La
historia nos ha cubierto con un manto la situación que vivió España, que hasta
1807 fue un fiel aliado de Francia y su Emperador, Napoleón Bonaparte; esto
cambió cuando el “pequeño corso”, solicito al Rey de España, Carlos IV, permiso
para que ingresaran a su territorio tropas francesas, con el objetivo de
invadir Portugal, quien previo a su abdicación en favor de su hijo, Fernando
VII, dio venia a esta petición del Emperador francés. Justo cuando en la
Península Ibérica, se vivía el traspaso y coronación del nuevo Rey, las tropas
francesas autorizadas por el renunciado rey Carlos IV, avanzaban en dirección a
Madrid, en vez de dirigirse hacia las zonas limítrofes con Portugal. Sin
derramar mucha sangre, el Emperador francés capturaba a Fernando VII, y lo
dejaba cautivo junto a su padre (Carlos IV), en Bayona, mientras sus fuerzas
militares ocupaban la capital del imperio español: Madrid. La respuesta del pueblo español no se dejó esperar, en tanto los
miembros de la nobleza española reconocían todo lo que el invasor francés les
impuso, incluso la idea de vasallaje a un emperador impuesto por el invasor y
nombrado por el mismo Napoleón Bonaparte, como lo era José Bonaparte, uno de
los hermanos de Napoleón (los hermanos de Napoleón fueron siete; cuatro hombres
y tres mujeres: José, Lucien, Luis, Gerónimo, Elisa, Paulina y Carolina). Estos
eventos tuvieron una serie de repercusiones dentro de las colonias del imperio
español, en especial en América, donde la incertidumbre ante los
acontecimientos sucedidos en plena Metrópoli Imperial, mostraban la
desaparición de la Patria Madre y su administración dentro de los territorios
coloniales. Los Virreyes y sujetos de los diferentes rangos políticos, en su
indecisión por el deseo de preservar sus cargos dentro de la estructura
socio-política de los Virreinatos y Capitanías Generales, en un principio se
mostraron dubitativos en su opción por mostrar su lealtad en espera que los
acontecimientos les permitieran ver por quien podrían decidirse, aunque la
población colonial en los diferentes territorios de la América Hispánica,
estaban decididos y se mostraban leales al rey cautivo Fernando VII y a la
Junta de Sevilla, surgida para proteger los intereses del monarca aprendido por
los invasores franceses. Sólo el Virrey Fernando Abascal desde un principio
mostró su fidelidad a Fernando VII, en tanto los demás, del Virreinato de Nueva
Granada, Nueva España y del Río de la Plata, siempre estuvieron vacilantes de a
quién jurar lealtad. Lo mismo ocurría con el Gobernador de la Capitanía General
de Chile, quien en su posición se sentía más ligado al Virrey Santiago Liniers
que al del Perú, Fernando de Abascal.
El
conflicto dentro de la península ibérica generó una serie de Cortes, como la de
Sevilla que destacará sobre las demás donde por asumir el poder hegemónico del
rey cautivo, mientras este se encuentre prisionero del invasor francés. La
Creación de las Juntas en cada ciudad española, en defensa del Rey Fernando
VII, llevará a ser emulado en los territorios coloniales del imperio español, y
sería el primer paso, en estas regiones, para ir conformando el ideal de
emancipación del “reino donde nunca se oculta el sol”, (España). La
situación en España llevó a los territorios de América, en una primera
instancia a demostrar su fidelidad al Rey Fernando VII, a pesar que muchos de
sus autoridades políticas, más interesadas en preservar sus cargos, mantuvieron
una actitud dubitativa, que el mismo tiempo los llevaría a dejar sus puestos,
como le sucedió a Francisco Antonio García Carrasco, Gobernador de la Capitanía
General de Chile.
Aquella actitud indecisa de los Virreyes y
Gobernadores de las Capitanías Generales, fue la responsable para la creación
de las Juntas de Gobierno dentro de la América española, que en un principio se
mostraban leales al Rey, pronto abrieron los caminos a los anhelos que
guardaban en sus corazones, por ser países independientes del Imperio Español,
que les permitiera abrirse al mundo y poder comerciar con otros estados que
vivían la Revolución Industrial; esto llevaba a los habitantes de América
querer obtener las mercaderías que ofrecían y que sólo lograban obtener las
clases sociales más conspicuas del continente americano por contrabando que
hacían embarcaciones de origen de origen inglés, estadounidense, holandeses y
de otras naciones europeas. España tenía prohibido a sus colonias comerciar con
otros países que no pertenecieran a su imperio. Para Alvin Toffler ésta hubiera
sido la primera oleada del proceso emancipador en los territorios hispano-americanos,
mostrando aún la fidelidad a la autoridad monárquica cautiva. Esto tal vez, por
sentir en cada habitante de este continente la misma sensación de cautividad
que tenía en esos momentos el Rey Fernando VII en poder del emperador francés
Napoleón Bonaparte. Como si el vasallaje que había sufrido al continente
americano, ahora el país peninsular lo estaba viviendo en su propio territorio
y su población sufriendo los ultrajes que realizaban quienes habían sometido al
país, el invasor francés.
Las
regiones más conservadores y proclives a continuar con el sistema de vida
colonial, fueron las ultimas en tomar acciones emancipadoras. Poco a poco, con
el transcurrir del tiempo y de los acontecimientos en España, la ausencia del
poder monárquico Borbón, donde el Rey podía establecer las medidas a realizar y
las normas, como también las políticas que en las colonias debían imperar se
había desvanecido con la misma prisión a la que fue sometida por los franceses,
permitiendo al sueño de la emancipación de estos territorios de América se
convirtiera en un proyecto factible. La radicalización de la idea de
emancipación dependía directamente del vínculo existente entre la autoridad del
poder imperial y cada región del imperio, a pesar de vivir la cautividad
Fernando VII y gracias a la representación ejercida, primero por las Cortes de
cada ciudad de España, donde destaca la de Sevilla y después el gobierno de las
Cortes de Cádiz, de donde sacaron la idea las elites coloniales para conformar
sus propios gobiernos “protectores de la corona española” ,
permitieron el avance a un nuevo estadio de la situación que se aprecia como
proceso independentista. La conformación de las primeras Juntas de
Gobierno, será visto hasta nuestros días como el primer paso para lograr la
emancipación de las colonias de América, para conformarse como estados
independientes.
Con
las acciones políticas que se venían desarrollando en las colonias y con la
venia de las Cortes de Cádiz, de autogobernarse, pronto las elites coloniales
buscarían obtener la emancipación de estos territorios al sentir que tenían la
capacidad de administrar estos de forma autónoma a las directrices de una
monarquía cautiva y que en su reemplazo dirigía desde la distancia una forma de
gobierno similar a la instaurada por ellos en cada país de América española. El
poder económico de estos grupos de poder que tenían gran injerencia e influencia
política en las decisiones que se tomaban en los gobiernos, producto del poder económico
y territorial, al ser quienes poseían campos productivos dedicados a la
agricultura y ganadería, del mismo modo que la iglesia católica tenía en cada
Virreinato y Capitanía General, como asimismo en sectores donde las actividades
de Misionero, les permitía hacerse de grandes latifundios. Junto a ello la actividad comercial de
importaciones y exportaciones que también poseían estas familias, en su deseo
de lograr obtener el comercio de productos elaborados industrialmente en
Inglaterra, Austria, Prusia, Estados Unidos, Francia y Holanda, entre otros
países de Europa, llevo a estar en contra de la norma que impedía comerciar a
las colonias con otros Estados que no pertenecieran al “Imperio donde
nunca se esconde el sol”. Los
estancos establecidos por el gobierno español, sólo admitían el comercializar
con otras regiones del imperio, productos agropecuarios y manufacturados (de
carácter artesanal), con otras regiones de América y otros territorios del reino
español.
El
rezago histórico que demarcará el devenir de los países americanos, se deberá a
la casi inexistente capacidad de sus gobernantes de llevarlos a vivir el
proceso de la “Revolución Industrial”, la cual había surgido con gran fuerza en
países de habla inglesa, holandesa, francesa y alemana, entre otras, donde
incluso Rusia vivía el proceso industrializador en los comienzos del siglo XIX.
Si bien la revolución Industrial comienza a mediados del siglo XVIII, en
Inglaterra y Europa, uniéndose a este proceso después de su independencia,
Estados Unidos, tendrán su relevancia para la adopción en la América Hispánica,
por lograr su emancipación del yugo español, que no permitía comerciar con
otros países que no pertenecieran al Imperio. Será uno de los granitos de arena
que llevará a buscar en cada Virreinato y Capitanía general de las colonias
españolas su independencia. Junto a ello, la Revolución Francesa y la época de
la Iluminación vivida en Europa en el siglo XVII y XVIII, llevó al surgimiento
de pensadores que enfocaban al Hombre como el centro del universo y desplazaban
la creencia del poder divino a un segundo plano, llevando consigo a proceso de
cambio donde la Burguesía asumía el poder político y económico de cada estado
europeo y que se refleja en el cruel proceso vivido en Francia durante la
Revolución Francesa, donde los preceptos políticos propagandísticos de
Libertad, Fraternidad e Igualdad, se pregonaron con vigor y el deseo de acabar con los regímenes
antiguos de las Monarquías. De este proceso quedaba rezagada España, fiel a la
religión y a sus monarcas, cuyo poder emanaba de la misma divinidad. Todo esto
llegaba tardíamente a estas regiones, hermanado a la situación que el Rey
Fernando VII vivía en manos del invasor francés. Las regiones de América
mostraban un rezago industrial mayor al de la Península Ibérica, de la
Metrópoli: España.
Desde
épocas anteriores a la colonia y al comienzo del siglo XIX, el progreso
socio-económico en América, mostraba la capacidad de realizar un proceso
industrializador bajo la forma del artesanado. Estos extensos y riquísimos
territorios de recursos naturales no renovables, sólo fueron capaces de
mantener una producción artesanal y dedicadas solamente a la extracción de
estos. Su economía de importaciones que permitía el Imperio español, era a
otros Virreinatos y Capitanías Generales y otras regiones del imperio. Los
productos que se ofrecían en cada país del continente eran elaborados de forma
rudimentaria y casi artesanal por las personas dedicadas a los diferentes
oficios en los diferentes de la América española. El lujo y otros
requerimientos de la elite social de la América, tales como el té, telas y
otras cosas, sólo se lograban por medio del tráfico ilegal de ellos, vetado por
las leyes coloniales establecidas por el imperio español, que prohibían todo
tipo de comercio con otros países que no perteneciesen a los dominios del reino
español.
En toda la América Hispánica, las
familias más conspicuas, fuera de poseer haciendas, se dedicaban a ejercer
funciones políticas dentro de los gobiernos de los Virreinatos y de las
Capitanías Generales, como también, al comercio exterior, es decir a las
importaciones y exportaciones de cada región colonial con otras, como estaba
permitido dentro del Imperio Español. Los productos manufacturados en países
europeos, EEUU y otros estados que estaban viviendo la revolución industrial y
que no estaban bajo el dominio de la monarquía española, eran muy apetecidos
por estas familias y personas que habían logrado obtener algún cargo dentro de
la administración colonial. Si bien esto, es considerado una causa secundaria
para lograr la emancipación de estos territorios, no se puede obviar al
apreciar que los preceptos liberales de la revolución francesa, llevada a cabo
por la burguesía en contra de la monarquía de aquel país europeo. Libertad,
Fraternidad e Igualdad son conceptos que la masonería en su proceso
filantrópico y altruista, de poner al hombre como el centro del universo al ser
la máxima obra del “Gran Arquitecto” (Dios), había infundido en
los lideres de aquella revolución, quienes además se impregnaron de las teorías
de poder que hicieron Hobbes, Descartes, Spinoza, Rousseau, Locke, entre otros.
Estas ideas filosóficas llegarían a las colonias de España junto a viajeros que
retornaban a ellas después de haber vivido un tiempo en la Metrópoli española o
en países como Inglaterra y Francia; serán, además, la base ideológica que
permitirá afirmar el sueño emancipador en las Américas. A pesar de ello, la
indecisión de quienes tenían algún cargo dentro de la administración colonial
de los Virreinatos y Capitanías Generales, por optar por la tendencia que
reconocía a José Bonaparte como emperador de España, como lo hicieron la
nobleza española, y el temor a la reacción de la población de ellas, que en
masa habían decidido reconocer al Rey Cautivo, Fernando VII, como su monarca,
los llevaban a mostrar aquella ambivalencia y esperando que los eventos les
permitieran confirmar a cual bando debían optar. Para los Virreyes con la
excepción de Fernando de Abascal, y los Gobernadores de las Capitanías
Generales, como era el caso de Francisco Antonio García Carrasco Díaz, al igual
que los sujetos de los diferentes cargos dentro de la administración política
de estos territorios, esperaban alguna acción que los llevara a decidirse por
una de las dos opciones que el Imperio Español se veía enfrentado, o reconocer
al emperador impuesto por el invasor francés o por el monarca cautivo, para así
no perder el cargo y la autoridad obtenida. Era superior el deseo de mantener
el cargo y el salario que este le daba, como el prestigio social que les
otorgaba, que obrar bajo preceptos más éticos y de lealtad, como lo fue el del
Virrey Fernando de Abascal. La población que no tenía nada que perder en las
colonias, obligaba a los responsables de la gestión de la administración de
estas a inclinarse por reconocer al Rey Cautivo, Fernando VII. Las elites socio-políticas
y económicas de los virreinatos, en especial las de México y del Perú nunca
desearon romper los vínculos con España, de donde ellos juzgaban obtenían la
preeminencia y el control económico que habían detentado hacia otras regiones.
Fernando Abascal, Virrey del Perú,
observaba de forma muy preocupante las acciones que se iban desarrollando en la
Capitanía General de Chile a partir de 1810, la cual estaba bajo su
administración política, económica y social. En Chile, muchas de las personas
de la elite social, miraban como eran dejados en segundo lugar ante la llegada
de algún personaje proveniente del Virreinato o de la misma España, precedido
con cartas que emanaban del mismo Virrey o de las Juntas de Gobierno encargadas de cuidar o resguardar el poder político
del rey cautivo en el Imperio de España. Esto
llevaba a ver que el poder de aquellos territorios era entregado a extraños,
advenedizos, poco capacitados e ignorantes de las actividades y de la vida
dentro de la colonia donde debía ejercer su autoridad. Muchas de las grandes y conspicuas familias
del país, creían que alguno de los miembros de su familia, estaba capacitado
para ejercer cualquier cargo dentro de la administración colonial y en
nombramiento de otros sujetos que eran percibidos como advenedizos iba en
franco detrimento de las personas nacidas en el país; estos grupos unidos por
lazos sanguíneos, veían para mantenerse en la cúspide socio-política debían mantener
una empresa dedicada al comercio exterior y así obtener una parte del estanco
comercial del país, obteniendo así, un poder hegemónico, por sobre otras y
mostrarse socio- política y económicamente superiores.
El
verse relegadas las elites sociales a un segundo plano dentro del territorio
que los vio nacer, en especial las vinculadas al comercio exterior, e imbuidos
en las ideas revolucionarias vividas por la Burguesía y el pueblo llano en
Francia contra la Monarquía, provocaron en los grupos más conspicuos y alguno
que otro sujeto de la clase media que ingresaba al mundo universitario
(Universidad de San Felipe), ilusionarse con lograr una revolución emancipadora
que permitiera a los habitantes de estas regiones tener la capacidad de
autogobernarse y elegir dentro de ellos a quien tomara la dirección del Estado,
como asimismo, el ocupar los cargos dentro de la administración del Estado y en
sus diferentes oficinas y ciudades. Junto a ello, vislumbraba como necesario lograr
una apertura comercial con los países de habla inglesa, en especial, que venían
avanzando desde mediados del siglo XVIII, en la Revolución Industrial y para
ello, debían de algún modo, romper la mordaza legal que imponía el Imperio
español en referencia a la prohibición de comerciar con otros países que no
fueran colonias españolas. En esos
tiempos se desconocía el potencial económico que tendría el país, producto de
los conflictos con países vecinos y sólo se veía a Chile como un país que
requería de las importaciones para satisfacer las necesidades básicas y también
de prestigio social de los habitantes de todo el territorio.
No
se debe pasar por inadvertido que muchos de las personas de las familias más
conspicuas del país, que vivían en las provincias de la Capitanía General de
Chile, como eran las comarcas de Concepción, Los Ángeles, Chillan, Parral,
Linares, Talca, Coquimbo, La Serena,
Copiapó, estaban más ligadas a las actividades agropecuarias en su mayoría, no como sucedía en la zona central del país,
-compréndase Santiago, Valparaíso, Melipilla, San Felipe-, e imbuidos en una
fanática religiosidad que era fomentada por los miembros de la iglesia,
tendrían una mayor opción conservadora y favorable al Rey y la forma de
administración política colonial . Esta
tendencia por mantener la tranquilidad que mantuvo en el territorio el imperio
colonial hispánico, obviaba las acciones de corrupción de la dirigencia
política-administrativa y al contrabando de telas, licores, infusiones como el
té y otros productos manufacturados en Europa y en Estados Unidos, que se
llevaban a cabo por medio de navíos, que venían de paso transportando estos
productos manufacturados procedentes de Estados Unidos Norte de América o
proveniente de Europa. Balleneros,
transportes de cargas e incluso navíos de guerra se dedicaban a contrabandear
productos de los diferentes países europeos. Un ejemplo de este actuar y que
permitió, en esos tiempos, ver lo implicado que estaban quienes ostentaban un
cargo dentro de la administración de la Capitanía General de Chile, fue conocido
como: “el escándalo Escorpión”. Este acontecimiento cuyo nombre lo toma de la
embarcación ballenera británica “Scorpion”, que en el año de 1808 en
el sector de Topocalma, -una de las tantas playas de la zona conocida hoy como
Litueche en la actual Sexta Región-, traía telas de contrabando para ser
comercializado en el país y donde era parte de aquel oscuro comercio, el mismo
Gobernador de Chile, Francisco Antonio García Carrasco Díaz. Años más tarde, en
aquella playa fue apresado el mismísimo Montonero Realista, Vicente Benavides
Llanos.
Las
telas que transportaba el navío “HMS Scorpion”, parte del negocio ilegal que se había tomado no sólo los puertos del país,
sino que hacía participe a las máximas autoridades de la Capitanía General y
lleva a suponer que muchas de las familias más conspicuas participaban de este
ilícito. La traición francesa contra la casa de los Borbones en España, llevó a
las cortés establecidas en la Península Ibérica, para proteger el reino y
salvaguardar el poder del Rey cautivo Fernando VII, se alían contra el que
fuera su enemigo perpetuo, Inglaterra; esto permitiría incrementar los procesos
de contrabando en las colonias americanas y quedar casi impunes estas actividades que involucraban a
representantes de las regiones coloniales, como fueron quienes incentivaron al
capitán del “Scorpion”, para traer telas del país inglés. No deja de
sorprender que los grandes terratenientes, autoridades de las provincias e
incluso del Gobierno central de la Capitanía General de Chile, los dedicados al
comercio y pertenecientes a la aristocracia castellano-vasca que menciona de
manera frecuente Francisco Encina en su Historia de Chile, se enriquecían con
el comercio ilícito en un corto plazo y produciendo grandes daños en la precaria
economía del país. Lo importante era obtener grandes ganancias, sin temor y
llegando hasta matar por hacerse de toda la ganancia que podía obtenerse en el
tráfico; esto, al parecer esto se convirtió en algo común para quienes obtenían
algún cargo dentro del Gobierno de la Capitanía General de Chile.
“De
cinco años a esta parte, escribía en 1808 un hombre muy conocedor de estos
negocios, se miraban con fría indiferencia, con ojos serenos y tal vez alegres,
los estragos y graves daños que los extranjeros causaban al Estado con el
comercio ilícito que impunemente hacían en las costas septentrionales de este
reino. Los más se hallaban contentos y bien avenidos con estos criminales que
arruinaban el tráfico legal y las rentas del Rey. Se callaban y se cubrían
estos desordenes notorios y sabido hasta los niños y si alguna vez se oyó la voz
débil que los reprendía, su languidez misma hacia ver a todos que no se trataba
de otra cosa que de salvar las apariencias y ponerse a cubierto, dejando correr
el mal en toda la extensión de su deformidad. Los contrabandistas frecuentaban
las abras, puertos y caletas de nuestras costas. La ciudad y las provincias se
llenaban de géneros ingleses que no se introducían por los puertos de la
península. Los resguardos no aprehendían un solo contrabando de la más pequeña
importancia. La conducta de todos era en este asunto interesante, meramente
pasiva, y a nadie le había ocurrido, porque nadie lo deseaba, que fuese posible
atacar el mal en su mismo origen, emprendiendo contra las embarcaciones que
hacían el contrabando”. (Historia
General de Chile. Diego Barros Arana. Tomo VIII. Capítulo Segundo: Gobierno de
Carrasco, resistencia que suscita, síntomas de una próxima revolución
(1808-1809). Página 43. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Editorial
Universitaria. Segunda Edición. Santiago de Chile.1999)
Francisco
Antonio García Carrasco Díaz, será el último Gobernador colonial que tendrá la
Capitanía General de Chile, cuya reputación se verá enlodada por una serie de
eventos que rayaban en la corrupción, implicado en el caso del navío ballenero
de origen inglés “Scorpion”, permitirá la conformación de la Primera Junta Nacional de Gobierno.
