldados del Rey en su retirada,
enfrentaron las represalias más crueles
aplicadas por los partidarios de la Patria a todo realista que aprendieran; a
pesar de ello, optaron por jugarse la suerte de su existencia escabulléndose
por rutas y bosques, evitando de esta forma las persecuciones y cercos que
realizaban el campesinado y pobladores de las regiones existentes entre el rio
Maipo hasta el Ñuble. En su marcha hacia el Sur, sufrieron grandes penurias por
lograr escapar de la caza establecida
por los patriotas recorrieron los
casi 450 kilómetros, en pocos días esperanzados por llegar a un lugar seguro y
protegido, como lo era la región existente entre el rio Ñuble hasta el Biobío. Nuevamente la provincia conocida como la última
frontera extendía sus asentamientos para recibirlos y curarles sus heridas, que
ahora eran más emocionales que físicas. Cada hombre que arribaba a Chillán,
Concepción o Talcahuano, guardaba la convicción que volverían a reconstituirse
en sus batallones y reiniciar otra campaña contra los patriotas. Renacía en
ellos el anhelo de derrotar de una vez a las
tropas del Ejército Unido (Los Andes y de Chile), como había ocurrido en
Rancagua (1814), Quechereguas (1818) y Cancha Rayada (1818).
Tanto a los hombres del ejercito
realista como a la población de la provincia de Concepción les sorprendía las
ordenes dispuestas por el Brigadier Mariano Osorio, quien los dejaba
abandonados al destino y a merced de los patriotas, como asimismo los excesos y
abusos que habían mostrado en el tiempo que estuvieron acuartelados en
Concepción y Talcahuano, eran habitual los saqueos y violencia contra los
habitantes y sadismo y crueldad, que aplicaban las tropas reales que ahora se
embarcarían hacia el Perú, de la misma manera que lo habían realizado la
soldadesca patriota bajo el mando de José Miguel Carrera. A pesar de los
hombres de aquellos batallones formados en Chiloé, en Valdivia y reclutados en
la región de Concepción y Chillán por el fallecido Brigadier Antonio Pareja,
siguieron demostrando aquella terquedad tan típica de los descendientes de
español, tan expuesta en el sitio de Chillán y en 1818 volvían a mostrar, al
estar decididos a continuar la guerra.
Aquellos hombres nacidos en provincias del
país fueron tildados de iletrados y faltos de espíritu combativo y militar, por
parte de los oficiales de origen español que habían arribado con los batallones
traídos por los Brigadieres arribados para tomar el mando de los Ejércitos
Reales de Chile (como Gabino Gainza, Mariano Osorio y Casimiro Marcó del Pont),
con el transcurrir de las campañas y combates vividos, su percepción cambiaba
al verlos actuar, dando un giro de 180 grados. Los soldados procedentes de
Valdivia, Chiloé o de la misma región de Concepción, ante cada revés demostraron
un pundonor y lealtad, que los llevaron a sostener la bandera en momentos tan
críticos como fue el año del Sitio de Chillan(1813), aprendieron a realizar
acciones donde la velocidad de los corceles eran la clave de la victoria o de
la derrota, y ante cada infortunio volvían a reorganizarse para emprender
nuevamente otras operaciones que generarán el desgaste y posterior derrota de
las fuerzas patriotas, todo por lograr reconquistar el país para un Rey que no
conocían.
Después de lo sucedido en Maipú, a
pesar del abandono y del estado en el cual los dejaba Mariano Osorio, los
soldados realistas nacidos en Chile, lograban mantenerse como fuerza combativa,
producto del honor de proseguir por un objetivo que cada día se transformaba en
una ilusión. Sentían aquellos veteranos de guerra, reclutados en Chiloé, Valdivia y la misma
provincia de Concepción, la necesidad de mantener por su propio honor las
banderas del imperio español ondeando en estas tierras, a lo cual se plegaban
una gran parte de los oficiales de origen español, decidiendo no abandonarlos,
como lo hacía su General, el Brigadier Mariano Osorio y los hombres de los
batallones del Burgos y Arequipa. Se quedaban juntos a sus hombres en los
regimientos en los cuales habían servido, padeciendo muchas veces los mismos sucesos
que imponía la contienda libertaria. Serán estos guerreros, la base o columna
vertebral de las guerrillas que se formaron a partir de 1819, bajo los mismos
parámetros a los establecidos durante el año 1813, el mismo proceso de
instrucción y preparación que hizo el Coronel Juan Francisco Sánchez.
Muchos de los oficiales de origen hispano
habían marchado desde la Expedición del Brigadier Pareja y su desembarco en el
Puerto de San Vicente, con las tropas realistas reclutadas en el país y vivido
todos los momentos junto a ellos en los cuales se encontraron y que después del
5 de abril de 1818, huían junto a ellas hacia Concepción. Tanto los oficiales
como los hombres de tropa mostraban los mismos rostros de miedo y derrota, por
lo visto y vivido en aquella batalla determinante por la independencia de
Chile. Ahora, los sorprendía la conducta
tomada por el Brigadier Mariano Osorio, quien arrasó con todos los sistemas
defensivos existentes en Talcahuano, dejaban a la ciudad y su población civil
indefensa a merced de las tropas patriotas. Observaban los hombres del Rey, como Osorio embarcaba a algunos hombres de
batallones diferentes al Burgos y Arequipa, toda la artillería existente en el
Puerto y en Concepción, a las armas y municiones que se encontraban en los
arsenales de ambas ciudades. El honor y responsabilidad hacia la población que
en momentos críticos los cobijo, llevó a muchos de los oficiales de origen
español a pesar de lo visto y de poder elegir una opción más cómoda y segura
para ellos, como era el embarcarse con dirección a El Callao, a decidir quedarse en Chile combatiendo por la
causa del Rey. A pesar que la esperanza
de lograr la victoria contra las fuerzas de la Patria se mostraba muy difícil
de lograr. Serán estos hombres, vestigios de los Ejércitos Reales quienes mantuvieron viva la ilusión de lograr conquistar
nuevamente el país para el Imperio Español. Proseguirán en esto más allá de la
consolidación de la independencia de Chile, con el mismo ideario y el deseo de
volver a emprender una nueva marcha hacia Santiago.