Este buque ballenero era uno de los cientos que practicaban el contrabando que
se hacía desde Europa y los EEUU con productos finales (telas, loza, vestuario,
armas, herramientas), como también, de productos agrícolas como las especias y
el té, traídos del Oriente y el café que recién comenzaba a conocerse, sembrado
en el Medio y Lejano Oriente, además del chocolate, el azúcar, entre otros. El
barco “HMS Scorpion”, se había presentado varias veces en las costas
chilenas trayendo contrabando, para comerciar de esta forma las mercaderías que
se hallaban en sus bodegas, aparentaba ser un navío ballenero llegaba a cada
estuario, ensenada o puerto existente en el país, para desembarcar sus
productos evitando el control de los agentes de aduana, previo acuerdo con
algún comerciante, gobernador o agente público con el cual previamente se
habían contactado y fijado la forma de pago.
Tristán
Bunker, Capitán del “HMS Scorpion”, fue un sujeto políticamente correcto, de
agradable trato, leal y cumplidor en todos sus tratos y en sus relaciones con
sus compradores, gratificando a todos los sujetos que trabajaban en las Aduanas
de los puertos chilenos y peruanos, con la finalidad que no pusieran trabas a
su comercio clandestino. Ya a principios de 1807, Bunker aparecía por segunda
vez en las caletas chilenas, encontrándose en Quilimarí en el mes de marzo,
donde entró en conversaciones con el médico del distrito de Quillota, Enrique
Faulkner, -aún hoy no se tiene bien la procedencia de este hombre (si era estadounidense
o inglés)-. El galeno Faulkner tomaba la representación de varios comerciantes
del país, para poder lograr establecer una relación con el Capitán Bunker y
poder así, hacer una proposición que se mostraba beneficiosa para ambos. La
idea fue, que el navío ballenero volviera a Inglaterra con el fin de proveerse
de la mercadería que fue solicitada por Faulkner y al año siguiente se
aproximara a las costas en el sector de Topocalma, producto que sus playas eran muy solitarias y no se exponía a la
vista de la gente, entregándole Faulkner a Bunker, un dibujo del sector donde
se realizaría la transacción, además de apuntárselo en un mapa, previa
explicación que se ubicaba en el distrito de Colchagua, en las mismas
coordenadas que el poblado de Rancagua.
Una
vez arribado el “HMS Scorpion”, a Inglaterra, lo primero que realizó el Capitán
Tristán Bunker al desembarcar, fue contactarse a sus armadores y socios de la
negociación a la cual se le había invitado, obteniendo sin dificultad un
cargamento de telas y paños de hilos por el valor de ochenta libras esterlinas
que le habían entregado sus socios ingleses. Esto motivo al consorcio al cual
debía responder Bunker, que era más lucrativo el tráfico de productos hacia el
Imperio español, en especial a los Virreinatos y Capitanías existentes en
América, abandonando de este modo la actividad ballenera por el tiempo que las
ganancias que obtenían por el contrabando, eran muy superiores a la actividad
pesquera. Cobre, plata, oro, eran los metales más preciados con los cuales se
podía hacer intercambio, principalmente el primero en cuyas vetas naturales se
encontraba siempre acompañado de oro. Por ello, tal vez, preferían la piedra
extraída al bruto que procesadas.
La
fragata “Scorpion”, fue enviada a reparación mientras Bunker realizaba
la actividad de comprar las telas y paños que Faulkner le había solicitado para
realizar el negocio. Se elevaron sus bordas y forraron su casco nuevamente,
además se le dotó de veintidós cañones, contando, también, con una tripulación
de cincuenta marineros, diestros en el manejo de armas y de piezas de
artillería naval, con quienes podía defenderse ante un ataque, como, asimismo,
de fusiles, hachas, sables y otras armas que permitieran resistir un abordaje.
Una vez terminado los aprestos, la fragata ballenera estaba lista a zarpar,
saliendo del puerto de Plymouth el 6 de marzo 1808. Después de una parada en
las islas Falklands o Malvinas, con el fin de hacerse de agua dulce, llegando a
Topocalma el 15 de julio de 1808, con bandera estadounidense, para no ser
descubierto y de la vista de las personas que podían andar en la playa, se
ubicaba detrás de la puntilla, denominada “del chivato”. Al día siguiente
bajaban a tierra siete de los tripulantes, donde iban algunos que hablaban español
y otros que lo entendían, con la finalidad de obtener noticias sobre el negocio
y contactar al médico Enrique Faulkner.
Los
siete exploradores que bajaron a tierra, pronto se encontraron con el dueño de
la Hacienda de Topocalma, de nombre José Fuenzalida Villela, a quien le
ofrecieron las mercaderías que tenían a bordo del “Scorpion”, además de
obtener información donde se encontraría el médico Enrique Faulkner. Como
Fuenzalida conocía a Faulkner, quedo de enviarle una carta a Quillota, para que
viniese al encuentro de Bunker y el contrabando que traía. El hacendado también
se dedicaba a escribirle al delegado del distrito de Colchagua, para que sin
tardanza se aproximara a Topocalma, con el fin de acabar con ese contrabando y
de este modo, “convenir así al servicio del Rey”. Pocos días más
tarde, el funcionario español Francisco Antonio Carrera, se había reunido con
Faulkner y Fuenzalida en la casa de la hacienda de este último, donde
concertaron un plan para apoderarse de la embarcación ballenera, bajo el
pretexto que eran contrabandistas y Carrera, Fuenzalida y Faulkner por ser
habitantes de un territorio bajo dominio español, debían proceder a cumplir con
las leyes vigentes que por derecho les correspondían a quienes descubrían estas
acciones ilícitas. Una vez organizado el
proyecto; Faulkner, disimulando la confabulación que se cernió sobre Bunker y
sus marineros, al tiempo después, subía a bordo del “Scorpion”, donde tomo
las facturas y muestras de los paños y telas, alegando que debía hacerlo para
mostrárselos a los interesados por comprar aquellos productos de ocasión. Al
pasar un par de días, el médico quillotano retornaba a tierra acompañado del
Capitán Bunker y algunos miembros de su tripulación. Todos ellos fueron
tratados, durante su hospedaje en la hacienda de Fuenzalida, con todas las
consideraciones posibles y de amistad. Como el trio de conspiradores por
hacerse dueños de todo el contrabando no poseían los medios para realizar la
empresa, se limitaron a recomendar al Capitán Bunker que debía hacerse de nuevo
a la mar, sin aparecerse en puerto hasta el día 25 de septiembre de 1808,
cuando la llegada de la primavera en este hemisferio facilitara el desembarco
de la carga y la posibilidad de reunirse con los comerciantes que esperaban
ansiosos comprarla. El capitán inglés, tal vez por ingenuidad, o por obrar de
buena fe o el compromiso adquirido con sus acreedores, lo llevó a cumplir por
lo solicitado por Faulkner y Fuenzalida, haciéndose a la vela en el mes de
agosto. El hacendado le había suministrado la carne de algunas cabezas de
vacuno con el objeto de renovar las provisiones de la embarcación.
Acontecimientos como el descrito en
el párrafo anterior, al parecer han sido habituales en el tiempo, desde épocas
de la conquista hasta la actualidad, se han apreciado actos de contrabando y
corrupción dentro del Estado, y de quienes ostentan algún cargo de poder dentro
de la Administración Pública del país. La Conspiración contra el buque “Scorpion”,
fue motivada por la codicia y ambición de cada uno de los actores que se vio
envuelto en este ilícito; hace creer que el contrabando en tiempos coloniales,
no sólo se debía al deseo de hacerse de productos mejor elaborados que la industria
artesanal del país ofreciera. Telas, utensilios de comer, cosméticos,
herramientas, como asimismo especias e infusiones como el té, el café y el
chocolate, eran cosa muy preciadas para las elites sociales de esta colonia
española. Esto se mantendría durante todo el proceso emancipador e incluso
hasta bien entrado en años la soberanía independiente de Chile. Será durante el
conflicto independentista que el tráfico se verá incrementado, no sólo con
instrumentos requeridos por la población civil, sino, también en insumos de
guerra, como lo eran las fornituras, las armas de fuego, pólvora, espadas,
lanzas, cuchillos y vestuario.
Fue durante todo el tiempo que duro
la revolución independentista en América, y en particular en la Capitanía
General de Chile, producto del desarrollo de la historia relatada en estas
páginas, donde la actividad comercial procedentes de navíos ingleses,
holandeses, estadounidense y de otros países de origen europeo, se vio
incrementada bajo la forma de contrabando, pero ingresando al territorio por
intermedio de grupos familiares dedicados a la importación y exportación de
productos, es decir a lo que hoy se conoce como comercio exterior. La
aristocracia castellano-vasca, que tanto nombra Francisco Encina en su Historia
de Chile, apreciaban como sus hogares se nutrían de todo el servicio que
mostraba la fineza y perfección de la producción industrial por sobre la
elaborada en el país, cuyas características artesanales mostraban el rezago que
vivía todo el imperio español en relación a los países europeos que vivían
desde mediados del siglo XVIII, la Revolución Industrial.
Todo lo que se producía
industrialmente en los países de Europa y las excolonias ingleses en América
(Estados Unidos), fueron muy apetecidas por los habitantes de estas regiones,
incluso aun hoy se considera en nuestro inconsciente colectivo que las cosas
producidas en el extranjero son mejores a las hechas en el país, y por ello se
ha acabado con la industria chilena. Vemos así, la desaparición de textiles como
Oveja Tomé, Machasa, confecciones de ternos y abrigos, hilandería; incluso
calzados, como Bata-Peñaflor, zapaterías industriales de la región de
Concepción, empresas donde se armaban vehículos como Citroën, Chevrolet en el
Norte, industrias militares como Cardoen, y en pleno siglo XXI en gobierno de
izquierda el cierre de la Usina acerera de Huachipato, generado en gran parte
por una decisión política y un actividad propagandística, persuadiendo
fácilmente a la población a preferir lo extranjero a la producción nacional,
dado la conciencia colectiva y heredera de épocas emancipadoras, la cual, trajo,
un proceso de escasez laboral, desempleo y cesantía, y el desarrollo de
trabajos precarios, en un siglo que se creía iba ser el comienzo del desarrollo
humano a escalas jamás imaginada.
El único modo visto para ocultar, la
situación existente en el mundo laboral, fue una serie de acciones de carácter
político, que afectan a la educación de la población, al retirar ramos de la
malla curricular establecida por el Ministerio de Educación, y el prohibir el
proceso natural de dejar reprobando a los alumnos que no cumplieran con los
objetivos mínimos de cada curso; abandonando un sistema y contraviniendo el
sueño de nuestros próceres de lograr conformar un país, donde las personas, en
libertad, lograran vivir a plenitud en estos territorios de la Capitanía
General de Chile, que eran una bendición de Dios; permitían el gozo de esta
tierra, de su naturaleza y de proyectar un porvenir a quienes con estudios
podrían llevar a Chile a estar dentro de los países industriales, como expuso
Juan Egaña, en uno de sus discursos, que daban cuerpo a la Primera Junta de
Gobierno y su carta normativa de su administración. La educación en los años
posteriores a la independencia de Chile, se aboco a construir un Estado, donde
sus habitantes pudieran lograr no sólo un porvenir económico, sino también
educacional, el cual perviviría hasta finales del siglo XX y comienzos del XXI,
en momentos donde los gobernantes, se dedicaban a sacar cuentas con calculadora
y el abuso a información privilegiada para transformar a sus familias, en una
especie de casta social, similar a la nobleza monárquica, dentro de una República. Chile sufre un
proceso que se desdice con los sueños de nuestros próceres, donde por
simplificación, sólo se nombran a Bernardo O´Higgins, José Miguel Carrera y sus
hermanos, olvidándose de otros que se sacrificaron en vida o sus riquezas para
que está larga y angosta faja de tierra, fuera “una fortaleza de beneficios
para su ciudadanía y abierta al mundo, a su comercio y vínculos”.
La aristocracia chilena y quienes al
poseer una profesión o, también, quienes tenían experiencia en el comercio
exterior, apetecían aquellos productos que otorgaban linaje y un status mayor en
lo social, como eran lo importado o traído, no afectando si había sido por
contrabando, o por viaje a Europa o a los Estados Unidos de parientes, amigos o
familiares avecindados en otros países que no pertenecían al Imperio español. La
Revolución Industrial afectaba de forma positiva y negativa a la vez a las
personas, quienes por hacerse de estos ´productos contravenían todas las leyes
y normas existentes, como, asimismo, por ostentar un nivel social superior al
que realmente tenían…La motivación de los habitantes de las colonias se debía
al impulso que tomaban las economías de los países que vivían aquel proceso de
transformación económica, social y tecnológica, y que ellos percibían muy
alejados de su existencia. Esta revolución
que vio luces a comienzos del siglo XVIII, en Inglaterra e Irlanda y ya a
finales de la década de 1790 se había extendido a todos los países de habla
inglesa, incluido Estados Unidos de América y en los demás estados europeos, no
llegó a los Estados del Imperio Español, quienes en su profundo deseo de
hegemonizar su poder sobre las demás Monarquías y Estados de Europa, estableció
la prohibición a sus colonias de América, África y Asia de comerciar con países
que no estuvieran bajo la autoridad del Rey de España.
La Revolución Industrial fue un
periodo de mayor evolución tecnológica, económica y de transformaciones
sociales en la historia de la humanidad, que permitió el proceso vivido en
Francia y la caída de las Monarquías en Europa, las cuales ya no eran miradas,
desde el Renacimiento, como herederas del poder divino en la tierra. En la
América española, la situación que había surgido en Inglaterra e Irlanda,
producto de las normas establecidas por el mismo Imperio español, que prohibía
todo comercio con otros países que no fueran parte de él, generó en la
población colonial un aparente desinterés por ingresar al mundo revolucionario
de la industria; permaneciendo estos territorios, al igual que su Metrópoli,
con un sistema artesanal de producción y con una economía que no veía el
crecimiento en las formas que se estaba dando en otras regiones y en especial
en el mundo de habla inglesa. El salto industrial de maquinarias a vapor, en
industrias mecanizadas y procesos de extracción de las minas de carbón y la
actividad agroindustrial tecnificada con máquinas que permitían realizar
labores en menos tiempo y con mayor efectividad a las realizadas por el hombre
con su fuerza de trabajo. El salto del uso de tracción animal y la fuerza
humana para la producción y las comunicaciones a la utilización de máquinas
para la fabricación industrial y el transporte de mercaderías, permitió a Gran
Bretaña y demás países que se plegaron a este salto tecnológico y social, el
establecerse como potencias económicas por sobre los imperios que a pesar de
poseer vastos territorios en el planeta no lograron afianzar su poderío y el
bienestar político y social que requerían sus poblaciones. Las colonias
españolas que al ver que iban quedando al rezago, comenzaron a soñar con lograr
una forma de poder unirse a esta revolución que movía los cimientos de lo
antiguo por una concepción de actividad y mejor nivel de vida para los
habitantes de los países que se hacían de ella su base productiva y económica.
No sólo bastaba con el sueño de
abrirse al mundo del comercio con otros países fuera de los existentes con el
imperio. Los productos que llegado el siglo XIX, eran bienes muy codiciados por
los europeos y, tal vez, mucho más por quienes vivían en las colonias en poder
de España y motivaban al mundo intelectual y productivo de estas regiones de
soñar con llegar a convertirse en un país independiente e industrializado. El
Plan elaborado por Juan Egaña posterior a la conformación de la Primera Junta
Nacional de Gobierno, de ja claro el sueño de poder dar el salto industrial que
había producido la Revolución Industrial en los países de habla inglesa y que
generarían un distanciamiento en cuanto a progreso y desarrollo tecnológico que
dejaría a los demás países en un rezago, que no sólo afectaría la producción,
sino también, la economía, el desarrollo
político y social de los países que quedaban retrasados a este nuevo proceso y
salto en la evolución de la humanidad.
No sólo los sueños de adquirir las
producciones industriales elaboradas en países como Estados Unidos, Gran
Bretaña e Irlanda, por los habitantes de estas regiones, quienes, por su deseo
de marcar status, buscaban obtener desde la loza y utensilios de mesa, e
incluso de limpieza corporal hasta artículos elementales para el trabajo de la
tierra y de instrumentos que mejorasen la producción agrícola y ganadera. Todo
esto chocaba con las leyes coloniales que había impuesto el Imperio español, en
referencia al comercio exterior, el cual sólo estaba permitido de realizar
entre los países que pertenecían a este y quedaba vetado el hacer transacciones
comerciales con países que no perteneciesen a él. Estas normativas motivaban a
las personas de los estratos sociales más elevados en los países coloniales de
América, -como lo era la Capitanía General de Chile-, a luchar por obtener las
cosas que deseaban y que producían los estados de Inglaterra, Irlanda, Estados
Unidos y otros países y regiones de Europa que se plegaban a este proceso
industrializador y que dejaron a España
y a sus colonias en un rezago industrial y productivo que perduraría
hasta bien entrado el siglo XX y que en América aún perdura, al acabar su
precaria industria en estos años del
siglo XX, que más que mostrar un avance del pensamiento liberal que les dio la
libertad, a uno que los lleva a retroceder y olvidar los sueños de quienes
desearon que Chile fuera un país “Fuerte, Principal, independiente y poderoso”.
Las vías por las cuales se conducían
las personas por hacerse de aquellos productos tan apetecidos por las elites
sociales de las colonias y por aquellos que deseaban imitarlas, los llevaban a
realizar actos vinculados al contrabando y la corrupción. Eran en sí, las
formas con las cuales seguirían procediendo aquellos personajes que deseaban
mantener un status socio-político dentro de los países coloniales de América.
Hoy se puede visualizar las mismas acciones mezcladas con el proceder de las
mafias de Chicago, durante la década de la Ley seca en los Estados Unidos,
donde lo proscrito y que genera dinero de manera rápida y fácil, es lo que
lleva a mover a grupos de personas que, al carecer de trabajo en la precaria
industria nacional, los hace servir como mano de obra operativa para realizar
los ilícitos que generan y mueven grandes cantidades de dinero. El contrabando
permitió el ingreso de productos codiciados por la elite de la población y la
corrupción se debió a la forma de proceder que hacían por lograr hacerse de
aquellos artículos arribados e internados a la región. Ya no importaban los
cargos y cargos ocupados en el Gobierno de los virreinatos o capitanías
generales, los cuales, sólo eran útiles, para el reconocimiento socio-político
y la seguridad de no poder ser tocados ante los hechos cometidos. Esto fue uno
de los tantos de los factores que
motivaron la independencia de Chile.
Uno
de estos sucesos fue al caso Escorpión, como se había comenzado a relatar en
los párrafos anteriores, y donde el Capitán Tristán Bunker, se hizo a la mar
confiando en lo expuesto por el hacendado José Fuenzalida Villela y el médico
Enrique Faulkner. En el instante que la fragata ballenera al mando del Capitán
Bunker se perdía en el horizonte, el hacendado Fuenzalida optaba por dirigirse
a Santiago con una carta que sería entregada al subdelegado Francisco Antonio
Carrera. La infame trama establecida en
la noche de un 29 de julio, se encontraba en marcha y ahora iniciaban la
búsqueda de los medios que les permitieran apresar al navío inglés; para ello,
viajaba a Santiago, en el mes de agosto el hacendado José Fuenzalida con la
finalidad de poder reunirse con Antonio García Carrasco, el Gobernador de la
Capitanía General de Chile. Las conductas de este último, cuyas gestiones
siempre estuvieron llenas de intriga, engaños, ambiciones y una codicia por
obtener un enriquecimiento fácil, hacen presumir que fue la norma dentro de
quienes gobernaban el país en ese tiempo.
En
cuanto a la carta que entregaba el subdelegado de Colchagua, Francisco Antonio
Carrera, es la misma redacción que el hacendado Fuenzalida llevaba para el presidente
Antonio García Carrasco, y con fecha 26 de julio de 1808, que habían realizado
el propio día que idearon el plan para hacerse del navío inglés y todo se
cargamento. En ella quedaba expuesta la sordidez y perversidad de las
intenciones que tenían José Fuenzalida y que implicaban también a quienes eran
sus receptores, como lo fue el delegado José Antonio Carrera al tomar
conocimiento de la llegada de la fragata ballenera “HMS Scorpion”; en aquella misiva se
exponía la forma que se debia apresar la embarcación. En ella se expresa lo
siguiente: “A mí me parece muy fácil, poniéndoles dinero a la vista, apresar los
marineros y tomarles el bote con efectos, y tal vez, aprisionar también el
barco, que no lo encuentro difícil, con unos nadadores que vayan a bordo cuando
ya tengamos agarrado el bote con algunos ingleses, pues siendo la tripulación
corta, que no pasarán de treinta, de los que vienen algunos enfermos, y
teniendo aprisionados a los de tierra, será el combate contra algunos hombres descuidados.
Para lo que, si V.S., los halla por conveniente, podrá mandarme por lo que
pudiese suceder, diez o doce dragones disfrazados con sus correspondientes
fusiles, que podrán venir estos cubiertos en una carga, pues, aunque al ingreso
a esta subdelegación, halle algunos fusiles, no están capaces de servir por el
abandono con los que los han tratado”. (Historia
General de Chile. Diego Barros Arana. Tomo VIII. Capítulo Segundo: Gobierno de
Carrasco, resistencia que suscita, síntomas de una próxima revolución
(1808-1809). Página 45. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Editorial
Universitaria. Segunda Edición. Santiago de Chile.1999)
El
Gobernador Francisco Antonio García Carrasco Díaz fue un sujeto con bastante
experiencia en este tipo de acciones de contrabando, adquiriendo un gusto por
el desarrollo de ellas más que realizar una buena gestión al estar al servicio
al monarca español. En ese tiempo era habitual entregar una imagen de probidad
y laboriosidad por quienes poseían algún cargo dentro del entramado
administrativo del gobierno de la Capitanía General de Chile. Francisco Antonio
García Carrasco obraba por la codicia de obtener un mayor beneficio pecuniario
y donde los eventos de corrupción y contrabando le otorgaba aquel bienestar
económico. Haciendo abuso de su cargo dentro de la Capitanía General de Chile,
se hacía de las mercancías que pretendían ingresar otros al país en
contrabandos que estaban previamente establecido con capitanes de origen
inglés, francés, holandés o estadounidense, principalmente, adueñándose de
estos y prosiguiendo la actividad de internación de contrabando. En el caso
Escorpión, el Gobernador García Carrasco, se encontraba totalmente en
conocimiento de este ilícito y no dejó de recoger informes sobre las
condiciones del navío inglés, como también, del cargamento, su importancia y
valor. El Gobernador García Carrasco, se
dedicó a contactar con una serie de personas, consultando a quienes juzgaba con
mayor experiencia en estas actividades y asociándose a las personas que
consideraba útiles para apoderarse de este tráfico; Amparado en su cargo de
Gobernador, Francisco Antonio García Carrasco tomaba unas medidas adecuadas
para llevar a cabo el plan de hacerse de lo que transportaba el navío inglés “Scorpion”,
permitiendo que se cometiera lo proyectado por el hacendado Fuenzalida, el
galeno Faulkner y el delegado Carrera en el sector de Topocalma un día 29 de
julio de 1808.
Lo
que no había podido impedir el Gobernador de la Capitanía General de Chile, fue
que el contrabando que se deseaba internar al país, llegara a conocimiento del
Administrador General de Aduanas, Manuel Manso. Esto se debió, principalmente, durante
los días que estuvo fondeado en las playas de Topocalma, en el sector de la “Puntilla
del Chivato”, el buque “HMS Scorpion”. La embarcación no
había pasado inadvertida para quienes visitaban aquella zona. El Administrador
General de Aduanas, Manuel Manso, se aprestaba a realizar una intervención,
bajo la legalidad vigente y sin deseos de adueñarse de las mercaderías para
beneficio personal. En tanto, el hacendado José Fuenzalida Villela, el
subdelegado Francisco Antonio Carrera, el médico de Quillota, Enrique Faulkner
y el mismísimo Gobernador de Chile, Francisco Antonio García Carrasco Díaz, estaban
sumamente interesados en obtener para ellos las mercancías de la fragata
inglesa “Scorpion”. Estas personas se empeñaron en tratar de mantener
oculto al Administrador General de Aduanas, sus intenciones de hacerse del
navío y todo lo que había en él, colocando todo su esfuerzo para que
funcionario de aduanas no pudiera adueñarse del barco y su contrabando.
Todos
los complotados en el tráfico de las mercaderías, evitaban ser detenidos al
hacerse a la mar el capitán Bunker y su navío “Scorpion”, justo
en momentos que el Administrador General de aduanas preparaba su captura y la
detención de los socios existentes en Chile. Gracias al zarpe de la fragata
inglesa, se salvaba el Gobernador del país, Francisco Antonio García Carrasco Díaz,
evitando el descredito al ser ser inculpado y con ello su sustitución. Eran en
momentos que los países de América española empezaban a percibir su deseo de
autogobernarse, al vivir España una convulsión político y social al ser
invadida por Napoleón y aprehendido su Rey, Fernando VII. Las colonias, en
principio, deseaban mantener una forma de protegerse de la influencia
napoleónica y resguardar los intereses del rey.
El
caso “Scorpion” o Escorpión, permite hoy, entender que el deseo
de emancipación tuvo diferentes factores adicionales, más relacionados con
tráfico de mercaderías, el deseo de generar una actividad de importaciones y
exportaciones que estuviera legalmente dirigida por agentes del país, tal vez,
más deseable que la motivación libertaria de un pueblo aparentemente oprimido.
Curiosamente, la época colonial dentro de la Capitanía General de Chile, fue de
tranquilidad y de una convivencia pacífica, inclusive con los mapuches, quienes
de vez en cuando volvían a sus andanzas y malones, contra los pueblos
existentes en la ribera Norte del Biobío. Esto último, fue muy corriente entre
los pueblos Reche-Mapuche, (como los Puelches, Pehuenches, Tehuelches,
Mapuches, Huilliches, Lafkenches, Picunches, entre otros).
La
historia contada y escrita ha mostrado que estos pueblos Reche-Mapuche, no
tuvieron ninguna participación activa en el conflicto emancipador chileno, lo
cual no estaría totalmente claro; aún más, se sabe que los batallones que hizo
marchar Mariano Osorio en dirección a Santiago en 1817, venía unas tropas
montadas, donde algunas compañías del batallón “Dragones de la Frontera”,
estaban conformadas por guerreros de pueblos mapuches aliados del Rey, quienes le dieron la victoria en los dos
entreveros que se dieron en el sector del Maule. El Brigadier Osorio, por temor
a como se comportarían estas huestes de “gente de la tierra”, al ocupar la
ciudad de Santiago, no permitió que siguieran avanzando con ellos y por ende de
proseguir haciendo la guerra.
La
percepción peyorativa de “indio ladrón y flojo”, que hasta hoy se expone cuando
se habla de nuestros pueblos originarios, es más bien una forma de ocultar las
acciones que los criollos, españoles, ingleses, norteamericanos y demás pueblos
de origen occidental, (cultura greco-latina-europea), han tenido por costumbre
realizar. El ejemplo del caso Escorpión, es uno de varios más que sucedieron en
ese tiempo y que seguirían ocurriendo en el país. Más que hacer una historia de
hechos de corrupción sucedidos durante el proceso de independencia de Chile, lo
que se quiere mostrar, es la situación que se vivía en el país, donde el
contrabando se realizaba por la necesidad de obtener productos industriales,
que en calidad superaban a las realizadas en el territorio que conformaba Chile
en ese entonces, por quienes se dedicaban a los diferentes oficios productivos,
de carácter artesanal, en momentos que la producción en línea de la Revolución
industrial, mostraba mercaderías de mejores terminaciones y de mayor
resistencia a las elaboradas artesanalmente; así, como muestra de aquello, un
plato de cerámica era más durable y “más bello”, que los hechos en base a greda
cocida en el país. Las telas de diferente tipo se mostraban más resistentes y
permitían según de lo que estaban hechas, utilizarse para las diferentes
estaciones, mostrándose más resistentes sus colores a las producciones
elaboradas en lanas de auquénidos (llamas, vicuñas, alpacas) e incluso de
ovejas, en telares artesanales. En tanto las curtiembres y aperos para los
caballos, eran muy codiciados, como eran los estribos y monturas elaboradas en
el país, más cómodas para largos viajes que las provenientes de Europa y de
otros países.
Sin
el deseo de prolongar relatando sobre los procesos industriales en el país
desde la época de colonia hasta nuestros días, que ameritan un estudio de mayor
acabado que el simple narración expuesta, que nos alejaría de la principal motivación de
hacer este libro, que es el desarrollo de las Campañas del Sur, y el demostrar,
la influencia del movimiento realista o monarquista en el país, quien ha tenido
un gran ascendiente en los hábitos y costumbres que aún mantenemos y en nuestro
inconsciente colectivo, dada la larga guerra por la independencia que se
sostuvo entre 1813 hasta 1829. La idea de ver a la batalla de Maipú, sucedida
el 5 de abril de 1818 como el fin del dominio realista en el país, logrando
“liberar” a todo el país del yugo del Rey, no sería como se ha contado, pues
los derrotados en aquel combate, se mantuvieron luchando por varios años más… A
pesar de la consolidación de Chile como país independiente, las huestes
realistas se mantuvieron activas, hasta bien entrada la conformación de la
República de Chile, acabando su esfuerzo de guerra cuando fueron sorprendidas y
derrotadas en Varvaco, en Neuquén, Argentina y capitaneadas por el último de
los hermanos Pincheira, Antonio. Aquellas
montoneras del Rey, fueron acusadas de ladrones, asaltantes, cuatreros y
bandidos, al operar con esas acciones y estar compuesta al final por diferentes
tipos de individuos.
El Gobernador contrabandista y la
lucha política por una nueva forma de Dirección
Hoy
en día donde estas costumbres del Gobernador de la Capitanía General de Chile, Francisco
Antonio García Carrasco, son replicadas, llevan a detenerse a pensar ¿Qué
epítetos, entonces, deberían tener quienes, siendo autoridades de un país, caen
en actos de corrupción y abuso de poder?
Como
se ha escrito en lo elaborado por el galeno Faulkner, el hacendado Fuenzalida y
el subdelegado Carrera de hacerse del barco “Scorpion” y someter a su
tripulación, donde el desprecio a la vida humana llegaba a tal nivel en pos de
hacerse de las telas y demás cosas que transportaba la fragata inglesa, hacían
casi irrelevante, si se debía acabar con la vida del Capitán Tristán Bunker y
parte de la marinería del navío. Esto, sólo demuestra la codicia existente por
el enriquecimiento ilícito, que venía planificando Enrique Faulkner, quien, al
verse sorprendido por el hacendado Fuenzalida y el subdelegado Carrera, logra
convencerlos y tramar lo anteriormente expuesto. Estos personajes planificaron
todo, con una complejidad y perversidad de una forma que permitió, no fuera
conocida la ubicación del buque inglés en aquella ensenada de Topocalma. El
navío oculto en la puntilla de la playa de esa zona, denominada “El
Chivato”, no pasó inadvertida a quienes se aventuraban en el sector,
llegando a oídos del Administrador General de Aduanas, Manuel Manso, quien
pronto prepararía una acción para capturar al “Scorpion”.
En
los momentos que el Administrador General de Aduanas, Manuel Manso, organizaba
la captura de aquel barco, el Capitán Bunker, acatando lo solicitado por los
tres sujetos que deseaban aquella mercadería, elevaba velas, saliendo de su
rada, navegando en dirección Norte, apareciendo en el distrito de Coquimbo el
26 de agosto de 1808, bajando el ancla en el pequeño puerto de Tangue, en la
bahía de Tongoy. Tristán Bunker conseguía un caballo para dirigirse de forma
oculta a La Serena donde se hallaba una de sus amistades que podían ayudarles
en establecer negocios dentro del país e incrementar el tráfico de productos
procedentes de Inglaterra a Chile. Uno de ellos, era Jorge Edwards, médico
inglés, que acompañó a Bunker en sus primeros viajes a estas costas, quien
prefirió avecindarse en los territorios de La Serena, dedicándose de lleno a su
profesión dentro del país. Como el
Capitán Tristán Bunker fracasó en sus tentativas de llegar al poblado serenense,
para encontrarse con su antiguo compañero de andanzas, lograba hacerle llegar
algunos presentes por intermedio de un pescador de la zona, llamado Pedro
Antonio Castillo, junto a una carta.
cuatro
días habían pasado, cuando el Capitán del “Scorpion”, recibía una carta de
carácter anónimo, en respuesta de la enviada por él a Jorge Edwards, escrita en
perfecto inglés en el cual se le daba el siguiente aviso: “Precávase V. contra una trampa en que está expuesto a
caer, porque he recibido un expreso de un amigo que tengo en el palacio de
Santiago, en que se me da aviso que se intenta con el auxilio de un inglés que
está allí, ir a bordo de su embarcación bajo el pretexto de comprar géneros y
apresar el buque. Por esta razón, me parece que por ningún motivo debe V.
entrar en puerto alguno, ni tener negociación con persona alguna, de cualquiera
naturaleza que sea, hasta cuando nos veamos”. (Historia General de Chile. Diego Barros Arana. Tomo VIII. Capítulo
Segundo: Gobierno de Carrasco, resistencia que suscita, síntomas de una próxima
revolución (1808-1809). Página 47. Centro de Investigaciones Diego Barros
Arana, Editorial Universitaria. Segunda Edición. Santiago de Chile.1999).
Pero, en territorio continental, dentro de la Capitanía General de Chile, se establecía
la más estricta vigilancia con el fin de impedir toda comunicación con el navío
del Capitán Bunker.
Hábilmente
el Gobernador García Carrasco empecinado por adueñarse de toda la mercadería
existente en el “Scorpion”, impartió ordenes determinantes de
mantener una vigilancia extrema en los puertos existentes en el país, como las
expedidas al bonaerense Hipólito Villegas, quien en un tiempo después,
alcanzaría altos cargo como funcionario de la República de Chile. El
rioplatense Hipólito Villegas, en esos momentos ostentaba la función de “comandante
de los resguardos volantes de los distritos del norte”. El comandante Villegas enviaba con fecha de 5
de noviembre de 1808, una carta al Gobernador García Carrasco, mencionándole
que el Capitán del navío inglés, mantenía amistad no sólo con Jorge Edwards,
sino también con otros dos ingleses, junto a estos se encontraban, también,
Francisco Bascuñán Aldunate y el Sargento Mayor Joaquín Pérez de Uriondo, quien
era además el subdelegado del distrito de Coquimbo. Las amistades de Bunker en
el país, poco y nada podían hacer ahora, sólo alertarlo de la compleja
situación en la cual se encontraba inmerso.
Tristán
Bunker decidido a recoger más noticias y poder ver por su propia persona lo que
estaba ocurriendo, tomo la decisión de dirigirse al Puerto de Coquimbo,
arribando un día 11 de septiembre de 1808, aunque cuidándose de caer en alguna
sorpresa. Lograba ubicarse en la rada de Coquimbo, donde divisaron un buque
dirigiéndose hacia donde ellos se encontraban dentro del fondeadero coquimbano,
colocándose al alcance de sus piezas de artillería, la sangre fría
características de los ingleses, permitió que el navío “Napoleón I”, se
aproximase tanto que les facilitara la eficacia de sus fuegos artilleros,
bastándole una sola andanada para que este buque desistiera de acercarse más;
Bunker tomaba la decisión de hacer descender los botes del “Scorpion”, con los
cuales avanzó en pos del barco, dentro de
los cuales iba parte de su tripulación armada con los fusiles que mantenía en
las bodegas del navío ballenero. En el exitoso asalto al barco proveniente de
El Callao, con destino el Puerto de Valparaíso, bajo el mando del Capitán
español Antonio Iglesias, haciéndose de la carga de azúcar que transportaba y
de las armas en existencia en él, junto a un anclote que requerían.
Aparentemente Bunker deseo pagar lo que habían tomado del barquito, pero el
comandante Iglesias se negó a tal acuerdo, tal vez, por temor a las penitencias
que sufrían quienes negociaban con extranjeros. El Capitán Bunker, como navío
en corso expendía un certificado de la captura del buque español. Como todo
fenómeno de carácter ilegal, nunca realizaban sólo una actividad, sino que emprendían
todas las que la oportunidad les presentase, como fue el aparente ataque del “Napoleón
I” en contra del “Scorpion”. Posterior a este acontecimiento y viendo la
necesidad de no despertar el interés de los controles aduaneros existentes en
el Puerto de Coquimbo, levantaba anclas en dirección a Topocalma, para cerrar
el negocio en el cual se encontraba comprometido.
El
comportamiento de quienes habían fraguado la acción en contra del navío
corsario que capitaneaba Tristán Bunker, demostraba como sería el actuar de
quienes optarían por alguno de los partidos que entrarían en controversia en el
conflicto independentista que surgiría posteriormente. La animadversión y
crueldad contra la tripulación inglesa, que maniobraba el “Scorpion”,
se vería replicada en cada acción bélica que vivirían los contendientes que
levantaban su voz por la Patria o por el Rey, por querer que su sistema
prevaleciera en el país. La forma como actuaron las autoridades políticas de
ese tiempo, son la referencia del comportamiento que tendrán las que las
sucederán, tendiendo siempre, hasta nuestros días, querer hacer prevalecer los
intereses personales de carácter pecuniario, al bienestar de toda la sociedad.
Esto último, tenderá a convertirse en habitual en cada sujeto que asumía alguna
cuota del poder político imperante dentro de cada coalición y que hicieron que
Manuel Rodríguez Erdoiza, al percibir esa conducta en quienes asumían algún
cargo de poder en la administración del Estado, elevar su célebre frase: “Soy de los que creen que los gobiernos
republicanos deben cambiarse cada seis meses, o cada año a lo más, para de ese
modo probarnos todos, si es posible, y es tan arraigada esta idea en mí, que si
fuese Director y no encontrase quien me hiciera la revolución, me la haría yo
mismo.”
Tristán
Bunker y su fragata, el “Scorpion”, se dirigían desde el
puerto de Coquimbo al sector de Topocalma, volviendo a esconderse detrás de la
puntilla denominada “El Chivato”, esperando allí la señal convenida con Enrique
Faulkner, la cual consistía en encender hogueras en el sector que arrojarán
solamente humo y que demostraba que éste se encontraba en la playa de
Topocalma. Al día siguiente descendía del barco, el segundo teniente, Isaac
Ellard, enviándole con un emisario una carta a Faulkner. El médico se
transformaba poco a poco, en el más vil de los asesinos, cuya sangre fría la
mantuvo hasta lograr hacerse de una mercadería, que estaría teñida de sangre.
El galeno subiría a bordo del “Scorpion”, el 27 de septiembre de
1808, dos días después del arribo de este, junto a dos sujetos, como eran el
subdelegado Francisco Antonio Carrera y Pedro Sánchez, mayordomo del Marqués
Larraín. Este último título fue usurpado por el español Pedro Arrué, con
complicidad del Gobernador de la Capitanía General de Chile, Francisco Antonio
García Carrasco, para apropiarse de las mercaderías que el barco inglés traía
para traficar en el país y donde tiene participación una connotada aristócrata,
Ana Josefa de Irigoyen, quien solicito a José Toribio de Larraín, la insignia
de Marqués de Larraín, la cual fue entregada al negociante español, Pedro
Arrué.
Los
juegos de poder y de interés económico que se habían establecido, iban a
traslucir con el correr del tiempo, el entramado inescrupuloso de la rancia
aristocracia criolla que ostentaba decir que su procedencia es de origen
castellano-vasca. Y el caso escorpión es un claro ejemplo, de los entramados
llenos de codicia que se establecían entre quienes mantenían una jerarquía en
el poder público colonial chileno. No importa si eran hacendados,
profesionales, agentes aduaneros, delegados políticos del gobierno,
comerciantes o simples personajes que por apellido consideraban ser de alcurnia;
todos de alguna forma, intentaban infringir las leyes para hacerse de una
porción de las mercancías que serían traficadas en el país, no importaba que
sucediera con quienes operaban como intermediarios. Los valores morales se
relativizaban por los intereses económicos y políticos que se pudieran lograr
con aquellas acciones.
Una
vez subían el galeno Faulkner, el subdelegado Francisco Carrera y Pedro Sánchez
al barco, comenzaron la negociación. Mientras el subdelegado trataba la compra
de las telas por un valor de cien mil pesos, pidiendo que estas fueran
desembarcadas en el sector de Quilimarí, el día 14 de octubre de 1808, donde
serían pagadas en plata amonedadas y barras de cobre; Faulkner presentaba una carta del supuesto
Marqués de Larraín, donde se dejaba expuesto que Pedro Sánchez, era su
mayordomo y representante en la transacción, ofreciendo ciento cincuenta mil
pesos, pero que en Quilimarí podrían ascender hasta cuatrocientos mil. En tanto,
si el negocio fuese en Topocalma, comprarían los productos que estaban a bordo
por un valor de tres mil pesos, los cuales serían pagados de forma inmediata,
al desembarcar las mercaderías que representasen ese valor. Se bajaron telas y
azúcar por ese valor, y junto a ellas el Capitán Bunker también descendió,
debiendo permanecer en tierra por alrededor de dos días producto de las
inclemencias meteorológicas que impedían acercarse al navío. Incluso la fragata
“Scorpion”, debió hacerse a la vela en dirección a alta mar, para
capear el temporal, evitando de esta forma algún percance que dañara el barco y
su preciosa mercancía. Una vez calmado el mal tiempo, el comandante Bunker pudo
retornar a su embarcación.
Esta
primera compra de mercancías, que los documentos españoles suben al valor de
cinco mil pesos, se realizó con el aporte de varios hacendados, quienes nunca
estuvieron informados del plan para capturar la fragata inglesa, incluso el
mismo José Fuenzalida Villela, no fue
considerado en la planificación de los últimos eventos, producto del
sentimentalismo con el que procedió, al exponer a los demás confabulados, que
no se podía dejar en la miseria al capitán inglés, al cual habían tratado
cordialmente como uno más de ellos; por lo cual, se le debía entregar una parte
de la empresa a la cual se aplicaron todos…Esta expresión, demostraba un afecto hacia el comandante de
la fragata inglesa, llevando a los demás complotados a desconfiar de él y
llegando a niveles donde el engaño era el padre de todas las acciones. Al
hacendado Fuenzalida se le dieron fechas falsas sobre el día que se debían
reunir en Quilimarí, expresándole que sería a fin del mes de octubre, además sentía
que era igualmente estafado que el Capitán Tristán Bunker, producto que él
había sostenido todos los gastos hechos hasta ese momento, dejándolo sin
participación de las utilidades. Según el mismo Fuenzalida: “si
él hubiera tenido injerencia en las últimas acciones, habría evitado los
lastimosos en que terminaron”. (Historia
General de Chile. Diego Barros Arana. Tomo VIII. Capítulo Segundo: Gobierno de
Carrasco, resistencia que suscita, síntomas de una próxima revolución
(1808-1809). Página 48. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Editorial
Universitaria. Segunda Edición. Santiago de Chile.1999).