La batalla de Maipú, el 5 de abril
de 1818, demostraba la capacidad de los ejércitos conformados en América para
derrotar a los conformados en Europa, aunque para efectos del escritor de este,
la derrota de las fuerzas del rey en Chile había sido incubado en el seno de la
oficialidad que dirigía a los batallones veteranos conformados en Chile, a los
cuales se les sumaban los orgullosos hombres del Burgos y los pertenecientes al
regimiento Arequipa (Dragones e infantería), dada la grandilocuencia de quien
venía a cargo de ellos, el Brigadier Mariano Osorio. Su pasado como Gobernador
de la Capitanía General de Chile, le hacían sentir un nivel de superioridad a
cualquier otro oficial de su mismo grado, aún más al estar casado con Joaquina
De La Pezuela, hija del Virrey del Perú, Joaquín De La Pezuela. Los vínculos
sociales de Mariano Osorio le daban aquella autoridad y el derecho a ser él
quien, una vez derrotados los patriotas, debía ejercer el cargo de Gobernador
del país. Los méritos y logros de los oficiales que se habían quedado en Chile
para sostener el bastión del Rey, eran minimizados y menospreciados e incluso
satirizados por el mismo Mariano Osorio. En aquel juego de diversión social que
hacía con la oficialidad más adepta a él, así lo obrado por el Coronel José
Ordoñez, entraba en esta “ocurrencia”, de Mariano Osorio, junto a lo realizado
tiempo atrás por el coronel Juan Francisco Sánchez durante el sitio de Chillán.
El coronel José Ordoñez, después de la batalla de Chacabuco (12-2-1817), en su
retirada a la región existente entre el rio Ñuble y el Biobío, lograba a su
arribo a Concepción organizar nuevamente a las tropas reales, permitiendo, a su
vez, que el coronel Juan Francisco Sánchez, tomara el mando de las tropas que
se organizaban en Chillán, mientras él realizaba lo mismo en Talcahuano. Ordoñez
por sus méritos de planificar y organizar no sólo a los hombres sino también de
las defensas realizadas a Talcahuano, se ganó las jinetas de Brigadier (General),
las que traía su competidor por hacerse del sitial de Gobernador de Chile,
Mariano Osorio. Será la rivalidad que nació el mismo día que Osorio desembarco
en Talcahuano, junto a una oficialidad de origen español, donde destacaba
Joaquín Primo de Rivera, la cual generaría una pugna entre los recién arribados
con quienes habían estado combatiendo desde la expedición del Brigadier Antonio
Pareja.
La lucha por obtener el beneplácito de los oficiales, comenzó a vivirse
desde el mismo día del arribo de Mariano Osorio; mientras uno hacia vínculos
sociales y relataba historias, él otro se dedicaba a seguir instruyendo a las
tropas y mejorando las defensas de Talcahuano. Aquella lucha por adjudicarse la
simpatía de los oficiales y jefes, no sólo dividió a estos a favor de uno u
otro, si no también, en las tropas formadas dentro de lo que eran Chiloé,
Valdivia, Concepción y Chillán con las arribadas junto a Mariano Osorio, el 10
de enero de 1818, en el Puerto de Talcahuano. Esta aversión entre tropas del
mismo bando, al parecer, fue estimulada por el mismo General en Jefe, su jefatura
y la oficialidad arribada junto a ellos.
El Brigadier Mariano Osorio, se
jactaba de conocer a todos los oficiales realista y de la patria que habían
combatido en la revolución independentista de Chile. Desde su primera estadía
en el país, producto que su antecesor, el Brigadier Gabino Gainza, había
firmado el tratado de Lircay (3 de mayo de 1814), junto a los oficiales
patriotas Bernardo O´Higgins y Juan Mackenna, contraviniendo, aparentemente,
las ordenes que le había entregado el Virrey del Perú en ese entonces, Fernando
de Abascal, había considerado Mariano Osorio a las tropas realistas existentes
en Chile, como una fuerza de escaso valer militar.
El Brigadier Mariano Osorio, quien volvía
a Chile después de haber sido su gobernador entre los años 1815-1816, nunca
miro con buenos ojos a las tropas creadas en Chiloé, Valdivia y la misma
provincia de Concepción. Esta percepción se formó desde que llegó a reemplazar
en el mando a Gabino Gainza en el año de 1814, producto de apreciar a la
mayoría de esta fuerza sin tener una clara definición al tipo de armas a las
cuales pertenecían, pues todas estaban montadas vestían un uniforme que se
desdecía al de un Ejército, una mezcla de ropas civiles, de los pueblos
mapuches (ponchos), y pocos atavíos de origen castrense. A pesar de ello
demostraron su valor durante el desastre de Rancagua (1 y 2 de octubre de 1814),
más, cuando fueron dirigidas por oficiales idóneos.
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