El Gobernador
de la Capitanía General de Chile, Francisco Antonio García Carrasco, con una
sangre fría pasmosa, daba las últimas directrices para el golpe que habían
preparado junto a Enrique Faulkner, el subdelegado Francisco Carrera, Pedro
Arrué –el falso Marqués de Larraín-, el mayordomo de este, de nombre Pedro
Sánchez y el hacendado José Fuenzalida Villela. Pronto aparecerían más actores,
igual o más codiciosos que quienes fraguaron la cruel forma de hacerse de todas
las mercancías existentes en las bodegas del buque “Scorpion”, que comandaba
el capitán inglés, Tristán Bunker. El Gobernador García Carrasco, con el fin de
no despertar ningún temor en la tripulación de la fragata inglesa, había ordenado
que se retirasen de Pichidangui o Quilimarí y sectores aledaños todos los
guardacostas, e incluso dispuso que condujeran hasta esa zona cajas con dinero
de propiedad fiscal y numerosas barras de cobre, con el fin de hacer creer a
los ingleses, que estos eran los fondos para pagar su contrabando. Aunque ya el
30 de septiembre, había ordenado salir hacia estos lugares una compañía de unos
ochenta marineros armados, quienes iban bajo el mando de dos españoles
avecindados en el país: Joaquín Echavarría o Chavarría y José Medina. La vil
acción de apoderarse de aquel tráfico ilegal, estaba en marcha. Como se ha
expresado anteriormente Pedro Arrué, español de origen y amigo de García
Carrasco, debía hacerse pasar por el Marqués de Larraín y quien hacía de su
mayordomo, era un oscuro sujeto del bajo mundo porteño de Valparaíso, conocido
como Damián Seguí acostumbrado a realizar este tipo de empresa y que mantenía
una amistad con el gobernante García Carrasco.
Quilimarí
ubicado al Norte de Valparaíso, y a una distancia similar entre este puerto y
la sureña Topocalma, el médico Enrique Faulkner enviaba las señales previamente
acordadas con el Capitán de la fragata inglesa, Tristán Bunker. Era un día 13
de octubre del año de 1808, cuando este último tocaba tierra junto a seis de
sus tripulantes. En aquella playa Faulkner se encontraba con gran cantidad de
mulas y de hombres, que merodeaban en la costa. Media hora después, el Capitán
del “Scorpion”,
retornaba junto al falso Marqués de Larraín, Enrique Faulkner, el subdelegado
Francisco Carrera y el pretendido mayordomo del Marqués, cuyo nombre aparente era
Pedro Sánchez. Todos ellos entraron a la cámara de los oficiales y comenzaron a
tratar de negocios que ya habían iniciado en Topocalma. Estos siniestros personajes
manifestaban la más cariñosa de las amistades hacia el comandante del barco
inglés, abrazándolo y dándole repetidos apretones de manos, lo mismo hacían con
los oficiales del navío, con una aparente alegría en sus semblantes,
congratulándose entre ellos y también haciéndolo entre ellos por el feliz
resultado de sus negociaciones…
Los
personajes que habían abordado el buque junto a su capitán, solicitaban la
necesidad urgente de embarcar el cobre esa misma noche a causa del riesgo que
corrían de ser sorprendidos por agentes de Aduana. Estas crueles personas
habían logrado ganarse la confianza total del Capitán, sus oficiales e incluso
de la misma tripulación de la fragata. Bunker guiado por el candor de su alma y
sus sentimientos de simpatía, les mostraba la carta que había recibido en el
Puerto Tangue, Tongoy; donde se le informaba que debía estar alerta ante una
trama que se fraguaba en contra de su nave y de él. Hipócritamente, los sujetos
que habían abordado el buque precedidos por Faulkner, transformaban aquel acto
de sinceridad de Bunker, en una acción que renovaba la confianza y elevaba las
sinceras acciones que los motivaban a proseguir estableciendo lazos de amistad
y mostrándose dispuestos y actuar con buenas intenciones, para ello llegaban a
invocar a Dios, la virgen y todos los santos, como testigos de sus verdaderos
propósitos.
Los
confabulados lograban ocultar sus
retorcidas intenciones, amparándose en su religión, en sus santos, en las
enseñanzas de Cristo sobre el amor al prójimo, en su esencia civilizadora y no
de hombres salvajes, además de apelar en esos momentos, que el imperio español se
encontraban en una aparente paz con Inglaterra y que la nación inglesa, se estaban
convirtiendo en hermanos de sangre, al ayudarlos a combatir a las fuerzas
Napoleónicas existentes en la Península y expulsar del trono a José Bonaparte.
Junto a realizar demostraciones de un deseo aparente por el restablecimiento
del Rey de España en el poder y la administración del imperio hispánico, como
asimismo de proteger a su santa religión. Toda esta hermosa verborrea, que
sonaba a dulce melodía en los oídos de los ingleses, no eran más que los cantos
de sirena, para seguir atrayendo a la trampa establecida para ellos. Llegaba a
tal el cinismo de estas pérfidas personas, que el falso Marqués, que en
párrafos anteriores se ha demostrado que en verdad era el comerciante español,
Pedro Arrué. Este vil personaje llegó a expresar una hipócrita expresión, que
al leerla parece una diatriba de profunda veracidad: “Mi dinero está en la playa, mi
vida está en vuestras manos: tomas una y otra si pensáis que el hombre que
lleva esta insignia (poniendo la mano sobre la cruz que tenía en el pecho),
como un título de honor y de virtud de sus antepasados, capaz de tal
atrocidad”. (Historia General de
Chile. Diego Barros Arana. Tomo VIII. Capítulo Segundo: Gobierno de Carrasco,
resistencia que suscita, síntomas de una próxima revolución (1808-1809). Página
49. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Editorial Universitaria.
Segunda Edición. Santiago de Chile.1999).
La
virtud del engaño y la mentira que siempre deja algo como creíble, hacían su
presencia en la trama fraguada, haciendo pasar por sinceras las expresiones
vertidas y que tradujeron Enrique Faulkner y Mr. Wolleter. La carta que había
exhibido Bunker, en su ilusa percepción de los eventos, había tenido la finalidad
de ver que tan cierto era lo demostrado y expresado por los españoles y
chilenos con los cuales, hacia negocio y poder renovar la confianza, la cual
era fortalecida aún más al estar presente un caballero de honor como el Marqués
de Larraín. En esos momentos, este último expresaba sentirse mareado, ante el
vaivén del navío, producto del oleaje; Bunker de inmediato pidió preparar un
bote, acompañando el mismo al hombre que lucía el medallón nobiliario de
Marqués. El comandante del “Scorpion”, retornaba acompañado del
Capitán de Dragones, Joaquín Echavarría. Después de comer, Bunker ordenó a su
Segundo Teniente, Mr. Ellard, que se dirigiese a tierra con botes y tripulantes
para cargar el cobre lo más rápido posible y el mismo (Bunker), acompañado de
Faulkner, Carrera, Echavarría, desembarcaba llevando algunos remedios para el
Marqués, pero pronto volvía a la embarcación, dejando a Ellard con veinte
hombres para cargar el cobre en los botes. El Capitán Bunker había estado dando
las órdenes para preparar una espléndida cena y en cuanto dejó todo organizado
volvía a bajar a tierra. Pasado un tiempo llegaban nuevas órdenes para que otro
grupo de tripulante bajara a tierra para ayudar en la carga de barras del
mineral cuprífero. En consecuencia, a eso de las 21:30 horas había unos 30
hombres del navío inglés en tierra y pasado unos cuantos minutos estaba el
primer bote con carga al costado del “Scorpion”. El artillero del buque,
que venía en el bote informaba que no existía ningún inconveniente en la playa;
enseguida aparecía otra gabarra, con tres tripulantes con la orden de preparar
la cena, pues pronto abordaría el capitán con sus comensales.
Mientras
parte de la tripulación se abocaba a bordo del “Scorpion”, a preparar
las viandas, bebidas y postres que se darían durante la cena a los comensales,
en la playa el teniente segundo Isaac Ellard, dirigía el embarco de cobre a los
botes, durante el transcurso de dos horas el Capitán Bunker no se había
presentado a ver las maniobras que él estaba haciendo como era habitual en
estas actividades y requería su presencia al necesitar más hombres para realizar
el proceso de subir al navío todos los cajones de cobre existentes en la playa;
más fue aquella necesidad de tener a la mayoría de los tripulantes laborando en
el proceso de embarque y estiba del barco, cuando le mostraron los cajones que
contenían la plata amonedada, enterrada en las arenas de Topocalma. El teniente
Isaac Ellard despachaba un bote cargado del mineral elaborado en placas junto a
doce de sus hombres, alrededor de las nueve de la noche, mientras él se dirigía
a una cabaña donde el supuesto Marqués se encontraba enfermo, acostado en cama.
Al entrar vio al Capitán Bunker sentado entremedio del subdelegado Francisco
Carrera y el médico Enrique Faulkner, en tanto el Capitán de Dragones Joaquín
Echavarría se encontraba reposado en una silla frente a los otros tres, siendo
el oficial de la fragata inglesa invitado a tomarse un vaso de vino, momento
que se escucharon afuera una serie de gritos y golpes de manos. Ante estos
ruidos exteriores, el Capitán Bunker elevaba la pregunta ¿Cuál sería la causa
de tanta revuelta? Faulkner respondía, de manera calmada y sin darle
importancia: ¡No es nada! Como hombre
experimentado en situaciones poco habituales que hacían del contrabando una
actividad peligrosa, el Capitán Bunker se levantaba del asiento, recibiendo de
inmediato una puñalada por la espalda, siendo Ellard y los tripulantes que aún
se encontraban en tierra, rápidamente rodeados por un número considerable de
hombres armados con cuchillos y pistolas, luciendo pañuelos blancos amarrados
en sus cabezas.
El
Capitán Tristán Bunker herido por la puñalada salía de la cabaña en dirección a
los botes, con el claro fin de ponerse a resguardo en su navío, no lográndolo,
al ser alcanzado y rematado por varios puñales. Su cuerpo fue desnudado y
atándole una pierna con un lazo, para ser arrastrado a una fosa que se
encontraba cerca, adonde lo arrojaron. Al teniente Ellard le parecío que el
Capitán Bunker, a pesar de las heridas que le habían provocado, se encontraba
con vida cuando comenzaron a enterrarlo. Al pretender acercarse, varios hombres
amenazaron a Ellard con sus cuchillos, lo que llevo a desistir en su intento.
El Capitán de la Fragata “Scorpion”, moría por el engaño fraguado
en su contra por quienes se habían ganado la confianza y una amistad de él , movidos por la codicia y avidez por hacerse de
la mercadería que estaba en las bodegas de la embarcación inglesa. La crueldad
con la cual procedieron quienes planificaron la acción de adueñarse de aquel
contrabando, demostraba a lo que estaban dispuestos a llegar con el fin de
obtener los que deseaban, un ejemplo de cómo actuaban criollos, españoles y
extranjeros dentro de los países latinoamericanos, que en ese tiempo
pertenecían al imperio español. Los actos por la independencia no estarían
exentos de tales eventos, incluso una vez consolidada la independencia,
sucederían hechos que aun hoy se encuentran en la memoria de los chilenos, como
fue el asesinato de Manuel Rodríguez Erdoiza y otros han caído en el olvido,
como fue la Matanza de prisioneros realistas en San Luis, Argentina.
Al
amparo de la oscuridad de la noche los codiciosos hombres de la Capitanía
General y los soldados que operaban bajo su dirección, obraban de una forma,
donde no importaba la vida de quien, por evitar el robo, o por casualidad se
cruzaba en el camino de ellos, podía perder su vida. El teniente Ellard y la
tripulación que estaba operando en tierra fueron aprehendidos en su totalidad,
sin haber podido ofrecer resistencia alguna, producto de la confianza expresada
por aquellos sujetos de habla hispana. Atados sus brazos a la espalda y
sentados en la orilla de la playa de Topocalma, los atracadores esperaban la
llegada de algún bote del “Scorpion”. No tardo mucho tiempo en
aparecer un par de ellos, siendo rápidamente sujetados, siendo los tripulantes
apresados, del mismo modo que lo fue Ellard y los marinos en tierra. Con las
gabarras o chalupas en su poder, los instigadores del plan y asesinos de Bunker
se dirigieron al buque, que estaba estacionado en “la puntilla del Chivato”.
Con
aquellas chalupas remaban hacia la embarcación, los complotados por hacerse del
contrabando de la fragata inglesa, y con la muerte del Capitán Bunker, el
tiempo de arrepentimiento se desvaneció; sólo quedaba dirigirse al “Scorpion”,
donde la tripulación ignorante de lo acaecido en las playas de Topocalma,
seguían preparando la cena que su capitán les había solicitado desarrollar. Fue
cerca de las 22:00 horas, que el centinela de la fragata vio aparecer los dos
botes con tripulantes, permitiéndoles proseguir después de haber confirmado que
eran las chalupas de la embarcación. Una vez que estas estuvieron al costado de
la fragata, se hizo fuego contra las lámparas que traían los de a bordo para
iluminar a quienes creían eran los comensales que estaban en la playa, y
confiando de ello se acercaron sin ningún temor al borde donde se encontraban
los botes. Rápidamente una vez realizada la descarga, la embarcación inglesa,
fue abordada por diferentes costados por ochenta hombres de cuchillos y
pistolas. En toda esta acción la tripulación del “Scorpion”,
tenía que lamentar además de la pérdida de su capitán, de otros dos marineros y
un tercero herido. El ataque al barco, fue dirigido por Damián Seguí, alias
“Pedro Sánchez”, el aparente mayordomo del también falso Marqués de Larraín.
Este
sangriento plan, preparado con premeditación y realizado con una perversidad
donde cualquier gesto de humanidad fue sepultado en la fosa más profunda, lleva
a ver la crueldad a la que puede llegar el hombre que codicia enriquecerse y
hacerse de dinero. En aquel evento por obtener las mercaderías traídas para
contrabando por la fragata inglesa “Scorpion”, llevo al Capitán Bunker y ocho
tripulantes a sufrir la desafortunada experiencia de ser asesinados; sin contar
a los numerosos heridos que sufrió la marinería del buque ballenero en corso.
Los supervivientes de la embarcación inglesa fueron enviados a Valparaíso en
calidad de prisioneros por contrabando y las existencias dentro del navío,
ascendían a unos seiscientos mil pesos. Fue este el momento que los actores
principales del acontecimiento y sus ideólogos, tener que declarar la
legitimidad de lo ocurrido, para posteriormente comenzar hacer el reparto de
las mercaderías o entregar el valor en monedas correspondiente a estas. Esto último al llegar a conocimiento de la
ciudadanía, suscitó en estos una reprobación total hacia los intrigantes y
asesinos de los marineros ingleses del “Scorpion”, que finalmente le
costaría el cargo al Gobernador de la Capitanía General de Chile, Francisco
Antonio García Carrasco.
El
proceso de reclamación que incurrían el Gobernador de Chile, Antonio García
Carrasco, sus secuaces, junto al Médico Enrique Faulkner, al Subdelegado
Francisco Carrera, permitió abrir un juicio donde el Administrador General de
Aduanas, Manuel Manso y otros altos funcionarios, exponían que hallándose
España en armisticio con Inglaterra, no se podía considerar a la fragata de
origen inglés “Scorpion”, como un
navío enemigo, sino como un simple barco dedicado al contrabando, no correspondiendo
el juicio y repartición de las existencias de las bodegas de la embarcación,
sino que, sólo se debía hacer un decomiso de estas (mercaderías ). Esta
interpretación judicial daba al fisco una participación principal en el barco y
las mercancías que estaban en sus bodegas, mostrando a quienes participaron en
la toma de la fragata inglesa, como verdaderos delincuentes que obraron con
premeditación y alevosía contra la tripulación de esta embarcación. El
Gobernador García Carrasco, movido por su codicia y no escuchando lo
sentenciado por los tribunales, resolvía como presidente de la Capitanía
General de Chile, que el “Scorpion”, era una presa y se debía
realizar el reparto entre todos los que confabularon contra el Capitán Bunker y
su nave.
Producto
de lo expuesto como sentencia en juicio, de la cual se enteraba la población
del país y en especial de la región de Valparaíso, en quienes se generó al ver
aparecer a quienes estaban implicados en los hechos expuestos en los párrafos
anteriores, en el puerto de Valparaíso,
como eran Damián Seguí alias “Pedro Sánchez”, el mayordomo del
falso Marqués de Larraín, el Capitán de Dragones Joaquín Echavarría, y un
hombre apellidado Medina, fueron insultados, con los epítetos menos soeces
fueron a los que se referían a ellos eran como ladrones y asesinos. Pronto en
Santiago explotaba una especie de rebelión de las personas de las clases altas
y bajas de la sociedad, al enterarse de los hechos, colocándoles el apodo de “escorpionistas”
a los cómplices y autores de aquel acontecimiento.
Así
chilenos como españoles, como también los oidores de la Real Audiencia y muchos
otros altos funcionarios y comerciantes más destacados, tuvieron palabras de
reprobación ante aquel acto, revestido de un sadismo y crueldad sin precedentes
para altos personeros de la administración del gobierno. Incluso José Toribio
Larraín, el verdadero Marqués de Larraín, siguió ante la Audiencia un juicio
con el fin de probar que Pedro Arrué, comerciante español había plagiado a su
persona, con el claro objetivo de engañar al Capitán Inglés, Tristán Bunker,
logrando obtener la reparación que él buscaba, a pesar de los intentos de
Antonio García Carrasco por impedirlo. EL Marqués de Larraín, hacía llegar al
gobierno de Inglaterra, copia de la carta donde se dejaba en conocimiento el
plagio sufrido por José Toribio Larraín y su título nobiliario, con el fin que
nadie pudiera imputarle tan grave asesinato que dañaban su honor y prestigio.
Con
el proceso realizado por la Real Audiencia donde se transparentaba la complicidad
del Gobernador García Carrasco, en aquellos actos de contrabando y de
apropiarse de estos para su propio beneficio, hizo que las familias más
destacadas de la sociedad chilena, dejaran de frecuentar el palacio de los
gobernadores. Las personas evitaban tener cualquier contacto con Francisco
Antonio García Carrasco. La actitud de
este gobernante del país, que no sólo lo desprestigio a él, sino que también a
todo el Gobierno español, desde el monarca y la misma Junta Central de Sevilla
y toda autoridad que proviniera de las colonias del imperio o de la misma
Metrópoli imperial (España). El
apresamiento de la fragata ballenera de origen inglés “HMS Scorpion”, dejaba
entrever las actitudes de quienes dirigían el país, donde la corrupción era
mayor a quienes se dedicaban a contrabandear mercaderías de productos
elaborados industrialmente en Inglaterra, Estados Unidos o en otros países de Europa
o con especias e infusiones, -como el té o el café-, traídas desde las colonias
orientales de la Gran Bretaña.
Lo
realizado por Francisco Antonio García Carrasco, en referencia a lo que
escribía a España en oficio el 20 de diciembre de 1808, en tiempo que gobernaba
la Junta Central residente en Sevilla, llevan a pensar que la mentira como
medio para tergiversar la información, siempre ha existido. Una vez abierta la
herida, como fue el caso escorpión dentro de la Capitanía General de Chile,
queda con el tiempo la cicatriz y esta sería de aquellos actos que serian
copiados posteriormente y a través de los años por quienes asumen algún cargo
dentro del gobierno del país y también de las personas que viven en este largo
y angosto territorio, en el confín de América. La capacidad de mentir para
encubrir acontecimientos de gravedad y que dañaban a otros, será una situación
que al parecer se heredará de quienes dirigieron el país en algún momento,
desde tiempos coloniales y posteriormente durante la consolidación de la
independencia de Chile. El desarrollo del país seguirá un derrotero de
encubrimientos, que una vez se hagan públicos, se procederá a una serie de
eventos comunicativos, donde se mentira, para que la cicatriz perdure y deje la
huella.
Pronto
la verdad saldría a flote en la Metrópoli española, dejando a la gente de alta
alcurnia del país y a su dirigencia política y social, como mentirosa y
ladrona. El Gobierno de Inglaterra, comenzó una serie de reclamaciones que
mostraban el hecho vivido por la Fragata ballenera “Scorpion”, armada para
corso y contrabando, a pesar que por real orden, emitida el 22 de agosto de
1809, habían dado conformidad a lo obrado por el Gobernador de Chile, Francisco
Antonio García Carrasco y quienes habían apresado al navío de origen inglés. En
estas demandas, los ingleses entregaban nuevos antecedentes que daban un giro
total a lo expuesto por García Carrasco, influyendo en el descrédito del
Gobernador de la Capitanía General de Chile, como también en las medidas que
tomo el gobierno español a los hechos expuestos por García Carrasco. Además,
llevó a que el gobierno imperial español impusiera la devolución total de los
valores repartidos entre los asesinos de los marineros ingleses y del Capitán
Tristán Bunker, debiendo hacer entrega a las arcas fiscales las cantidades
percibidas en el hecho criminal. Como las ganancias que les entrego la venta
del azúcar y de las telas existentes en el “HMS Scorpion”, habían sido
malgastadas, el Consejo de Regencia ordenaba endurecer la injerencia del Gobernador
y Capitán General de Chile, Francisco Antonio García Carrasco, llegando a proceder
a su detención y respectiva prisión, junto al embargo de los bienes de esta
autoridad política del imperio español en Chile.
Aquella
orden del Gobierno español de proceder a tomar prisionero a García Carrasco,
llegaba muy tarde, pues Chile comenzaba a distanciarse del imperio hispánico para
tratar de lograr su propio camino independiente. Las relaciones
político-económicas, quedaban rotas, manteniéndose así por un largo tiempo y
bien adentrado el proceso de independencia del país, aunque hasta la
conformación de la Primera Junta de Gobierno, se mantendrían los lazos
políticos- sociales con la metrópolis. Así, los perversos actores del caso
escorpión quedaban sin castigo y con la gracia de seguir malgastando lo
obtenido de mala manera, marcando un precedente que aún hoy en pleno siglo XXI
se ven actos de corrupción muy similares al descrito. Llevan a creer que el
precepto de “chileno ladrón”, es parte de nuestro acervo cultural heredado
de quienes nos han gobernado, por lo tanto, mostrado como ejemplo para que el
populacho lo imite.
Lo
ocurrido con la fragata inglesa “Scorpion”, su Capitán Tristán Bunker y la
tripulación de este navío, conocido como “caso escorpión”, sería el más
connotado de los eventos donde estuvo implicado un Gobernador dentro de la
Capitanía General de Chile. Antonio García Carrasco, quien como se ha visto,
tenía a unas amistades dedicadas a los ilícito de apoderarse de los
contrabandos para enriquecimiento de ellos y tal vez, cuantas veces lo habría
realizado y cuantos más deben haber hecho sus amistades y otras personas con
poder dentro de la administración del gobierno colonial o conspicuos individuos
que por sus actividades agro-ganaderas, sus haciendas o comercio, tenían la
capacidad para establecer planes que les permitieran hacerse de estas
mercancías, con el fin de enriquecerse a
costa de su venta dentro del país o en otras regiones de América a un precio
mayor de lo que realmente costarían, evadiendo a su vez, toda las reglas y
políticas establecidas por el imperio y que instituye el buen vivir en sociedad.
No
eran sólo criollo, nacidos en estas tierras dedicados al comercio o en
funciones administrativas dentro del gobierno colonial hispánico quienes se
vieron implicados en estos eventos, sino también existían, españoles dedicados
a estos robos a contrabandistas de origen inglés, estadounidense y de
diferentes países europeos. Justificaban su proceder al calificar estas
actividades como positivas realizarlas, dado que quienes llegaban a las costas
chilenas y a cualquier región de América ofreciendo productos elaborados con
procesos mecánicos y utilizando la tecnología y maquinaria en los países que
lideraban la revolución industrial y que eran predominantemente de habla
inglesa, operaban en corso y contrabandeando productos apetecidos por las
clases sociales más connotadas en la región. Se aprecia en el transcurrir del
tiempo como los productos apetecidos por las clases altas en los virreinatos y
capitanías generales del imperio español, incumplían las leyes imperiales
instituidas para sus territorios, total “las leyes fueron hechas para
romperlas”, aunque el dicho que más se ajusta hasta hoy en día es: “hecha la
ley, hecha la trampa”.
El
caso escorpión, será un ejemplo de los niveles de intriga a los cuales podían
llegar tanto partidarios del rey como de la patria para obtener riquezas bajo
costo, tal como era apropiarse de mercancías que llegaban de contrabando a las
costas del país, en navíos de diferentes banderas. La vida de las personas
pasaba a un segundo plano, y las ambiciones de los individuos con el
transcurrir del tiempo, ya no bastarían con la obtención de los productos de
contrabando, sino, el poder o dominio del territorio conocido como Capitanía
General de Chile. Un poder que ya no era de fuerza política, con el desembarco
de Pareja en el Puerto de San Vicente, a fines de febrero de 1813,
transformaban estas, también en una pugna de fuerza armada y arrastre de
personas hacia la bandera del Rey o de la Patria.
En el conflicto por la emancipación de Chile
se irá viendo, también, como entraban en juego el deseo de figurar, el poder
que les otorgaban ciertos rangos militares y cargos públicos, predominando la
intriga para hacer primar los intereses por hacerse del mando de tropas y de
personas en las fuerzas en conflictos, por sujetos que no poseían la valentía,
osadía, inteligencia y el conocimiento para estar al mando de cientos o miles
de hombres. En un comienzo prevalecerán las personas con gran influjo social
dentro del bando patriota; en tanto, en el bando del Rey, con el fallecimiento
por pulmonía o bronconeumonía, el Brigadier Antonio Pareja, al lograr nombrar a
su sucesor durante su agonía, surgiría la intriga dentro de los oficiales “de
alcurnia”, que por tradición y estudio consideraban que la dirección de los
batallones realista les debía ser entregado a uno de ellos, contra quien
juzgaban un advenedizo y bruto hombre rustico, carente de inventiva y capacidad
de liderar, pero que supo obtener el respeto y tal vez, una cuota de admiración
entre los hombres a su cargo, teniendo la habilidad de obtener la ayuda y
asesoría de sujetos con una destreza y habilidad política y conocedores del
alma humana, como lo fue el Padre Almirall. El coronel Juan Francisco Sánchez y
Seixas, desde que asume la comandancia en jefe del Ejército Real en Chile,
sufriría el embate y la maquinación por parte de oficiales y religiosos, para
derrocarlo del mando, llegando a inventar difamaciones en su contra que
llegarían a los oídos del Virrey. Esto
llevaría a ver pasar una serie de comandantes en jefes en el Ejercito del Rey
en Chile o mal llamado Ejército Nacional. Así llegan Gabino Gainza, Mariano
Osorio, Rafael Maroto, José Ordoñez, Mariano Osorio, para retornar nuevamente
al coronel Juan Francisco Sánchez, quien le delega los restos del ejercito
realista al capitán Vicente Benavides, a quien le sucederían, Manuel Picó, el
cura Mariano Ferrebú y Antonio Pincheira, el menor de los hermanos que dirigían
una montonera realista que operaba en el sector cordillerano en el sector de Chillan y Neuquén, llegando por
los contrafuertes de la cordillera de
los Andes, hasta Mendoza y el sector de San José de Maipo, en Santiago de
Chile.
La
relación expuesta en el párrafo anterior, tiene por finalidad, apreciar que las
intrigas que se esbozaron durante todo el proceso para lograr la emancipación
del país, no estaban muy alejadas del actuar del Gobernador Francisco Antonio
García Carrasco y sus cómplices en el Caso Escorpión.
La perfidia de quien ostentaba el sitial de
máxima autoridad dentro de la Capitanía General, llegaría a niveles de
emprenderlas contra personas de avanzada edad. Francisco Antonio García
Carrasco, para justificar que estaba desarrollando actividades que protegían al
Imperio, acabando con aquellos individuos que incitaban a una sublevación o
revolución en contra del Rey Fernando VII, de la Junta de Cádiz que se había
conformado para sostener el imperio hasta que el rey retornara. Es así, que la conocida historia de “La
Conspiración de los Tres Antonios”, ocurrida en 1781 y de la cual se basó
Gracia Carrasco para emprenderla contra quien, en ese tiempo había salido casi
incólume: don José Antonio Rojas.
La
acción perpetrada por el Gobernador García Carrasco contra los ancianos (hoy se
denominan,” adultos mayores”): José
Antonio Rojas, Juan Antonio Ovalle y Bernardo Vera y Pintado, a quienes, hacia
arrestar, bajo el pretexto de sedición contra el imperio y al Rey. En momentos que
España sufría, en 1808, la invasión de las fuerzas napoleónicas y la aprehensión
del Rey Fernando VII, a quien se envió cautivo a Francia, asumiendo el poder
hegemónico del Monarca, el hermano de Napoleón, José Bonaparte, a quien los españoles
apodaron “pepe botella”, por tener una conformación física que llevaba a
recordar a un envase de licor. Para
muchos esta acción sucedida en Europa y afectaba a la Metrópoli en su totalidad,
de la cual dependía todo el imperio “donde el Sol no se oculta”,
como era conocido el español, fue el causante para que las colonias de América
determinaran formar sus propias Juntas de Gobierno a usanza de la Junta Central
establecida en Sevilla.
Antonio
García Carrasco basa su acusación en lo experimentado con fecha de 12 de
diciembre de 1780, es decir, más de 25 años antes, donde los franceses Antonio
Alejandro Berney, Antonio Grammuset y el mencionado anteriormente, José Antonio
Rojas, y el peruano Manuel José de Orihuela, fueron sorprendidos por el
entonces gobernador de la Capitanía General de Chile, Ambrosio de Benavides, de
conspirar contra el imperio para convertir a Chile en un Estado independiente.
Aquella idea se basaba en el estallido de la Revolución francesa y en el
proceso que llevó a la firma de la Constitución de los Estados Unidos (EEUU).
La propuesta de “la conspiración de los Tres Antonios”, consistía
en: Sustituir el régimen monárquico por el republicano; un gobierno
colegiado, donde existiese un senado soberano de la “muy noble, muy fuerte y
muy católica república chilena”; elección popular, donde incluso votarían
los miembros de los pueblos mapuches; abolición de la esclavitud y la pena de
muerte; Redistribución de la tierra, repartiéndola en lotes iguales entre todos
los chilenos; y exportar la revolución al resto de la América y del mundo.
Estas
ideas, comenzaron a ser aplicadas desde el mismo triunfo de las fuerzas
patriotas en Maipú (5 de abril de 1818), al crear una fuerza y una armada que
liberarían el Perú del “yugo imperial español”, y el
establecimiento de un Senado y un proceso de elección popular, aunque limitado,
en sus comienzos. Además, se terminaban los títulos nobiliarios y se abolía
totalmente la esclavitud, los cuales se aprobaron mediante decretos durante los
gobiernos de Bernardo O´Higgins y de Ramón Freire.
Las
ideas de la Revolución francesa (5 de mayo de 1789 – 9 de noviembre de 1799), que,
surgidas de las propuestas burguesas de Igualdad, Fraternidad y Libertad,
despertaron una serie de emociones, en todo el mundo y en América se fundirían
al sentimiento emancipador. En tanto, La Primera Revolución industrial, surgida
en la misma época de la revuelta de “la burguesía francesa”, marcarían una
diferencia económica y social en relación a España y a los países
latinoamericanos que estarían hasta hoy en día por detrás de las potencias
socio económicas e industrial de Europa, en especial Inglaterra y países de
habla inglesa, como Estados Unidos junto a otros estados europeos. Estos países
promoverían las ideas emancipadoras en las poblaciones coloniales de América,
con el objetivo de abrir nuevos mercados a las producciones industriales existentes
en sus territorios, que elaboraban diferentes tipos de productos tan apetecidos
y necesarios para la gente y a la necesidad de ampliar sus mercados.
Las
guerras internas dentro de los países americanos ya independizados generarían
más la brecha entre las sociedades industriales y la precariedad productiva de
las excolonias, que aun mantenían un sistema de elaboración de carácter
artesanal incluso hasta finales del siglo XIX. Riquezas como el guano, el
salitre, el oro y otros recursos no renovables, cuya explotación podría haber
permitido a muchos países americanos, con esta riqueza en productos no
renovables haber sido parte del mundo industrial y desarrollado.
En
esencia, la Capitanía General de Chile seguía siendo una economía agrícola
precaria y además, dependiente de muchos productos de carácter importado de
otras colonias y traídas desde la metrópoli española. Curiosamente, aquel
sistema socio-económico, se encontraban en poder de la elite socio-cultural
chilena, cuyas ideas conservadoras, aún perviven en la cultura del país.
Doscientos años y aun dependemos en su totalidad de las importaciones de
productos: vestuario, artículos electrónicos, vehículos, implementos para la
construcción de casas y edificaciones, ampolletas y un sinfín de implementos e
incluso hoy por hoy, agrícolas y ganaderos.
El
mundo se había abierto al libre mercado, con el surgimiento del Renacimiento y
con él, también una ola de teorías socio políticas, de poder, de ideas para
hacer del mundo un lugar mejor para el hombre-; de avances científicos e
incluso de descubrimientos, como el de nuevos territorios y continentes, como
el realizado por Cristóbal Colón un día 12 de octubre de 1492. El nuevo
continente, cuyo nombre de América lo recibe del Navegante Italiano Américo
Vespucio, quien fue el primero en circunnavegarlo (Primer viaje 1497), a quien
en esos años se le atribuyo el descubrimiento de este “Novus Mundu”, cuyas
regiones establecidas geopolíticamente en la conquista y afianzadas en las
etapas coloniales, ya en los inicios del siglo XIX, clamaban por obtener su
emancipación del Imperio español, entregaba no sólo la riqueza de sus entrañas,
sino también, la sangre de sus habitantes seculares. Literalmente el nuevo
continente nacía al mundo, “con sus venas abiertas”.
La
codicia fue el cimiente que permitió a los conquistadores españoles avanzar por
el continente y su selva, descubriendo nuevos pueblos y territorios. Hernán
Cortés, descubridor de México, los hermanos Pizarro y Diego de Almagro,
hicieron el hallazgo del imperio incaico y su fabulosa riqueza en oro, que
labraban sus pueblos, haciendo fabulosas obras de arte, las cuales los
españoles transformaron en barras de oro, para ser enviadas a su Rey en la
Península Ibérica. La riqueza primaba por sobre cualquier acción notable del
humano de estas tierras. Aun hoy, la extracción de minerales en estos países es
de gran demanda. Ya no sólo es el oro, ahora el manganeso, el cobre, la plata,
las esmeraldas e incluso el petróleo descubierto en el rio Orinoco, en lo que
hoy es Venezuela, son apetecidos por empresas multinacionales dedicadas a la
extracción de lo que se conoce desde finales del siglo XIX, como “Oro
Negro”. Aunque en tiempos de la colonia
y hasta bien mediados del siglo XIX, su extracción aún seguía siendo de
carácter artesanal y no afectaba al medio ambiente de la forma que hoy se hace.
Los metales preciosos extraídos de la tierra americana servían para acuñar
monedas y elaborar los lingotes, que serían enviadas a España o para hacer
negocios de contrabando con “piratas o corsarios”, que se dedicaban a este
mundo comercial de carácter ilegal dentro de los territorios que conformaban el
imperio español, donde sólo estaba permitido el comercio entre los países y/o
colonias.
Como
se ha ido viendo no fue sólo un factor el que originó el proceso emancipador de
los países americanos y de la Capitanía General de Chile. Aunque la reacción
que tuvo la población al recibir las primeras noticias de la invasión de Napoleón
a España, fue de una absoluta lealtad al monarca español. Los eventos fueron ordenándose
a través del tiempo, de tal manera, que los habitantes de esta región
comenzaran a cuestionar el dominio de España y su gente sobre la región y sus
personas; tal vez, no conocían y nunca verían a Fernando VII, vinculándose al
imperio sólo por la idea de ser vasallos de un Rey apresados. Los nacidos dentro de la Capitanía General de
Chile, junto a quienes provenientes de España y otros países, tanto de Europa
como de América, generó en ellos el optar a uno de los dos bandos en el cual
comenzaba a dividirse la sociedad al interior de Chile.
La
Capitanía General de Chile, poco a poco, dejaba traslucir aquello que se había
mantenido cubierto bajo el manto del secreto, a pesar que era apreciado en cada
conversación o reunión social que se daba en Santiago, pueblos y haciendas. Se
había establecido la conformación de dos grandes opciones político-sociales e
incluso geo-económica: por un lado, se
encontraban aquellas personas que aceptaban la injerencia de las instituciones
españolas en el país, que, reemplazando al Rey cautivo, condenaban toda acción
que llevará a establecer un gobierno autónomo al establecido por el Imperio
Español, llamados “monarquistas”, en sus inicios y posteriormente
“realistas”. Y quienes, en
una aparente fidelidad al Rey, deseaban la emancipación del país por medio de
alguna institución que liderara esto, y demostrara una autonomía en su gestión
y decisiones sin la intrusión total de las instituciones españolas existentes
en la Península Ibérica, en las actividades y determinaciones que podían
tomarse al interior del país, aunque en un principio se harían a nombre del
Rey… opción que recibiendo la denominación de “patriotas”.
El
Corrupto Gobernador de la Capitanía General de Chile, Francisco
Antonio García Carrasco Díaz, en 1809 determinaba la detención de tres
connotados hombres de la ciudad de Santiago. La historia cuenta que una vez que
regreso de su viaje a Europa, don José Antonio Rojas, su hogar fue centro de
tertulias de ideas surgidas en tiempos de la ilustración y del Renacimiento,
como fueron los escritos de Nicolás de Maquiavelo, Thomas Hobbes, Gottfried
Leibniz, Adam Smith, John Locke, Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau, Voltaire,
Diderot o de temas como la Gloriosa Revolución Inglesa y las acciones de Oliver
Cromwell. Producto de aquellos debates, las autoridades llegaron a creen que en
una de esas reuniones los tres sujetos antes mencionados – Antonio Rojas, Antonio
Ovalle y Bernardo Vera-, hicieron referencia a las posibilidades de establecer
un régimen republicano, que sucediera al monárquico e imperial existente en ese
tiempo, donde su administración sea conformada por la gente que la gente
eligiera. Llegando, en aquellas platicas, en aspectos sociales opinaban por
terminar con las penas de muerte y la esclavitud, el fin de las jerarquías
sociales y de los títulos nobiliarios, como también, de la redistribución de
las tierras del país. Para que estas
ideas fueran difundidas en la población de Santiago, tramaron que cada uno de
ellos debía comprometer a otra persona, que juzgaran pensara de manera similar,
pero sin contarles a los nuevos sujetos el nombre de los otros dos complotados,
con el claro fin de evitar acusar a los otros en caso de ser descubiertos. La
idea de estos hombres era promover una rebelión que derrocara al Gobernador y a
todos quienes poseían una cuota del poder monárquico existente en el país, como
ya había ocurrido en el caso de “los tres Antonios”, donde el
Gobernador Ambrosio Benavides, levanto un proceso en contra de los franceses
Antonio Berney y Antonio Gramusset, junto a don José Antonio Rojas y al peruano
Manuel de Orihuela.
Las
intrigas y eventos ocultos eran una actividad política habitual, jugando en
contra o a favor de quien figuraba liderando una de las tendencias ideológicas.
Aspecto que ya se veía en esos tiempos, al interior de los mismos partidos
beligerantes. Quienes lideraban las fuerzas patriotas o realistas, tendrán
detrás de él a sujetos que hoy son denominadas como “Enemigos Internos”. Estos
oscuros personajes tendían a generar una serie de actividades, que buscaban el
derrocamiento de quien se encuentra en el cargo de autoridad. En 1778, la idea
de realizar la rebelión, debería haber comenzado con la reunión de todos los
conjurados en la Chimba, ubicada en la ribera Norte del Mapocho, (lo que hoy es
Patronato), y desde allí saldrían en dirección a la plaza mayor para detener al
Gobernador, tomarse el almacén de pólvora, la sala de armas y las cajas reales
que les proporcionarían dinero suficiente. En tanto, otros implicados se
disfrazarían de religiosos, y vestidos así, incitarían al pueblo y demostrando
el descontento por las reformas aplicadas a las órdenes por las autoridades
coloniales y provenientes de la misma España, la cual sería la supuesta razón
del movimiento. incluían, además, darle la libertad a los esclavos con el
objeto de que participasen en la empresa. Este plan redactado por Antonio
Berney, fue extraviado en la hacienda de Polpaico de Antonio Rojas, las cuales
fueron halladas por un amigo de este, apellidado Pérez de Saravia, quien hizo
la denuncia al Regente Tomás Álvarez de Acevedo. Este último personaje,
iniciaba una investigación basado en la información hallada por Pérez de
Saravia, logrando recabar una serie de información que implicaban a los dos
franceses, colocando en conocimiento al Gobernador Ambrosio de Benavides Medina
(a quien muchos historiadores vinculan un parentesco con Vicente Benavides
Llanos), disponiéndose de inmediato la detención de ambos los dos franceses
antes mencionados y de un español de origen gallego, apellidado Pacheco. Todos ellos fueron enviados a la prisión del
Callao. La desgracia acompañaba a Antonio Gramusset y Antonio Berney, hizo que
el barco naufragara producto de un temporal que se abatió sobre él, pereciendo Berney
el gallego Pacheco, generando grandes lesiones en Gramusset que lo llevarían
tres meses después a fallecer. Antonio Rojas no fue apresado al considerarlo la
Real Audiencia, inocente, aunque tras los acontecimientos fue exiliado por un
corto tiempo a España.
Los
intentos e intrigas por explorar nuevas formas de autogobierno comenzaban a
visualizarse antes de la ocupación de Napoleón en la Península Ibérica,
estimuladas por el proceso que estaba viviendo Estados Unidos por emanciparse
de Inglaterra; la sociedad chilena, en especial sus familias más conspicuas,
harían que el país fuera adquiriendo
procedimientos muy similares a los que se desarrollaban en Estados Unidos por
hacerse de los contrabandos que traían los navíos ingleses o de otros países
europeos a sus territorios. Como se
mencionó en párrafos anteriores, hasta las autoridades se implicarían en ello,
como fue el Gobernador Francisco Antonio García Carrasco. La imagen de esta
autoridad se había deteriorado, producto de sus conductas inapropiadas para un
gobernante y que más se asemejaban al de un delincuente de poca monta que busca
hacerse dueño de los contrabandos de otros, debiendo enfrentarse a la explosión
de la población de la Capitanía General de Chile al conocer la macabra acción
en la cual estaba implicado, no estaba exenta de los deseos de aplicar castigo
por sus propias manos. El temor de haber sido sorprendido y la divulgación de
los hechos a todas las personas del país, lo llevaba a ver que sufriría una
convulsión social y política producto de su mal obrar.
El
caso “Scorpion”, dio luces a la Opinión Pública de esos tiempos
de su verdadera forma de ser, adquiría una conducta asolapada ante los rumores
que acusaban a destacados personajes de la época, como eran José Antonio Rojas,
Bernardo Vera y Pintado o el procurador de Santiago Antonio Ovalle de ser
instigadores de una sublevación como la ideada por Berney, Gramusset, Rojas y
Orihuela en 1780. José Antonio Rojas nuevamente se ve inmiscuido en una conspiración
para establecer un régimen republicano y liberal, y el no claudicar por cumplir
aquel sueño de independencia del imperio español. Si bien Gramusset, Berney,
Orihuela y Rojas comenzaron a difundir las ideas que llevarían a la revolución
emancipadora que soñaban, y haciendo sentir a todos los habitantes que toda la
suerte y felicidad de este reino consistía en sacudir el yugo de la fidelidad y
vasallaje a un monarca que no se conocía en persona. A estas ideas se les
inculpaba de volver a realizar a los beneméritos hombres de avanzada edad como
eran Antonio Rojas, Antonio Ovalle y Bernardo Vera, a lo cual se le sumaba, el
propugnar la idea que no sólo a Fernando VII no se le conocía en persona y que sólo
mostraba su presencia ante los dictámenes de normas y leyes que provenían de la
junta Central de Sevilla y del Virreinato del Perú; a pesar de asignárseles
esto ideario y objetivo revolucionario, demostraban el profundo deseo en parte de los habitantes de Chile adoptar la
idea de una emancipación absoluta y que utilizo García Carrasco para desviar la
atención hacia su persona y encubrir sus acciones al Virrey del Perú y a la
Corte de Cádiz.
El
Gobernador Francisco Antonio García Carrasco, demostraba tener la determinación
de cortar de raíz el proyecto de insurrección que se había transformado en un “rumor a voces”, dictando el 18 de mayo
de 1810 un decreto que obligaba a que fueran interrogados todos los testigos
que conocían el rumor y los acontecimientos, supuestamente, que ocurrirían. En
vista de las exposiciones y los resultados que arrojarían, se tomarían acciones
contra todos quienes aparecieran culpables, siendo el primer objetivo el
expulsarlos del territorio, sufriendo también, un escarmiento ejemplar para que
todos los habitantes de Santiago y del país, se mantuvieran dentro de los
límites de sujeción, obediencia y respeto a la superioridad del monarca, sus
leyes y de los funcionarios del Imperio Español. Una vez expedido el decreto,
el 25 de mayo de 1810, don José Antonio Rojas, Antonio Ovalle y Bernardo Vera y Pintado fueron
detenidos y procesados por el delito de conspiración.
Las intenciones del Gobernador Francisco
Antonio García Carrasco eran una demostración que aun tenía el poder y la
autoridad del país, junto a ello demostraría al Virrey que no dejaba de
realizar sus funciones en favor del Imperio a pesar de estar implicado en
eventos delictuales, de contrabando y asesinato. Por ello hacia todos los
preparativos de manera que los habitantes de Santiago y alrededores hasta
Valparaíso, no se percataran que estaba enviando a los ancianos Rojas, Ovalle y
Vera a las mazmorras del Callao. Aquella acción se vio frustrada, producto de
la revocación de la orden exigida por el Cabildo y la Real Audiencia a él, debiendo
acatar lo solicitado por estas instituciones; pero, no dejaría de insistir en
hacerlo en una segunda tentativa, amparándose en la amenaza de aplicar la
fuerza en caso necesario, si se interponían a su disposición. Pronto Antonio García
Carrasco, se dio cuenta que no eran solamente las instituciones del Gobierno
las que le pedían esto…
El Gobernador Francisco Antonio
García Carrasco, nuevamente con sus argucias y mentiras encubría su actuar a la
población de Santiago, quienes ya apreciaban en su proceder, la existencia de medidas
arbitrarias y violentas, y diferían mucho de lo que el Gobernador expresaba. El
viaje llevado a cabo por el oficial Manuel José Bulnes Quevedo, (padre de
Manuel Bulnes Prieto, el futuro presidente de Chile entre 1841-1846), a
Valparaíso, llegaba a conocimiento de la población santiaguina a pesar de todos
los resguardos que había establecido el Gobernador Antonio García Carrasco,
para que no se supiera de ella, generando en esta una gran inquietud, que
pronto se transformaría en un movimiento que demandaba su renuncia al cargo.
Muchas personas de gran respeto
social, incluso familiares de los apresados, se acercaron al Gobernante
Francisco Antonio García Carrasco para obtener una información fidedigna de lo
que estaba sucediendo con Ovalle, Rojas y Vera. El Gobernador, aseguraba que no
existía motivo para tal alarma y haciendo entender que el viaje del Capitán
Bulnes se debía principalmente al robo de pólvora ocurrido en uno de los
almacenes reales y según informes recibidos estos habían sido embarcados en un
navío que pronto zarparía…El 11 de julio, al amanecer llegaban dos misivas
escritas por Rojas y Ovalle, con una diferencia de media hora (entre las 6 AM y
las 7 AM), procedentes de Valparaíso, anunciando que estaban siendo embarcados.
La noticia pronto fue divulgada por todo Santiago; así, con los primeros rayos
de sol asomándose en la ciudad, la plaza pública se atestaba de sus habitantes,
con el objeto de imponerse si era verdad que el Gobernador Antonio García
Carrasco había actuado con tanta perfidia e inaudita violencia. Este Gobernante
volvía a demostrar lo inescrupuloso de su proceder. Sus argucias y mentiras
pronto lo llevarían a sufrir la demanda de una población sublevada para que
dimitiera del gobierno de la Capitanía General de Chile.
Fue el día 11 de julio de 1809,
cuando asomaban las primeras luces del nuevo amanecer, en pleno invierno, cuando
los santiaguinos y vecinos de sus alrededores habían abandonado sus casas y
algunos avanzando a paso apresurado y otros corriendo, se dirigían a la plaza
pública (hoy plaza de armas), con la finalidad de ser informados sobre si era o
no verdad que se había consumado el acto de enviar a Rojas, Ovalle y Vera al
Callao, donde quedarían en presidio. Este acto, considerado de gran maldad,
alevosía e inusitada insidia, hizo que la población en su totalidad solicitara
a gritos la conformación de un Cabildo Abierto, con la finalidad de hacer oír
sus quejas y obtener, a su vez, la reparación de aquel atropello. Sería recién
a las 9 de la mañana, que las puertas del ayuntamiento se abrían, habilitándose
la sala capitular, donde acudieron en tropel más de trescientas personas de un
cierto nivel social. Mucha gente que había ingresado a este edificio ocupaba
las escaleras y pasillos del palacio municipal, quedando la mayoría en las
afueras, en la plaza pública, como expectantes de lo que se determinaría. Era,
tal vez, la primera vez que la ciudad de Santiago veía una manifestación
popular de tal magnitud.
Producto de todo lo acaecido, en el
Cabildo existía en quienes lo conformaban un alto grado de nerviosismo. No se
encontraba una diferencia de parecer y todo aunaba en contra del proceder del
Gobernador Antonio García Carrasco, quien, en su breve dirección del país,
dejaba entrever una falta de ética, que superaba los límites aceptados de
inmoralidad política y codicia. La
sociedad colonial, comenzaban a vestirse
con las tendencias ideológicas pro libertad de la Capitanía General de Chile y
su independencia, y las de seguir fieles al Monarca Español; pero todos los
partidarios, de uno y otro bando hablaban con altos niveles de violencia y
comentaban en términos muy agresivos el
atropello a las leyes, junto a la persecución, trato y destierro a dos ancianos
venerables de la sociedad santiaguina y de los procedimientos utilizados por el
Gobernador Francisco Antonio García Carrasco, donde la mentira y el engaño,
nuevamente las utilizaba en beneficio de su persona. Producto de la unánime
posición de los participantes y concurrentes, se nominó al alcalde Agustín
Eyzaguirre y el procurador sustituto de Santiago, Don José Gregorio de
Argomedo, para que fueran donde el Gobernador Antonio García Carrasco y lo
conminasen a que asistiera a la sala capitular en el edificio de regencia, para
que diera cuenta de su proceder.
Como todo sujeto ávido de poder y
codicia, el Gobernador Francisco Antonio García Carrasco había previsto toda la
convulsión, -que se podría llamar social-, al ser toda la población de Santiago
y sus cercanías. Su error, fue el haber confiado en la autoridad y poder que le
otorgaba el cargo supremo dentro de lo que era la Capitanía General de Chile,
además, el prestigio con el cual el cargo de Gobernador o presidente del país
daba a quien lo ejercía, producto del proceder con el cual habían actuado sus
sucesores en el mando. Jamás imagino que la noticia de la orden que impuso a
los tres acusados (Ovalle, Rojas y Vera), llegase con tanta prontitud a
Santiago y por vías de información que no fueron la red de comunicaciones
existentes y que sus subalternos utilizaban. Antonio García Carrasco días atrás
había comenzado a tomar todos los resguardos posibles, logrando tener alistadas
a las tropas de la guarnición de la ciudad, con la finalidad que concurrieran
ante cualquier acto de insurrección de la población, junto a ello había reunido
por intermedio de sus agentes, a sujetos que hoy serian denominados lumpen; es
decir, aquellos sujetos marginados y sin conciencia de clase, simplemente
miserables dispuestos a todo por obtener algo vía saqueo o destrucción. A estos individuos el Gobernador, Francisco
Antonio García Carrasco confiaba la defensa de su administración. Sin embargo,
con la celeridad con la cual llegaron las cartas desde Valparaíso, no
permitieron que el gobernante pudiera activar los aprestos ya establecidos. Aun
sorprendido y a los hechos perpetrados por él, mantenía una conducta arrogante,
sin querer-aparentemente-, escuchar a los representantes del Cabildo, quienes
habían concurrido para anunciarle las exigencias impuestas por la población. Francisco
Antonio García Carrasco con soberbia arrogancia, les mandaba a decir que se
retiraran del palacio de gobierno y que obligasen al pueblo a disolver el
Cabildo Abierto solicitado.
Aquella conducta altiva y pedante
del Gobernador García Carrasco, no produjo lo que él deseaba en los
representantes del Cabildo, al contrario, rechazaba a estos, generando en la
población un aumento en odiosidad hacia Francisco Antonio García Carrasco. Aquel
furor popular, hizo que los habitantes marcharan en masa en dirección al
Palacio de la Real Audiencia (Hoy Museo Histórico Nacional), ocupando en su
totalidad, los pasillos, escaleras y patios de la edificación. Los sujetos más
connotados de aquella improvisada asamblea, ingresaron sin miramiento alguno a
las salas del piso superior, en donde en una de ellas funcionaba el supremo
tribunal. Hubo un momento en que el clamor popular no dejaba hablar y menos
escuchar, pero una vez que se lograron acallar, los dos alcaldes del Cabildo,
José Nicolás Cerda y Agustín de Eyzaguirre, expusieron sus quejas delante de
los oidores. Después de explicar lo sucedido, solicitaban que el Gobernador
fuese citado a exponer sus determinaciones, como clamaban los vecinos de la
ciudad, evitándose de esta forma una explosión social que no tendría
comparación alguna.
El tribunal supremo se encontraba
atónito ante la situación, donde el poder se encontraba en pugna. Por un lado,
la presión de la población, que, sin respeto a nada, se comprometía cada vez en
los reclamos hacia el Gobernador Francisco
Antonio García Carrasco, llegándose a proliferar ofensas de carácter soez en su
contra. Aunque el mayor daño a la imagen del Gobernador la daba el mismo
Francisco Antonio García Carrasco, quien con su despótico proceder y embaucador
degradaba la autoridad que emanaba del mismo cargo y del imperio español,
produciendo aquella peligrosa efervescencia en las almas de los habitantes del
país y que en ese momento eran representados por la población de Santiago y sus
alrededores.
El Gobernador Francisco Antonio García Carrasco,
producto de su proceder y en varios hechos en los cuales su nombre se vio
comprometido, se había transformado para la gente de la cúspide social de la
sociedad colonial existente, en un sujeto despreciable y odioso; sólo le
quedaba el poder y el prestigio del cargo
de gobernante del país, pero la autoridad del mandatario Francisco
Antonio García Carrasco, iba declinando, al carecer del respaldo de los
habitantes del país, quienes viendo sus acciones se mostraban opuestos a las
facultades que le otorgaba el cargo a Francisco Antonio García Carrasco. Si
bien, el trágico acontecimiento del caso Escorpión, hizo que la población del
país, en su totalidad, se expresaran en su contra y de quienes realizaron el
cruel hecho; ahora, con su actuar contra
los ancianos Rojas, Ovalle y Vera Pintado, de enviarlos a los cadalsos de El
Callao, en una acción secreta y oculta hasta de las mismas instituciones
coloniales de la Capitanía General de Chile, demostraba la perfidia con la cual
procedía contra todo aquel que representaba un escollo a sus pretensiones y
ambiciones. En este panorama, la única institución con la cual mantenía una relación
de carácter formal, era el Cabildo, el cual pronto comenzaría a dejar de ser
respetuosa y atenta hacia la figura del Gobernador de Chile.
Ante
tanto suceso que no respetó las leyes coloniales impuestas por Imperio español y
en los cuales aparecía vinculado el Gobernador Francisco Antonio García
Carrasco, hizo que la sociedad colonial chilena, en todo su entramado político
y social, se mostrara con una animadversión hacia la figura del Gobernante.
Esto comenzaría a impregnar a los funcionarios del Cabildo de la ciudad de
Santiago, que pronto García Carrasco sufriría el frio tratamiento que le daban
los oidores de aquella institución política del país. Pronto el Gobernador
sentiría estar totalmente aislado del quehacer social en el Chile de comienzos
del siglo XIX y la relación con el Cabildo se iba mostrando cada vez más
distante, llegando a un nivel que se mostraba una animadversión clara hacia su
persona. El Gobernador de Chile, Francisco Antonio García Carrasco sentía
aquella presión ciudadana en su contra, que al transcurrir del tiempo lo obligarían
a renunciar al sitial de gobernante del país.
Ya
en los mejores momentos del Gobierno de Francisco Antonio García Carrasco, la
población había comenzado a tomar partido por la emancipación del país o para permanecer
bajo el amparo del Imperio español; aunque, en este período de diseño
partidista sus propósitos y aspiraciones en ambas tendencias no estaban
plenamente definidas. Muchas personas comenzaron a tratar de tener influencia en la
población y con ello alcanzar una cuota del poder de la administración que daba
orden y organización al país. Dentro de estos personajes sobresalía uno que ya
había desempeñado el cargo de consejero en el Gobierno de Ambrosio O´Higgins, y
había estudiado en la primera universidad del país: La Universidad de San
Felipe. Era Juan Martínez de Rozas quien lograba volver acceder al poder
político, al retornar a funciones de asesor, ahora del Gobernador Antonio
García Carrasco, después de haber orientado al Marqués de Osorno,
de Vallenar y barón de Ballenary, como fue conocido,
Ambrosio O´Higgins, cuando fue Intendente de Concepción y posteriormente como
Gobernador de la Capitanía General de Chile.
La Capitanía General de Chile,
comenzaba a dar indicios de una convulsión política y social con el fin de
alcanzar la autonomía social, política y económica, al ver que el Monarca
Fernando VIII, fue tomado como cautivo por Napoleón Bonaparte al invadir la
Península Ibérica, colocando en la regencia de España y su Imperio, a su
hermano José Bonaparte. El poder
monárquico del Rey Cautivo fue asumido por la Junta Central establecida en
Sevilla; pero, esta convulsión social fue, también, producto de la lucha
establecida entre los seguidores de Fernando VIII y el padre de este, Carlos
IV, quien debió abdicar en favor de su hijo Fernando, para así evitar una
revolución dentro del reino español.
Napoleón Bonaparte aprovechaba aquella coyuntura, y el permiso de ingresar
a España para invadir Portugal; hábilmente colocaba en el primero de estos
países bajo el gobierno de su hermano José.
La confianza de quienes deseaban la emancipación
de los virreinatos y capitanías existentes, estaba dada en la distancia
geográfica existente entre las colonias y la metrópoli, permitiéndole a toda la
América hispánica, alzarse con la misma pretensión: lograr su independencia de
España. Unos años atrás al inicio de los movimientos
emancipadores dentro de la América hispánica, la Junta Central en España tuvo
un breve tiempo de vida (2 años); desde su constitución, fue sometida a una
gran presión, debiendo hacer frente con un ejército semiprofesional a las
poderosas y mejor organizadas tropas de Napoleón. Además, la Junta Central de
España tuvo la responsabilidad de dirigir un país en plena ebullición revolucionaria,
totalmente sumergido en el caos; debiendo, también, lidiar con las diversas corrientes
–para ello sólo contaba, únicamente con su pericia-, liberales o absolutistas. Las
primeras reclamaban la convocatoria de Cortes y las segundas el mantenimiento
del Antiguo Régimen. La situación era tan extraordinaria que no existían
precedentes en la historia de España. Esta diferencia entre monarquistas y
liberales dentro de la Metrópoli imperial española, es la que sería imitada por
sus colonias en América.
La
incapacidad de las instituciones tradicionales en España, por canalizar el
descontento de la población y organizar la resistencia frente al invasor, como
eran la Junta Suprema de Gobierno o el Consejo de Castilla, produjo que en la
Península Ibérica se vivieran las sublevaciones populares en distintas ciudades,
siendo organizadas por medio de las Juntas Supremas Provinciales. Las ciudades
de Sevilla Oviedo, Santander, La Coruña o Cádiz, fueron las primeras en
reaccionar contra las fuerzas de Napoleón, logrando durante la campaña contra estos
invasores de origen francés en su mayoría, incrementarse a la cifra de trece urbes,
comandadas por dos Capitanes Generales. Producto del carácter local de las
Juntas conformadas en cada región de España, obligaron para unir bajo un solo
mando la creación de un órgano nacional que pusiese orden, así el 25 de
septiembre de 1808 se creaba en Aranjuez la Junta Suprema Central Gubernativa
del Reino, dos meses después de la victoria española en Bailén (18 de julio de
1808), siendo presidida por el conde de Floridablanca y estuvo compuesta por
treinta y cinco miembros.
La
inesperada y sorprendente victoria de Bailén, obligó al ejército francés a
retirarse al norte del Ebro. Esta primera gran derrota en campo abierto, que
sufría la Grande Armée, despertó los ánimos de los españoles para enfrentar en
cada terreno español a los soldados invasores.
Aunque no era la primera vez que salían vencidos los franceses en una
batalla o combate, pues ya habían sufrido una derrota naval entre los días que
iban desde el 8 al 14 de junio de 1808, en manos de los españoles, en la
denominada Batalla Naval de la Poza de Santa Isabel, en la bahía de Cádiz. Las fuerzas francesas, nuevamente reorganizadas
después de la derrota de Bailén, iniciaban un nuevo avance que obligaba a los
miembros de la Junta abandonar Madrid, en noviembre de 1808 para dirigirse a
Sevilla. Algunos meses más tarde, la derrota de Ocaña abría las puertas de
Andalucía a los ejércitos de Napoleón, exigiendo a los «centrales» a
trasladarse nuevamente, esta vez a Cádiz, en enero de 1810. Los españoles en la defensa de su país
llegaban a un nivel de desastre tan grave, que generó el desprestigio de la
Junta, la cual se veía atacada por todos los frentes, y acabando por disolverse
el 30 de enero, situación que era más que evidente. Cedía el poder a un Consejo
de Regencia, la cual convocaba a las Cortes a estar bajo su dirección.
Una
serie de acusaciones e intrigas rodearon las actuaciones de la Junta durante
los meses que permaneció en Sevilla. Personajes como Francisco Palafox, el
conde de Montijo o el marqués de La Romana realizaron una incansable labor de
propaganda desfavorable para la Junta Central, colocando a la población
española en contra de ella. Las Juntas Provinciales, privadas de su poder
original, y el Consejo de Castilla, temeroso de algunas de las propuestas que
estaban discutiendo, estimularon también una odiosidad contra los centrales;
incluso, los ingleses, preferían tratar con la Regencia antes que la Junta
Central, estableciendo una serie de intrigas con la finalidad de menoscabar su
autoridad. La circulación de falsedades y acusaciones en una población
atemorizada ante el imparable avance francés, no permitieron ver que las
medidas adoptadas por la Junta Central fueron razonables y coherentes en aquel turbulento
y cruel período para los habitantes españoles. La Junta Central poco pudo hacer
frente al inexorable devenir de los acontecimientos. Incluso la partida de Sevilla a Cádiz, sería
el golpe de gracia a su autoridad, a pesar de haber sido una decisión tomada en
aras de la defensa de la nación. Las difamaciones vertidas contra la Junta
Central habían llegado a Cádiz antes que sus propios delegados, por lo que el
recibimiento de los gaditanos fue muy hostil. Considerados sus miembros como
traidores, el trato que se les dio fue acorde a tal condición. Muchos de ellos
intentaron trasladarse a Canarias, a Ceuta o a sus ciudades de origen, pero la
Junta Provincial de Cádiz dificultó sus desplazamientos y les prohibió, en
especial, embarcarse para América.
Las intrigas a las cuales, al
parecer el español estaba acostumbrado a realizar, hacía que la exposición simple
de los delitos que se asignaban a la Junta Central y a sus miembros, permitían,
además, probar la falsedad de ellas mismas, producto de la naturaleza de estas,
como el número y carácter de las personas a quienes se imputaban. Hoy se puede
inferir que en tiempos de guerra el grado de insensatez hace su imperio, donde
lo absurdo e inconveniente toman los espacios de lo beneficioso y lógico. Es así, que
varios de sus personeros, como el conde de Tilly o Lorenzo Calvo de Rozas,
serian arrestados, llevándose a cabo
investigaciones para determinar si las denuncias de malversación de caudales
públicos eran ciertas. Las acusaciones imputadas a los miembros de la
Junta Central eran: por usurpación de la autoridad soberana, usurpación de la
autoridad de la Central sobre las Juntas Provinciales y la mencionada
malversación de los fondos públicos junto a la infidelidad a la patria. El
inicio del proceso contra los miembros de la Junta Central y las acciones que
llevaron a cabo para defender su inocencia y justificar las medidas que habían
adoptado, permite apreciar la voluntad de los acusados por tratar que sus
testimonios fuesen escuchados por las Cortes, lo cual fueron ejecutados a cabo
mediante un Manifiesto donde expusieron ante los diputados sus alegatos y
rebatieron las acusaciones vertidas contra ellos. Jovellanos, Antonio Valdés o
Calvo de Rozas también publicaron o, al menos redactaron, escritos en su
defensa.
En el tiempo que estuvo en ejercicio
la Junta Central (1808-1810), había logrado establecer un ordenamiento y una
autoridad que permitió aunar los esfuerzos de cada Corte establecida en España
para hacer frente a los invasores franceses y también fue un factor de cambio
al sistema colonial vigente. Al ser un organismo centralizador del esfuerzo
nacional español por preservar el imperio, provocaba también, que en las
naciones de ultramar que conformaban el imperio español se encendieran la
antorcha de la emancipación o independencia. Surgido de la necesidad de defensa
de todos los territorios que conformaban el Imperio Español, y en España el
deseo de independizarse del yugo opresor francés, se avivaban las ideas
liberales, las mismas que originaron la Revolución Francesa. Y son, además, las
que motivaron el anhelo emancipador en las colonias de América; esto termino
por alterar muchas de las normas establecidas para proteger el antiguo régimen,
que se desvanecía dentro del desorden interior de los españoles divididos en seguidores
liberales y monarquistas, que en las colonias se transformaría en patriotas y
realistas, trastornando para siempre el orden del poder y la representación de
la Nación española, que ya no radicaban
en el rey, sino en el pueblo español y la Junta Central unida a las Cortes.
La Capitanía General de Chile por
ser parte del imperio español, también comenzaban a mostrar una división entre
los habitantes del país, principalmente entre las clases más conspicuas de
Chile y la población que ya se percibía como clases media. Estas opciones
estaban directamente vinculadas a las ideas liberales que promovían la
independencia del país y su capacidad de autogestionarse, en oposición a estas,
se encontraba otra más conservadora, que deseaban la conformación de una Junta
o Corte al estilo de las establecidas en España, con la finalidad de preservar
los territorios hasta el retorno al trono de Fernando VIII. Dentro de los
sujetos con un espíritu revolucionario radical se encontraba Juan Martínez de
Rozas, quien figuraría como uno de aquellos miembros que deseaban realizar
reformas administrativas de carácter radical y el haber vuelto a un cargo
político y de poder, como era la de ser asesor del Gobernador Francisco Antonio
García Carrasco, lo llevaba a creer que podría influir en este último y las determinaciones que
tomase, pero se encontró con que el Gobernador se relacionaba con sujetos de
ambientes de dudosa reputación y sujeto en el plano de dirección y de la administración
a personajes enemigos de toda innovación y por sobre todo, de cualquier
injerencia de la población en cuestiones sociales y políticas, era la idea de “dejar
a los gobernantes y políticos los asuntos socio políticos y económicos que
afectaban al país”, por lo cual los Cabildos, en las cuestiones
públicas, debían estar vetados.
Don Juan Martínez de Rozas en su labor
de Asesor quedaba relegado a un segundo plano de la actividad política, dadas sus tendencias de radicalizar los
procesos políticos, cosa que distaba de las opiniones del Gobernador Francisco Antonio García Carrasco, quien acataba
las sugestiones proporcionadas por su Secretario, Judas Tadeo Reyes, persona
muy dedicada en el trabajo, pero resistente por educación y costumbres a toda medida
en que creyera ver algún detrimento en
los privilegios y poderes ilimitados de la autoridad real. Es así, que Martínez
de Rozas notaba que sus recomendaciones y consejos eran completamente
ineficaces y el Gobernador García Carrasco influenciado por las personas con
las cuales se relacionaba, empezó a escucharlo y mirarlo con recelo y
suspicacia; por lo cual, optaba por separarse de la Gobernación de la Capitanía
General de Chile y regresaba a Concepción, retornando con el fin de poder
atender sus intereses particulares, aunque, su prestigio y liderazgo en esta
región, le otorgaba un influjo decisivo para lograr sus aspiraciones. Pronto,
Juan Martínez de Rozas, se transformaría en una de los caudillos más fervorosos
por lograr la independencia de Chile, desde la colonialista provincia de
Concepción.
No sólo la población de
Santiago pedía la renuncia de Francisco Antonio García Carrasco, como
también, lo solicitaron oidores del Cabildo y funcionarios de la Real
Audiencia, incluso el Consejo de Regencia establecido en España decretó la
remoción del cargo de aquel Gobernador de la Capitanía General de Chile; pero
la llegada del nombramiento de una nueva autoridad por parte de este Consejo de
Regencia establecido en la Metrópoli imperial, despertó el rechazo de la
población existente en el país. García Carrasco aceptaba su destitución,
accediendo a la oferta de seguir habitando el Palacio de los gobernadores…Como
sucedió; García Carrasco a la una de la tarde y después de una ardua
insistencia de los oidores de la Asamblea
establecida por la Real Audiencia con el fin de evitar que el Cabildo
desarrollara una acción política que conllevara a emanciparse de España, en un
golpe de mano sin efusión de sangre, apelaron para convencer a Francisco
Antonio García Carrasco, “a
decidirse por el partido que dicta la razón”. Desde las once de la
mañana, que habían estado intentando que el Gobernador manifestara su voluntad
de dimitir al mando del país. Este lo hizo, justificándose en su quebrantado
estado de salud y la serie de sucesos acaecidos en su administración. Se olvida del encono con la que había
actuado, no sólo contra quienes profesaban ideas contrarias a la autoridad
colonial, sino también, contra quienes podían establecer querellas y denuncias
en su contra, dado los hechos de contrabando y corrupción en los cuales estaba
comprometido. Esta misma aversión las sufrirían, el Alférez Real que logró
llegar a tiempo a Valparaíso para rescatar a Ovalle, Rojas y Vera; los alcaldes
Cerda y Eyzaguirre, el procurador de la Ciudad, José Gregorio Argomedo, el
Coronel de Milicias Manuel Pérez Cotapos, quienes eran los más ardorosos funcionarios
dentro de la asamblea que deseaban la renuncia de García Carrasco a su cargo de
Gobernador.
Perverso Gobernador, no puede
dársele otro apelativo a Francisco Antonio García Carrasco, dado su proceder había
perdido la confianza de la oficialidad de las milicias, lo cual le implicaba no
poder contar con los regimientos de línea, quienes estaban totalmente
desafectos a él. Francisco Antonio García Carrasco sólo había logrado reunir a
trescientos soldados de las fuerzas existentes entre Santiago y Valparaíso,
para ser llamados en caso de necesidad, y que el Regente de la Audiencia, José
Rodríguez Ballesteros, le imploraba no hacer uso de ello, producto del
conflicto que conllevaría aquello y la efusión de sangre, que aumentaría aún
más la animadversión de la gente ante su deleznable actuar. Pero, la vileza de
su alma, lo habían llevado a confiar en uno de sus agentes, Damián Seguí alias “Pedro
Sánchez”, quien había participado en los hechos del “Caso
Escorpión”, y acostumbraba a
reunirse en lugares de bajos fondos en Valparaíso y Santiago, quien lograba
reunir una turba de sujetos armados con puñales, para que llegado un
momento se abalanzaran contra los más
fervorosos enemigos del Gobernador, que también comenzaban a dar luces de ser
partidarios de los movimientos de emancipación del país, cuyas muertes le
devolverían el cargo y la paz a la Capitanía General de Chile.
La población en la ciudad de
Santiago, vivía aquella noche de tranquilidad, inquieta y adornada por el frio
glacial del invierno en la urbe, gracias a que estaba entre dos cordones
montañosos: la cordillera de la costa y la cordillera de Los Andes. Santiago
vivía en ese tiempo una aparente calma, sus habitantes albergados en sus
respectivas casas, comenzaban a armarse y quienes transitaban por las gélidas,
desoladas y oscuras calles santiaguinas, mostraban bajo sus vestimentas y
capas, el armamento que portaban. Cada sujeto de la localidad se había armado
con lo que pudo, cuchillos, machetes, pistolas hasta escopetas, dejaban
traslucir en los pocos peatones que se avizoraban en las calles el nivel de
tensión existente en cada esquina de la urbe. Los ciudadanos presentían que
pronto vendría un peligro que pondría la vida de todos en peligro, al igual que
las aves que emprenden el vuelo y los animales domésticos a esconderse acompañándolas
de sus aullidos, mugidos, rebuznos o relinchos al sentir que esta próximo un
fenómeno natural, como tormentas o terremotos. Esto no había amilanado a los
habitantes, quienes se congregaron a las nueve de la noche en plena plaza de
armas. En las casas de los alcaldes se reunían agentes partidarios de la
emancipación y enemigos del Gobernador García Carrasco, quienes se habían
juntado para defenderse de los siniestros planes que atribuían a Francisco
Antonio García Carrasco. A pesar del temor que generaba la supuesta intriga de
quien detentaba la máxima magistratura del Gobierno dentro de la Capitanía
General, se reunían alrededor de la plaza más de ochocientas personas a caballo
o a pie. En tanto, en una de las casas de los alcaldes Eyzaguirre o Cerda, se
determinaba el desplazamiento de cien hombres montados, quienes debían ubicarse
en las bocacalles colindantes a la plaza de la Moneda, con el objeto de
incomunicar a los soldados establecidos en el cuartel de artillería e impedir
que llegaran órdenes de afuera o que la tropa intentase mover los cañones en
dirección a donde estaba la gente frente a los palacios de la Real Audiencia y
el Cabildo.
Mientras todo esto sucedía, el
futuro vocal de la Junta Nacional de Gobierno que se instaurará en 1810, coronel
Francisco Javier de Reina Fernández de Cáceres, comandante de los artilleros,
sufría el oprobio de quedar relegado y sufría esa noche la vigilancia de
veinticinco milicianos que rodeaban su casa, impidiéndole que saliese de ella o
que pudiese recibir oficios del gobernador o de sus secuaces. El cuartel
ubicado en San Pablo, fue vigilado por otro destacamento de cien hombres, junto
a esto, se ubicaron varias partidas de sujetos con armas de fuego en varios
puntos de la ciudad y otros realizaban rondas de patrullaje por las diversas
calles. Los mismos comprometidos en ser asesinados por los individuos
contratados por el socio del Gobernador, cuyo nombre era Damián Seguí y quien
también había estado implicado en el “Caso Scorpion”, fueron
quienes dirigían aquellas partidas de protección y seguridad dentro de
Santiago. La noche del 13 de julio de 1809, transcurrió sin ninguna novedad.
Las tropas no se movieron de sus cuarteles y la ciudad no mostraba ninguna señal
de actividad hostil. El Gobernador, que
en cualquier otra circunstancia hubiera procedido a reprimir y castigar el alboroto que aparentemente perturbaba la
tranquilidad pública , se abstuvo de tomar medidas, dado que el gran culpable
de ello era el mismo, producto
de sus acciones anteriores y de los vínculos con gente de dudoso proceder y con
los cuales se relacionaba no sólo por hacerse de contrabandos y otros eventos
que se pueden describir como actos de corrupción, a los cuales García Carrasco tenía
fuerte inclinación. La actitud tomada por Francisco Antonio García Carrasco, no
afectó a quienes veían en la inacción de este último y de las tropas de línea, manteniéndose
con la misma intranquilidad al tener la fuerte creencia que en el palacio se
tramaban planes de represión y violencia.
Los
que aparecían como instigadores de un movimiento en contra del Gobernador
Francisco Antonio García Carrasco, fueron quienes sentían que el administrador
del país, al tenerles antipatía buscaba el momento oportuno para acabar con sus
vidas; para ello, Damián Seguí había reunido una serie de sujetos de
cuestionable proceder y los armó con armas blancas para llegado el momento,
perpetrar lo solicitado por el Gobernador de la Capitanía General. Los alcaldes
Cerda y Eyzaguirre, quienes tenían reunidos a varias personas, destacándose el
Procurador José Gregorio Argomedo y el Coronel de Milicias Manuel Pérez
Cotapos, intuyeron que un peligro les acechaba y debían tomar los resguardos
adecuados, comenzaron a considerar de modo resuelto un cambio de gobierno,
similar al ocurrido en Buenos Aires y las provincias de La Plata.
Pronto
aquellos hombres reunidos en casa de uno de los dos alcaldes que estaban dentro
de la nómina que Damián Seguí tenía para liquidar, determinaban trasladar la
siguiente reunión a casa de uno de los más connotados vecinos de Santiago, don
Antonio de Hermida, -se ubicaba en calle Huérfanos esquina Ahumada-, al
considerar imprudente realizarlas en la sala capitular del palacio de la Real
Audiencia y tan cercano a donde se encontraba el Gobernador Francisco Antonio
García Carrasco. En su primera tertulia en casa de Antonio de Hermida, el día
14 de julio de 1809, determinaban las primeras medidas para la ejecución del
plan de poder hacerse del Gobierno de la Capitanía General de Chile. Este consistió
en juntar a la población de los campos cercanos a Santiago, por medio de la
gestión de los hacendados que se eran fervorosos patriotas, para marchar a la
ciudad un día determinado y apoyar la acción de los habitantes de la urbe. La
finalidad era demostrar un número de ciudadanos tan grande que las tropas de
línea no pudiesen oponer defensa alguna y acción en contra de las personas.
El
domingo 15 de julio, acudieron todos los confabulados a la quinta de don Juan
Agustín Alcalde, Conde de Quinta Alegre, ubicada al oriente de la ciudad, miraba
al frente de los tajamares (donde hoy se ubica la plaza Baquedano y el puente
de Pio Nono). Congregados en este lugar, posterior a la información sobre las
diligencias practicadas, acordaban otras medidas y actividades, tomando como
resolución el realizar el golpe el día martes 17 de julio de 1809. Debian
llegar en las primeras horas de ese día las partidas de campesinos armados. Los
partidarios de la emancipación se habían reunido en las haciendas vecinas a
Santiago y en los pueblos vecinos, donde los jóvenes de las más ilustres
familias tuvieron un papel importante, debiendo encabezar a los diversos grupos
que avanzarían por las calles en dirección a la plaza mayor (Plaza de Armas), y
debiendo ubicarse frente a la Real Audiencia y el palacio de Gobierno. Según lo
planificado, el Cabildo seria quien asumiría la dirección del movimiento y una
vez logrado el derrocamiento del Gobernador, debía tomar el mando supremo de la
Administración de la Capitanía General de Chile, hasta que la ciudadanía citase
a una asamblea popular, donde se acordaría la nueva forma de gobernar, que
perduraría hasta que se reuniera un congreso general en que estuvieran
representados todos los pueblos existentes en el país.
No
pasaron inadvertidos para las autoridades del gobierno, aún más se cree que dos
de los participantes de estas asambleas revolucionarias, se habían dirigido después de haber participado
en la última a la casa del Regente de la Audiencia, José Rodríguez de
Ballesteros y Taforeant, dándole cuenta de las alteraciones al orden público
que se estaban gestando por connotados miembros de la sociedad santiaguina,
expresándole la imperiosa necesidad de
tomar medidas para evitar una efusión de sangre. Seria esa misma noche del
domingo 15 de julio de 1809, que Rodríguez Ballesteros citaba a los oidores de
la Audiencia y del Cabildo, al igual que a los alcaldes Cerda y Eyzaguirre, y al
procurador José Gregorio Argomedo para ver el modo de acabar esto sin
violencia. Aquellos alcaldes y el procurador de la ciudad, expusieron los
últimos eventos, que sólo demostraban la necesidad de deponer al Gobernador Francisco Antonio García Carrasco, y así
reestablecer la paz. Estas exposiciones a modo de reclamo, por quienes eran los
más connotados hombres de la provincia santiaguina, contaban con el apoyo de
toda la población, y a pesar de los ánimos violentos, aun se podían evitar la
explosión social y libertaria.
No
importaba quien le iba a suceder, quien tomaría la dirección de la
administración de la Capitanía General de Chile, lo relevante era sacar del
cargo de Gobernador a García Carrasco. Un fenómeno muy similar al que sucede en
el país en cada elección, donde “el mal menor”, es preferible “al mal mayor”;
como si la maldad tuviera grados o una escala que permite ser medible, cuando
en verdad son los instrumentos utilizados los que darán a la perversidad la
apreciación de ser mayor o menor. ¿Quién iba a suceder en el mando a García
Carrasco? ¿Qué iba a suceder después de su deposición en el cargo? Eran
preguntas que muchos de los oidores y habitantes de la ciudad, se hacían. No
era secreto que el Cabildo y los más connotados hombres de la provincia
pretendían conformar una Junta de Gobierno, cuyo establecimiento conllevaría a
una formidable revolución emancipadora. La Real Audiencia determinaba que esto
se debía impedir a todo trance, por lo cual los oidores pensaron una
alternativa que acabaran con esta tempestad en formación. Se ideaba solicitar la
renuncia del Gobernador Francisco Antonio García Carrasco, del mando del país y
se determinaba que su reemplazante sería el militar de mayor graduación
existente en Chile, según lo dispuesto por la real orden de 1806.
Se
suponía que el nuevo Gobernador, ajeno a las odiosidades que se había atraído
García Carrasco, podía calmar la efervescencia de los espíritus y lograr restablecer
la paz y armonía del país, el cual se había perdido por las perversidades de Francisco
Antonio García Carrasco al mando del Chile.
Dentro de la real Audiencia surgía el problema que en ese tiempo
existían dos Brigadieres que reunían todos los requisitos para asumir el cargo
de Gobernador de la Capitanía General de Chile. Estos dos oficiales de alto
rango en el territorio, habían sido ascendidos en el mismo tiempo, dada su
educación, carácter y hábitos, además de mostrar siempre una fuerte inclinación
al Imperio, pero su edad avanzada llevaba a considerar que tendrían un
debilitamiento en su ánimo y reducida capacidad intelectual para tomar
decisiones, casi como una demencia senil, pero eso no fue impedimento para que
la Junta Central de España los ascendiese. Don Mateo de Toro y Zambrano, Conde
de la Conquista, acaudalado vecino de Santiago, cuya casa se encontraba a media
cuadra de la Plaza de Armas (hoy en día Museo de la Casa Colorada, en calle
Compañía hacia el cerro Santa Lucía), y don Luis de Álava, Intendente de
Concepción, de ellos debía salir el futuro Gobernador de la Capitanía General
de Chile. Complicada situación tenía la Regencia del país, al tener que elegir
por uno de los dos para asumir el cargo de Gobernador, pero, de fondo existía otro
interés cuya principal motivación era ver cuál de los dos era fácil de
persuadir y convertirlo en un títere posible de manejar y dirigir según los
propósitos de quienes deseaban la emancipación de Chile.
Mientras
la Real Audiencia determinaba quien sucedería como Gobernador a Francisco
Antonio García Carrasco, aún seguía faltando lo más importante: que García
Carrasco al mando del país aceptara renunciar al cargo, como sacrificio por el
bien de la Capitanía General de Chile y de sus habitantes. Aislado totalmente, desde el 11 de julio de
1809, producto que sus tres consejeros, su secretario, Tadeo de Los Reyes, el
asesor de apellido del Campo y un tal Meneses que operaba como escribano, se
ausentaron de Santiago, dada la animadversión existente por gran parte de la
población que ya mostraba signos de lograr la emancipación del yugo español;
como también, contra todos quienes tenían vínculos laborales, políticos,
económicos o de amistad con el mandatario García Carrasco. Es así, como el
mismo Francisco Antonio García Carrasco, sus amistades y adeptos sufrieron una aversión
que pudo transformarse en una verdadera guerra civil, donde podrían haber existido
acciones violentas contra ellos y sus familias, debiendo soportar el ultraje y
vilipendios, con sus consecuentes desagrados, determinaban a muchos partidarios
del Gobernador García Carrasco a imitar a los tres consejeros del Administrador
del país colonial. Se apreciaba en Santiago, ese tiempo, como militares de baja
graduación, comerciantes de escasa importancia y una infinidad de sujetos de
dudosa procedencia que no tenían las capacidades, ni la sagacidad para
convertirse en funcionarios de gobierno, optaban por desaparecer de la ciudad.
La
predisposición conservadora del país se fue notando dentro del conflicto
independentista de Chile como Realista, el cual no estaba conformado como
partido, pero existían personas de carácter más conservador que concordaban en
seguir bajo la tutela del Imperio español, pero en los años de 1809 a 1810, al igual que toda la población
se mostraron totalmente contrarios a Francisco Antonio García Carrasco,
producto de las acciones que tuvo este personaje en el ejercicio de cargo de
Gobernador del país. La determinación del Consejo de Regencia en España,
ratificaba lo aplicado por los miembros de la Real Audiencia de la Capitanía
General y que el mismo García Carrasco en su Junta de Guerra realizo al
presentar su renuncia. Las acciones obradas por Francisco Antonio García
Carrasco, como gobernador del país, había encendido la desconfianza generada en
los habitantes de Santiago y del país, contra las autoridades de la
administración del Estado, motivaron a muchos de los hombres que poseían alguna
cuota de poder el sentir el deber moral de solicitar al Gobernador García
Carrasco el dejar el cargo.
Ninguno
de los asiduos visitantes al palacio de la Real Audiencia, donde se permitió
que habitase Francisco Antonio García Carrasco, estaba dispuesto realizar la
tarea que los oidores requerían que se hiciese, de informar a esta autoridad sobre
la petición de la Regencia, que era su dimisión. Sólo mantenía sus labores, de
carácter religioso el fraile dominicano, Francisco Cano, quien, además, obraba
como confesor del Gobernador y que, según los oidores de la Real Audiencia, fue
al único a quien García Carrasco podía escuchar, al poseer una gran influencia
en las conductas de aquel gobernante. El padre dominicano, Francisco Cano, informado
por los oidores de la Real Audiencia, llevándolo a exponer al gobernante la
vital necesidad que dimitiese al cargo, mostrándosela como la única alternativa
para evitar la crisis revolucionaria que se estaba gestando. Francisco Antonio García
Carrasco escuchó estos consejos manifestándose dispuesto a hacerlo, pero tampoco
a ejecutarlo esa misma noche, sin dar una respuesta taxativa a realizar su
renuncia.
La
respuesta entregada al fraile dominicano, Francisco Cano, por el Gobernador
Francisco Antonio García Carrasco, provocó que esa noche se repitieran lo mismo
que los anteriores: los alcaldes, el procurador y varios connotados vecinos de
Santiago, recorrían las calles de la urbe dirigiendo a grupo de personas
armadas. El temor popular se hacía eco en la Real Audiencia, al ver como la
arrogancia sr había empoderado de quienes profesaban el partido de la
emancipación, llamado patriota, que no les permitió llevar a cabo lo
planificado en lo que se habían comprometido. El día lunes 16 de julio, día de
la virgen del Carmen, tiempo en el cual era festivo, se reunieron los oidores
en el tribunal, deliberando en un corto tiempo, determinaron apersonarse sin
demora al Gobernador y pedirle que renunciara durante esa misma jornada, antes
que el movimiento patriota lograra realizar las acciones que tenía planeada, de
tomarse el mando del país. Colocado en una situación complicada para quien
detentaba el poder y las ganancias que este le daba, el Gobernador Francisco
Antonio García Carrasco, quien hasta ese momento había salido incólume de cuanta
acción ilegal que se comprometía, vacilaba por un largo periodo e imaginaba que
aún tenía el tiempo para conciliarse con la opinión pública, sus líderes y
ganarse el aprecio del pueblo. Francisco Antonio García Carrasco con ese fin
daba un discurso a los oidores, demostrando que no guardaba animadversión hacia
nadie y menos a las personas que se suponía había mandado a matar, perdonaba a
sus enemigos y estaba dispuesto a dar las más amplias satisfacciones a quienes
creyesen haber sido ofendidos por su administración.
Mientras
sucedía lo anterior al interior de los palacios de gobierno y tribunales,
oficiales de distintas graduaciones recibían misivas remitidas por la
Secretaria de Gobierno, con la finalidad de asistir a una Junta de Guerra que
debía desarrollarse dos horas más tarde en el salón de ceremonias del palacio.
El cabildo fue citado a esta diligencia, pero producto de haber recibido la
carta muy tarde, tal vez, producto de un fin determinado, no asistieron la
mayoría de sus miembros, y sólo concurrieron cinco regidores, a quienes se les
unieron los dos alcaldes que habían sido objetivo de ser asesinados por Seguí y
sus secuaces, como también el procurador, José Gregorio De Argomedo, cuya
asistencia no pasó inadvertida.
El
Gobernador Francisco Antonio García Carrasco, una vez que se abrió la sesión,
manifestaba su “decidida voluntad”, de dejar el mando producto de su situación
de salud, la cual demostraba una imagen de gran quebrantamiento anímico, lo
cual, tal vez, era por los eventos ocurridos en ese tiempo, procediendo a
interrogar a los presentes sobre si su renuncia evitaría que prosiguiesen los
males atribuidos a la culpabilidad de sus actos. “Uno por uno contestaron los
presentes que no les ocurría impedimento alguno en atención a su voluntad de
abdicación, y que ésta no se oponía a las ordenanzas militares ni al real
servicio”. (Historia General de Chile. Diego Barros Arana. Tomo VIII.
Capítulo Tercero: Fin del Gobierno de Carrasco; la conspiración de 1810;
separación de García Carrasco del mando (enero-julio 1810). Página 118. Centro
de Investigaciones Diego Barros Arana, Editorial Universitaria. Segunda
Edición. Santiago de Chile.1999).
Durante
el proceso de abdicación de Francisco Antonio García Carrasco, como Gobernador
de la Capitanía General de Chile, surgía de la misma boca del renunciante la
pregunta: ¿Quién sería su reemplazante en el cargo? Realizaba
esta pregunta al estar en conocimiento de la existencia de dos personas con el
mismo rango, de Brigadier General en esa época. La respuesta no tardaría en dárselas
todos los asistentes, que en forma casi unánime, expresaban que don Mateo de
Toro y Zambrano sería el sucesor, producto del orden de antigüedad. El
Brigadier Mateo de Toro y Zambrano, se encontraba en la asamblea, dado su rango
militar. Francisco Antonio García Carrasco, renunciaba al cargo con todas las
formalidades establecidas, entregándole a su sucesor el bastón del mando de
Gobernador. La extensión del acta de
acuerdo, expresaba también, que García Carrasco permanecería con todos los honores
y preeminencias del alto puesto al cual renunciaba, como igualmente, el sueldo
de presidente, que recibiría hasta el arribo de su sucesor que debía nombrar la
Junta Central de España en nombre del Rey cautivo, Fernando VII,
concediéndosele, además, una habitación en el palacio de Gobierno si fuese de
su agrado. La asamblea concluía su reunión a la una y media de la tarde.
Acta
de Renuncia de Francisco Antonio García Carrasco y traspaso del poder a Mateo
de Toro Zambrano.
En
la ciudad de Santiago de Chile, a diez y seis días del mes de Julio de mil
ochocientos diez, el Muy Ilustre señor Presidente don Francisco Antonio García
Carrasco, habiendo llamado a su palacio a los señores Regente y Oidores de esta
Real Audiencia, y concurrido todos inmediatamente en la mañana de este día, les
hizo su señoría presente el estado de su quebrantada salud, y asimismo que las
ocurrencias de los presentes tiempos lo tenían en continua agitación; por lo
cual había meditado hacer renuncia de los cargos de Gobernador y Capitán
General del reino para que recayesen en la persona que por últimas reales
disposiciones correspondiese; y habiendo oído su señoría los dictámenes de los
referidos señores que fueron todos conformes en el verificativo de la expresada
renuncia, allanándose a ella su señoría, y exponiendo que antes de efectuarla
quería consultarla a los comandantes militares y señores coroneles, a quienes
ya había mandado citar; venidos éstos, y explicándoles su señoría el
pensamiento de su renuncia, y la conformidad del Real Acuerdo, contestaron uno
por uno, no les ocurría impedimento alguno en atención a su voluntaria
abdicación, y no se oponía a las ordenanzas militares ni al Real Servicio,
añadiendo que en conformidad de lo dispuesto por Su Majestad en la Real Orden
fecha en San Lorenzo a veinte y tres de Octubre de mil ochocientos seis, le
correspondía el mando político y militar al señor Brigadier de los reales
ejércitos, según el título despachado en trece de Septiembre de mil ochocientos
nueve, Conde de la Conquista don Mateo Toro, Caballero del Orden de Santiago,
en lo cual convenidos los señores del Real Acuerdo, coroneles, comandantes
militares y el Cabildo, Justicia y Regimiento que fue llamado por Su Señoría, y
aceptando el mencionado señor Brigadier que se hallaba presente, quedó
concluida la enunciada renuncia, disponiéndose de acuerdo con todos los señores
se le conservasen al señor don Francisco Antonio García Carrasco sus honores y
preeminencias, igualmente que el sueldo hasta la llegada del sucesor
propietario, como también la habitación en el palacio, siempre que fuera del
agrado de su señoría.
Que
se proceda a la mayor brevedad al reconocimiento público del señor Conde de la
Conquista en la forma acostumbrada, y que se tome razón de este Auto donde
corresponda, circulándose para su cumplimiento a los señores Intendentes,
Gobernadores y Justicias de la dependencia de este reino, y que se firme por
todos los concurrentes que se han mencionado arriba, dándose en todo cuenta a
Su Majestad, de que doy fe.- Francisco Antonio García Carrasco.- Juan Rodríguez
Ballesteros.- José de Santiago Concha.- José Santiago Aldunate.- Manuel de
Irigoyen.- Félix Francisco Basso y Berry.- El Conde de la Conquista.- Manuel
Olaguer Feliú.- El Marqués de Monte Pío.- Pedro José de Prado Jaraquemada.-
José María Botarro.- Juan de Dios Vial.- Juan Bautista Aeta.- Manuel Pérez
Cotapos.- Tomás O’Higgins.- Joaquín de Aguirre.- Juan Manuel de Ugarte.- José
Nicolás de la Cerda.- Agustín de Eyzaguirre.- Marcelino Cañas y Aldunate.-
Ignacio Valdés.- Francisco Ramírez.- José Gregorio de Argomedo.- Fernando
Errázuriz.- Ignacio José de Aránguiz.- Ante mí, Agustín Díaz, Escribano de S.M.
e interino de Cámara. (Diario Militar de José Miguel
Carrera. José Miguel Carrera. Anexos. Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales.
Colecciones Documentales en texto Completo. http://www.historia.uchile.cl/CDA/fh_article/0,1389,SCID%253D7997%2526ISID%253D405%2526PRT%253D7650%2526JNID%253D12,00.html)
Los
eventos de corrupción y otras iniquidades contra personas destacadas dentro del
país cometidas por Francisco Antonio García Carrasco, abusando del poder que
emanaba del puesto de Gobernador de la Capitanía General de Chile y las intrigas
contra las personas que juzgaba podían sorprender y denunciarlo, llevaron a que
tomara la decisión de renunciar al cargo. Lo curioso fue que mantuvieran el
salario de Gobernador mientras llegara desde España el nombre de quien debía
sucederle, algo que hoy en día se puede asimilar a los presidentes vitalicios y
al único Senador Vitalicio existente en este comienzo de siglo (Siglo XXI). La
noticia de la reunión donde García Carrasco deponía su persona al cargo,
sorprendía a los patriotas dejándolos imposibilitados de llevar a cabo las
acciones proyectadas para lograr su derrocamiento en los días venideros. La
población de Santiago echaba a correr el rumor que aquella junta de guerra
tenía por finalidad, actuar en contra de los grupos de civiles armados que
rondaban la ciudad en la noche y aprehender a los líderes de cada patrulla.
Nuevamente la Plaza de Armas fue el centro neurálgico de la concentración de
los ciudadanos que deseaban tomar conocimiento de lo que estaba ocurriendo,
llegando en un momento a cubrir todos los sectores de alrededor de esta y
penetrando algunos hasta el patio del palacio. Pronto comenzó a circular la
buena nueva que Francisco Antonio García Carrasco dejaba el mando, dado que le
era imposible seguir desempeñando, aunque dentro de la masa reunida ya comenzaba
a sentirse fervorosos gritos por lograr un cambio radical de gobierno.
Manuel
Dorrego, ciudadano de las Provincias Unidas de La Plata, que había llegado para
terminar sus estudios de Derecho en la Universidad de San Felipe, se
transformaba en uno de los más fervientes agitadores, espetando en pleno patio
al interior del palacio, las palabras que hasta hoy hacen eco, en cada clase de
Historia de Chile: “¡Junta queremos!”. Voz que en ese momento no encontró mucho
eco entre los asistentes. Al poco rato, la gente comenzó a dispersarse con impresiones
bien diversas. La resolución de la junta de guerra, daba por aceptada la
renuncia de Francisco Antonio García Carrasco de la primera magistratura de la
Capitanía General de Chile, fue todo cuanto podían apetecer los ciudadanos del
país y del mismísimo Santiago. Sólo los que integraban los grupos partidarios
de la Patria y el deseo de lograr la independencia de España, se encontraban
insatisfechos ante aquel suceso, el cual echaba abajo el proyectado golpe en
contra del corrupto Gobierno de García Carrasco. La idea de haber instaurado
una Junta gubernativa se había caído; pero, al final los partidarios de uno u
otra tendencia -del sistema colonial (realistas), o de la emancipación (patriotas)-,
celebraron por igual el nombramiento de Mateo de Toro y Zambrano en el cargo
que hasta hace un momento ocupaba García Carrasco, pues al final era el triunfo
de toda la acción ciudadana ante tanta vileza de quien ostentaba la obligación
y el deber de dirigir y dar orden a los territorios y a su población dentro de
la Capitanía General. Los patriotas no cesarían en seguir intentando lograr la
proyectada autonomía administrativa y comercial. La llama por la independencia
se había encendido para no apagarse hasta lograrla.
La
Capitanía General de Chile comenzaba a vivir otra etapa, donde las intrigas
políticas y por el poder entraban en un juego que se desconocía como finalizaría
y peligrosamente nocivo para la población del país, en especial, para los habitantes
desde el rio Maule hasta la denominada Frontera Sur (Rio Biobío), que separaba
el mundo de los pueblos Mapuches con el de la Capitanía. Producto de esto
último, se ha mantenido la idea que los diferentes pueblos mapuches liderados
por sus lonkos, no tuvieron una gran participación en la contienda de la
independencia, pero a decir verdad, ellos cumplieron un rol bien determinado en
el bando realista, donde huilliches, lafkenches, pehuenches, tehuelches se
volcaron en favor del Rey y lucharon hasta bien entrada la instauración de
la República de Chile, ofreciéndose para
combatir bajo el mando del Coronel Juan Francisco Sánchez, al Brigadier Mariano
Osorio y conformando la tropa de los montoneros de Vicente Benavides, El Cura Mariano Ferrebú, el coronel Juan
Manuel Picó y posteriormente como parte de las guerrillas del último de los
Pincheira: José Antonio. Las provincias de Concepción, del Ñuble y el Maule,
sufrirían la devastación total de sus campos y pueblos producto de las
batallas, asaltos y la orden de realizar “tierra arrasada”, en momentos de
retirada por parte de ambos bandos. Las campañas del Sur serán consecuencias de
la incapacidad y falta de habilidad política para llegar a cumplir sus deseos
de quienes pensaban en transformar el país en uno soberano e independiente de
cualquier influencia y dominio extranjero.
La
oportunidad de haber logrado derrocar con un golpe de poder a Francisco Antonio
García Carrasco e instaurado una Junta de Gobierno que permitiera ser la guía
para la emancipación, se había perdido. Los fervorosos revolucionarios
independentistas se vieron imposibilitados momentáneamente, para proseguir
trabajando por lograr sus sueños. Si bien García Carrasco, hábilmente se
quedaba viviendo durante más de dos meses en el palacio y sin tener que
ver cosa alguna con los asuntos de
dirigir a la Capitanía General, mostraba estar ajeno a todo lo que sucedía, pero
pronto decidiría escribir a España, al mostrarse estar muy disgustado con los cambios que estaban
acaeciendo en Chile, dado el nuevo orden de cosas que se estaba canalizando,
transformaba aquella misiva en una justificación de su nefasto proceder, denunciaba a sus
adversarios de enemigos del Imperio y teniendo como principal intención, la de
poder recibir un salario o pensión de por vida muy ventajosa, producto de su
retiro, algo así como un sueldo vitalicio por detentar el cargo de Gobernador.
Intentaba de este modo, no permitir a los partidarios de la Patria proseguir
sus actividades.
Francisco
Antonio García Carrasco desconocía que, en España, al parecer, él como Gobernador
de la Capitanía General de Chile estaba totalmente desacreditado. Las quejas
sobre su administración en Chile habían llegado a la Junta Central, que operaba
protegiendo a la corona del Monarca y su imperio, forjaba una condena de ella,
a las conductas de Antonio García Carrasco. En aquellos días en España la Junta
Central Gubernativa huía de las fuerzas francesas vencedoras en Andalucía,
además, había caído en un gran desprestigio que la hizo entregar el mando del
país y del Imperio a un Consejo de Regencia, cuyos miembros desaprobaban de
manera más radical las acciones perpetradas por Antonio García Carrasco, como
sujeto que conformaba el antiguo gobierno de la Junta Central Gubernativa y de
las Indias. Las acusaciones existentes en la secretaria del Gobierno contra Francisco
Antonio García Carrasco en España, se encontraba la formulada por el embajador
de Inglaterra, por el caso Escorpión, y producto de la alianza existente entre
ambos países, no se podía dilatar más su falta de atención. Francisco Antonio
García Carrasco, había sido catalogado dentro de los más viles de los hampones,
capaz de asesinar por hacerse de una carga de contrabando, y así obtener,
únicamente todas las ganancias que esta reportaba, al ser ingresadas a Chile y
comercializadas dentro del territorio de la Capitanía General del país
sudamericano. Esto hacía improbable que
el Consejo de Regencia viera la más mínima posibilidad que Francisco Antonio
García Carrasco siguiera en el cargo de Gobernador dentro de la Capitanía
General de Chile.
El
doctor Antonio Garfias llegaba a España justo cuando caía en descredito la
Junta Central Gubernativa y que abdicaba en favor del Consejo de Regencia, los
miembros de esta última institución, no estaban de acuerdo con el proceder de
la primera en cuanto a toma de decisiones realizadas. Garfias había sido
expulsado del cargo de escribano del Gobierno de Chile por el mismísimo Francisco
Antonio García Carrasco y al llegar a España convulsionada por el cambio del
poder de la Junta al Consejo de regencia, pudo acercarse a los nuevos
gobernantes, para exponer sus quejas y
obtener la reparación completa de los agravios sufridos, dando informes
muy desfavorables acerca de Francisco
Antonio García Carrasco, mostrándolo como una persona torpe, de conocimientos
básicos e ignorante de las cosas de un
gobierno, megalómano y envanecido del poder del mando logrado, tendiente a
reunirse con gente de dudosa reputación y una propensión a realizar acciones
vinculadas a lo delictual, en especial en lo económico, con una inmoralidad que
mostró al ocultar los hechos de la muerte del capitán de la fragata inglesa “Scorpion”,
como también, de parte de su tripulación, logrando hacerse de los productos que
traía para contrabando y venderlos dentro del país; sentía estar protegido de
su infausta conducta por el cargo que ostentaba. Y, por último, expresaba
Antonio Garfias, acerca de Francisco Antonio García Carrasco, su gran deseo a
recibir la adulación por las acciones que cometía. Las graves acusaciones de Garfias contra
García Carrasco, fueron las acciones de venganza de un sujeto de la misma ralea
que el hasta entonces fue el Gobernador de Chile. García Carrasco había escrito
sobre sus empleados y remitidos a la Metrópoli imperial establecida en la
Península Ibérica; estos informes se encontraban en la secretaria de gobierno
de España y retornaban a Chile, gracias al doctor Antonio Garfias, con la
finalidad de entorpecerle la gestión administrativa de la Capitanía General al presidente,
Francisco Antonio García Carrasco. Esto generó que los empleados miraran con
desafecto a esta última persona y uno de los más poderosos motivos que
confirmaban aún más la voluntad ciudadana de pedirle la renuncia.
La
Regencia de España estaba decidida que los gobiernos de las colonias, estuviesen
en manos de personas cuya entereza y lealtad fuesen un freno contra los
movimientos de insurrectos que surgían dentro de América, y cuyos trastornos
les habría otro campo de conflictos a solucionar. La guerra de la independencia
de España del yugo Napoleónico era el cometido al cual se enfrentaba la Regencia
en la Península Ibérica y la conducta de García Carrasco en la Capitanía
General de Chile, les habría otro flanco de conflictos del cual preocuparse,
como así, estaba ya los Virreinatos de La Plata, de Nueva Granada, Nueva
España, enarbolando las banderas emancipadoras que las Juntas de Gobierno
conformadas, comenzaron a mostrar con gran voluntad.
La
Regencia ordenaba a Francisco Antonio García Carrasco que se devolviese a
España, al momento que dejaba el cargo de Gobernador de la Capitanía General de
Chile con fecha del 24 de febrero de 1810, producto del proceder indebido con
el que actuó para su beneficio personal y en detrimento del orden social del
país. Aquella orden llegaba de manera tardía y las instituciones coloniales que
operaban ya habían procedido a solicitarle la renuncia. Con estas acciones
adelantadas a la resolución imperial de la Regencia de España, se abría el
espacio para comenzar a implementar ideas emancipadoras, donde las personas que
las profesaban y teniendo una preponderancia socio-política dentro de la
Capitanía General, no permitieron que el nuevo o los nuevos mandatarios
enviados desde España lograran desembarcar en el país.
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